Por José Alvear Sanín*
Nos acercamos al primer
semestre de los incontables que vienen. No son los ocho del periodo, porque ya
por segunda vez, un lapsus linguae indica que su propósito es la reelección.
Partiendo de ese velado anuncio, no faltan los que la vislumbran en el cuerpo
ajeno de la Alcocer, o con el tiquete peronista de Gustavo y Verónica…
No comparto esos
escenarios, porque avizoro que después de la “paz total” con el ELN, con el fin
de acelerar y radicalizar la revolución, vendrá la inevitable Constituyente
para establecer la reelección presidencial indefinida. Petro no aceptará nada
menor que la magistratura vitalicia, como las de Díaz Canel, Ortega, y la
inevitable de Maduro.
Aunque la futurología
está plagada de incertidumbre y de futuribles, es probable, si proyectamos lo
que conocemos de la megalomanía del personaje y de su ideología, que quiera
igualar y superar a sus ídolos, Lenin y Castro…
Después de los
pronunciamientos de la última semana, no parece descabellado colegir que Petro
no ha podido dejar atrás su período delirante. Cada día su logorrea es mas
inverosímil, pero en vez de causar efectos previsibles en su credibilidad y su
capacidad de gobernar, su chambonada acelera la demolición del modelo
económico, social y jurídico, que realmente es su propósito inexorable.
La notificación, por
parte de la lamentable ministra de Minas, de que el país va a suicidarse
económicamente con la destrucción del sector minero-energético, se refuerza con
la sacada del doctor Bayón de Ecopetrol, a pesar de los inútiles esfuerzos del
Minhacienda para hacer creer que en ese crucial asunto todavía falta la última
palabra.
Si bien es verdad que
todo lo que dice este gárrulo es revanchista, tendencioso, incoherente,
improvisado, acalorado e impensado, lo que cuenta no es lo sorprendente y
ridículo de su discurso, sino el fondo atroz que se traduce, tendiente a la
aniquilación de todo lo que él no ha hecho. En ese sentido, siempre es
predecible como un incorregible Eróstrato, porque lo suyo es dañar y destruir,
y solo por eso será recordado.
La primera iniciativa
de su gobierno fue una reforma tributaria antitécnica y contraproducente, esperpento
dirigido por un economista de avanzada edad, larga experiencia y numerosos
postgrados, que prefirió apartarse de la ciencia, para lograr figuración en su
crepúsculo vital. Por la inopia que ha exhibido, Ocampo no será capaz de atajar
el colapso económico que él mismo propició. Hacen, pues, muy mal, los que
confían en sus poderes mágicos para detener los disparates de su jefe.
Ahora bien, traigo a
cuento la reforma tributaria, porque aun en el caso de que rinda los billones
esperados, Petro ya parece habérsela gastado, pues para él no hay diferencia
entre su deseo, la realidad y la posibilidad. Su creciente prepotencia no solo
se proyecta al futuro. También es retroactiva, como puede verse en el asunto
del Metro de Bogotá.
Aceptemos, en gracia de
discusión, que el minúsculo pero costosísimo Metro de Bogotá sea conveniente.
Hace algunos años Petro dijo que debería ser subterráneo, pero en vista de las
condiciones del subsuelo se contrató un ferrocarril elevado. Ahora se empecina
en enterrarlo, así su costo suba, de unos 15 billones hasta el doble (que hay
que pagar en dólares), según se atiendan en mayor o menor número sus caprichos.
¡Su respuesta olímpica es que la Nación atenderá todo el extracosto que sea
necesario!
Ahí no paran las cosas.
En campaña propuso un ferrocarril elevado entre Buenaventura y Barranquilla.
Era tal el despropósito de tamaño tren traído de los cabellos que no volvió a
mencionarlo. Pero no lo olvidó. Por eso nombró a un señor Dusán en
Colpensiones, para que, como su primer acto, resucitara semejante locura. Igual
que con el Metro, apuesto a que ese tren se iniciará, consumiendo todo el
ahorro pensional, ambientado ahora como el primer tramo del seductor ferrocarril
desde Chile hasta nuestro Caribe, que se ha sacado también de la manga en su
más reciente viaje a ese país.
Esto me hace pensar en
todas las desquiciadas improvisaciones del candidato Petro que fueron luego
omitidas en su programa. Todos las hemos olvidado, salvo él, que una por una
las hará realidad a medida que se consolide su omnipotente y rencorosa
voluntad.
Con un individuo que
compromete sin la menor reflexión varios billones de pesos cada vez que abre la
boca, no es posible predecir cosa distinta del caos. Ante su obcecación y su
espectacular desorden mental, muchos siguen escribiendo en vano buenos
artículos para recomendar prudencia, raciocinio y sindéresis, porque la
esperanza es lo último que se pierde, desconociendo que ese sujeto es incorregible
y que su agenda no es la de mejorar y corregir, sino otra bien diferente.