viernes, 28 de octubre de 2022

Profundizando en las causas del desastre

Epicteto, el opinador
Por: Epicteto, el opinador*

Cuatro fueron las causas inmediatas que identificamos del desastre que vive Colombia: 1) Monumental fraude electoral. 2) Soborno de proporciones mayúsculas mediante la compra de votos. 3) Engaño a la población con el trasnochado mensaje de lucha de clases. 4) Incapacidad absoluta de la dirigencia política para evitar la hecatombe anunciada.

Pero tales circunstancias no se presentaron súbitamente. Por el contrario, fueron fruto de un proceso de descomposición que agobia al país desde hace tiempo. Denunciado por unos pocos escritores armados sólo de coraje, pero ignorados olímpicamente por las clases dirigentes tanto del país “político”, como del país “nacional”.

Comencemos por el fraude en favor del candidato de la izquierda radical, el aliado de las FARC y del santismo. Desde hace varios años viene controlando esa diabólica alianza tanto al Congreso como a las altas Cortes. Recordemos cómo, mediante una burda proposición, sus mayorías desconocieron la voluntad del pueblo en el referendo que negó su aprobación a los acuerdos de La Habana. Su poder sobre la Corte Constitucional se manifestó cuando este órgano supremo le dio su aval a semejante asalto a la democracia, argumentando que el proceso del referendo podía continuar en el Congreso. Semejante prevaricato habría bastado para cerrar definitivamente ese antro de corrupción y devolver a Colombia el estado de derecho y el libre ejercicio de la democracia.

Por supuesto, el sistema electoral ha sido sometido a la voluntad del farc-santismo y de la extrema izquierda desde entonces. El manejo del proceso electoral ha sido entregado a una conocida empresa vinculada estrechamente a Juan Manuel Santos, quien ha pertenecido a su Junta Directiva y, como presidente de la República, invitó a los propietarios de esta para que lo acompañaran en la visita oficial que hizo a la Reina de Inglaterra. No les pareció suficiente y, para estas cruciales elecciones se contrató, además, una firma amiga de gobiernos comunistas, con un software que ni fue probado ni permitió ser auditado externamente.

No ha existido en toda nuestra historia democrática un proceso electoral con un mayor número de irregularidades denunciadas, sin que se tomasen las necesarias medidas correctivas. Tanto el presidente de la República, como las autoridades electorales y los organismos de investigación judicial se negaron sistemáticamente, como si existiera un poderoso acuerdo entre ellos, a practicar un nuevo conteo en las mesas que habían sido señaladas con resultados fraudulentos.

De todos es conocido el origen guerrillero del triunfador en las elecciones. Su afinidad con el ELN y las FARC ha sido manifiesta y no requiere mucha explicación. Asimismo, su proximidad con los capos del narcotráfico, a quienes el farcsantismo y la extrema izquierda vienen favoreciendo desde la firma del espurio acuerdo de La Habana y ahora con la suspensión de la fumigación de los cultivos ilícitos. Súmese a lo anterior, el respaldo obtenido de los corruptos detenidos a quienes se les solicitó en la cárcel su apoyo a la candidatura del guerrillero. Allí tenemos el origen de fondos que ni siquiera el Estado podría igualar para la compra de las conciencias de sufragantes, manejadores de opinión y funcionarios electorales.

Por supuesto, detrás de este sucio entramado aflora la naturaleza corrupta de nuestro sistema democrático, la inoperancia de nuestros partidos políticos, la desvergüenza de quienes se hacen elegir para obtener inmerecidos privilegios olvidando los intereses de la patria. En suma, tenemos un sistema que no nos representa y sólo sirve a las oscuras camarillas que nos gobiernan.

Parecido origen tiene el acompañamiento logrado por las trasnochadas tesis del marxismo-leninismo. Fue nuestra clase dirigente la que permitió durante años el adoctrinamiento de la juventud por parte de un sindicato comunista de maestros. Se ha proscrito la enseñanza del evangelio en contra de las creencias mayoritarias de nuestro pueblo, para instaurar la enseñanza del comunismo ateo, la ideología de género, el derecho al aborto y demás prácticas destructoras de la familia como institución básica de nuestra sociedad. ¡Hoy presenciamos impávidos cómo se queman iglesias sin que la autoridad intervenga, mientras se sigue adorando la imagen de un asesino como el Che Guevara!

Ni qué decir de la responsabilidad que cabe a la clase dirigente en este catastrófico resultado. Llevamos más de una década cohonestando desde el poder el materialismo de la extrema izquierda, patrocinando por acción u omisión el funesto negocio de la cocaína, permitiendo una perversa formación de nuestras juventudes, conviviendo con la corrupción sin adoptar drásticas medidas para su eliminación, alimentando el envenenado poder judicial y legislativo, mientras olvidamos las verdaderas necesidades de nuestras gentes.

No es un problema de la derecha como algunos piensan. Aquí nunca ha existido un partido de derecha. Las colectividades tradicionales han permanecido en la línea de partidos demoliberales, ahora movidos únicamente por apetitos burocráticos y presupuestales, no ideológicos. Tampoco confundamos al Centro Democrático con la derecha. En sus comienzos defendieron algunos principios de derecha como eran la seguridad o la defensa del estado de derecho. Luego se olvidaron de la lucha contra el espurio acuerdo de La Habana, eligieron un presidente que se encargara de implementarlo sin exigir nada a cambio, y ahora propugnan, con algunas honrosas excepciones, por una oposición “constructiva” con un gobierno que sólo quiere destruir al país.

Hay que buscar con sabiduría, no movidos por la pasión, el fondo de nuestra problemática, no nos quedemos en lo superficial. El fondo está, ni más ni menos, que en nuestro fallido sistema político. Tenemos que buscar con inteligencia un nuevo sistema que nos represente a todos, que elimine la corrupción política que ha destruido todo lo que toca, y que nos permita construir un nuevo país que respete a Dios, la patria y la familia. Quizás teníamos que tocar fondo para despertar a esta cruda realidad. Ahora corresponde el turno a nuestro sentido del deber y a nuestra inteligencia porque, como dijo Aurelio: “la inteligencia derriba y desplaza todo lo que obstaculiza su actividad encaminada al objetivo propuesto, y se convierte en acción lo que retenía esta acción, y en camino lo que obstaculizaba este camino”[1].



[1] MARCO AURELIO, Meditaciones, Editorial Grados, 1977, pag.106.