José Alvear Sanín
En la terminología marxista, el Lumpen Proletariat está constituido por las clases desorganizadas y apolíticas de la sociedad,
desinteresadas de la revolución. Este inevitable acontecimiento, sin embargo,
puede ser acelerado por la acción decisiva del partido profesional
revolucionario concebido por Lenin, dirigido por intelectuales que despreciaban
lo que consideraban basura, porque Lump es, por definición,
“rufián, belitre, canalla, trapo, andrajo, guiñapo”.
Desde luego, eso era así en la época de las revoluciones
populares, en las que turbas hambreadas e irredentas, mediante el pillaje, la
revuelta, las barricadas, el incendio y el caos, asaltaban el poder para que el
partido, sobre las ruinas y la sangre, creara el impoluto y perfecto “hombre nuevo”.
Antaño, los lumpen proletarios (por tener prole) eran
miserables, ignorantes y ebrios, y no constituían potencial electoral porque
las elecciones —si las había— estaban reservadas a los propietarios o a quienes
sabían leer y escribir.
Hoy, en cambio, hay un abundante lumpen intelectual,
desinteresado, desde luego, por la revolución, pero que puede votar por quienes
interpretan su miseria conceptual. Este nuevo lumpen se encuentra en todas las
clases sociales. Hay desde nuevos ricos hasta indigentes. Pocos tienen hijos.
Muchos ostentan flamantes títulos universitarios, conducen vehículos, habitan
inmuebles cómodos, viajan por el ancho mundo y pasan horas enteras ocupados en
la basura electrónica.
Este lumpen constituye entonces una fuerza electoral
considerable, cortejada por una legión de docentes, comunicadores, faranduleros
e influencers, que los conducen a las urnas para votar por los
abanderados de una revolución que no osa decir su nombre, porque se presenta
como “progresismo” en lugar de comunismo.
En América Latina, desde hace largos años avanza la
revolución, dirigida por un staff secreto, permanente y dedicado, de
revolucionarios profesionales, que ejecuta con precisión matemática la
estrategia que requiere la demolición de los factores, creencias y principios
del orden social, de tal manera que se puede llegar al poder por la vía
electoral, bien acompañada siempre del fraude.
Quizás, hasta ahora, el logro principal de ese estado
mayor clandestino consiste en la promoción del lumpen cultural que está
decidiendo el rumbo de los países. Los secretos conductores de la
revolución han creado entonces un nuevo tipo de dirigente político, un lumpen personaje,
empático para electores igualmente ignaros.
Cuando uno considera la preparación intelectual y moral
de Maduro-Cilia, Ortega-Murillo, Evo y Boric (que no fue capaz ni siquiera de
ser abogado), y del grotesco Sombrerón, comprende el despotismo, el hambre, la
miseria y la corrupción que espera a la futura Unión de Repúblicas Socialistas
de América Latina (URSAL), si en Colombia llegan Petro y Francia, dos
incomparables ejemplares del lumpen intelectual, “el economista” y “la jurista”
—tal para cual—, adalides del resentimiento, el racismo, la falacia, la farsa,
para no hablar de su supina ignorancia, y no solo en lo relativo a las
profesiones en que afirman ser titulados…
¡No faltará quién me diga que esos personajes no son los
verdaderos gobernantes de los países que presiden, porque, en el comunismo, el
poder lo ejercen camarillas secretas todavía peores!