Por José Leonardo Rincón, S. J.*
“Cuando
a uno le interesa algo, es puntual. Puntualidad es sinónimo de interés”. Esta era la sentencia lapidaria con la que mi inolvidable amigo Julio
Jiménez nos motivaba en las actividades que orientaba, de manera que, llegado
el momento de la cita, el evento iniciaba a la hora en punto. Así se hicieron
famosas entre nosotros la “hora javeriana”, la “hora ignaciana”, para aludir
que era a la hora exacta. Y no faltaba quien jocosamente preguntaba para
distinguir: “¿hora colombiana u hora javeriana?”
El
tema de hoy va a que si algo nos caracteriza en nuestra idiosincrasia es ser
impuntuales. Y es que hay frases como: “más puntual que novia fea” que
parecieran estimularla y con las cuales se rididiculiza ser exactos. No extraña
entonces que, efectivamente, novia que se respete se haga esperar. Y uno de
cura o de feligrés ya sabe que de afán no puede estar si hay boda de por medio.
Se
sabe de antaño que la hora judicial tenía la flexibilidad de 60 minutos y que
ser puntuales es una virtud exótica. Sin embargo, hay citas para las que
corremos, un partido de fútbol, un cine, un concierto. Y no nos interesa
madrugar a hacer fila y esperar lo que sea necesario. ¿Por qué ahí sí funciona?
Simple. Porque nos interesa. Tenía razón entonces mi finado amigo.
Llegar
tarde porque nos cogió la noche, siempre encuentra excusas: había mucho
tráfico, hubo un accidente, cualquier cosa para excusar que no calculamos bien el
tiempo y no salimos oportunamente. Nuestro tiempo es valioso, el de los demás
no importa. Las aerolíneas fingen ser puntuales llamando abordo, pero una vez
adentro del avión, los pasajeros tienen que soportar tiempos interminables. Me
pasó en estos días: en el vuelo de ida, 50 minutos en pista esperando y en el
vuelo de regreso, dos horas en sala. Las explicaciones resultan ridículas
porque las versiones de los funcionarios no coinciden: mal tiempo, congestión
de tráfico aéreo, cambio de tripulación a última hora, falla técnica…, lo que
sea, mentiras e irrespeto por doquier.
Ya
es proverbial la impuntualidad del jefe de Estado. No es cuento, no es
calumnia, no es oposición. Uno sabe que hay asuntos muy importantes de por
medio, pero hacer esperar más de una hora no tiene ninguna presentación. Que
pasó una vez, vaya y venga, pero que sea costumbre, habla muy mal del equipo
que maneja la agenda y del funcionario por no tenerla bajo control. Es cierto
que es muy importante el personaje, pero también es cierto que hay que dar
ejemplo y marcar pauta.
Personalmente
me encanta la puntualidad. Es sinónimo de interés y de respeto, como ya se dijo.
Nada mejor que comenzar una reunión a tiempo y concluirla, igualmente, a la
hora convenida. Todos tenemos labores que realizar, otros compromisos qué
atender, personas esperando en la oficina o en la casa. La puntualidad en otras
culturas es un valor: el tren sale a las 10:38 y a esa hora sale. El autobús
pasa a las 5:57 y a esa hora pasa. El concierto comienza a las 9:00 y a esa
hora comienza. En eso se diferencian bastante latinos de anglosajones. Me quedo
con estos. Macondo es maravilloso, pero podemos hacerlo todavía mejor.