viernes, 17 de junio de 2022

Decepcionante

José Leonardo Rincón Contreras
Por José Leonardo Rincón, S. J.*

Tengo ya seis décadas y toda mi vida la he vivido en un país marcado por la violencia. Primero, la de los partidos tradicionales que tiñó de sangre nuestros campos y ciudades para hacer sentir la hegemonía liberal-conservadora. Bastante se hizo con el Frente Nacional al alternarse el poder durante 16 años. Bajó la matazón y pudimos comprobar que unos y otros eran la misma cosa y que con ese mano a mano se repartieron el ponqué. Hubo calma relativa pero no progresamos como deberíamos haberlo hecho. Las brechas sociales comenzaron a abrirse y nuevas violencias comenzaron a aparecer y cobrar fuerza: la guerrillera con sesgos ideológicos distintos, con iniciales causas nobles, luchaba contra ese Estado indiferente e indolente tras una sociedad más justa; la de la delincuencia común que comenzó a dejar de trabajar aisladamente para transformarse en bandas de crimen organizado; la paramilitar que se armó para suplir un estado ineficiente y permisivo que no ponía orden ni hacía cumplir la ley; la mafiosa proveniente del narcotráfico que comenzó a infiltrarse en todas las instituciones con su cultura traqueta del dinero fácil y mal habido y que logró desvirtuar las causas de izquierdas y derechas instalando un modo perverso de proceder: el todo vale.

Aquí estamos y somos producto de esa amalgama vergonzosa. Es un revuelto donde se hace imposible diferenciar quién es quién. Los que ayer se insultaban con saña, hoy se abrazan tiernamente. Los que ayer andaban juntos jurándose amor eterno hoy se declaran la guerra. En realidad, el país no importa, lo que cuentan son las ambiciones personales. De otro modo no se entiende lo que está pasando: un país descuadernado, con problemas estructurales muy graves, con una polarización política radicalizada. Tiene que haber mucha plata de por medio como compensación para querer dirigir este país. O contar con un masoquismo extremo o de verdad amarlo tanto para ofrendar la vida en tamaño holocausto.

Me resulta decepcionante el proceso electoral que hemos vivido. Dizque aparentemente se quiere el cambio. pero los de siempre, los mismos con las mismas, se han enfilado, alineado, acuartelado, en las “nuevas” propuestas para pernearlas con sus viejas mañas y no permitir avizorar algo distinto. La misma perra con diferente guasca, sentencia la sabiduría popular. Qué horror de campaña, qué nivel más sucio y bajo, qué ruindad y qué mezquindad. ¿Esos son los que van a dirigirnos este próximo cuatrienio? Después de despedazarse literalmente, quieren tender su mano con una rama de olivo para hacernos creer que es posible la armonía y la convivencia pacífica. Después de desacreditarse sistemáticamente se buscan para demostrarnos que son un gran equipo, idóneo y maravilloso. ¡A otro perro con ese hueso!

Gústenos o no, llegó la hora de elegir. Hay que participar. No podemos sustraernos de tamaña responsabilidad. Por el uno o por el otro, o si lo quiere en blanco, pero vote, manifiéstese, hágase sentir en lo que piensa, lo que quiere, hágalo conscientemente y con responsabilidad. No lo haga por despecho o con rabia, o porque las encuestas señalan en su tendencia, no lo haga porque toca votar por el menos malo. No vote contra sus convicciones. Se sabe que el voto en blanco no cuenta, pero se sabe también que es una descalificación contra las únicas opciones posibles. Y cuando se sepan los resultados y cuando ya estemos en el nuevo régimen, en vez de refunfuñar y maldecir pregúntese si aún estamos a tiempo para tener una mayor madurez política o si es demasiado tarde. Si decepcionante ha sido todo esto que estamos viviendo, más decepcionante será no haber tomado conciencia de la degradación a la que llegamos y haber seguido lo mismo, o peor. Como decía el otro: “¡Mi Dios nos coja confesados!”