Por Pedro Juan González Carvajal*
Uno de los acontecimientos más importantes e
impactantes que dejó el 2022 y que pasó casi que inadvertido para todos, es que
se llegó al nacimiento del habitante 8.000.000.000 (ocho mil millones) en este
congestionado, pobre, inequitativo e injusto planeta.
De manera casi que premonitoria para algunos,
el nombre que le colocaron a la criatura fue Damián, sí, Damián, como el
personaje central de la exitosa serie de La Profecía, lo cual nos puede llevar
a un esquema de pensamiento cabalístico, especulativo y conspirativo.
Siendo respetuoso con las posturas religiosas y
legales que no están de acuerdo con el tema de la planificación demográfica, es
innegable que esta variable se ha convertido en un vector generador de muchos
problemas en algunos lugares del planeta, no permitiendo el desarrollo de una
vida digna para millones de personas en el mundo.
Pensemos en el aire, el agua, el espacio, la
comida, la educación, la atención sanitaria, la vivienda y las posibilidades de
trabajo que mínimamente requiere un humano para vivir con algún nivel de
dignidad.
Para peor, el contexto actual no muestra ni los
mejores síntomas ni las apropiadas condiciones de mejora, con un cambio
climático inocultable y de manifestaciones crecientes, con modelos políticos y
económicos agotados, con una pobreza y una iniquidad que sobrepasan las
previsiones de los más pesimistas, con relatos, como dicen los analistas, que
no son capaces de soportar las explicaciones básicas o mínimas de lo que está
aconteciendo y mucho menos de generar propuestas para reorientar el rumbo.
Estamos en un cambio de época donde los avances
tecnológicos abren enormes posibilidades, no necesariamente para todos, pero
donde las peores condiciones que tenemos como especie salen a flote y no nos
permiten salir del pantanero en el que estamos. Egoísmos extremos de personas,
instituciones y Estados nos mantienen al borde del abismo y donde cualquier
acción premeditada o accidental puede desembocar en conflictos que pueden ser
simples escaramuzas o simplemente el inicio del Armagedón.
Consumismos impulsados culturalmente nos llevan
a la extracción extrema de los recursos naturales y a la explotación del humano
con sus lamentables e inevitables consecuencias.
La no sincronización de los ritmos entre los
avances tecnológicos, la capacidad de respuesta desde la política, el
endemoniado y frenético acontecer económico y la lenta capacidad de asimilación
y cambio desde lo cultural y lo educativo, hacen improbable que podamos
encontrar respuestas inteligentes, oportunas y pertinentes para enfrentar la
situación en el corto plazo.
Pero también, la esperanza en que el espíritu
humano sea capaz de levantarse y rescatar a la humanidad a través de los humanos,
hombres y mujeres que sean capaces de sobreponerse a sus intereses individuales
y coloquen de nuevo en el centro de todo análisis, de toda consideración y de
toda especulación al hombre, nos permitiría pensar en una nueva posibilidad y
oportunidad de emprender un nuevo Renacimiento.
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