Por: Luis Guillermo Echeverri Vélez*
Llegó el momento en que los colombianos tenemos que razonar
con sensatez, sentido común y con acierto sobre nuestro propio destino. Hay dos
caminos, la opresión totalitaria tras la destrucción que ha seguido a las
promesas populistas, o el difícil camino de mantener la democracia en función
de libertad, igualdad y fraternidad.
Saliendo de un ciclo económico adverso y entrando en otro
de dimensiones aún desconocidas, ambos caracterizados por choques exógenos de
naturaleza global; el COVID-19 y la inhumana e innecesaria guerra contra
Ucrania y Occidente, generan una incontrolable carestía, afectan oferta y
demanda de la movilidad mundial, mercados financieros, términos de comercio
internacionales, y acentúan la pérdida de poder adquisitivo en términos reales
de todas las monedas del mundo.
La prohibición de reelección deja al gobierno Duque sin la
oportunidad de seguir realizando la tarea que contra viento y marea ha
conseguido adelantar en tan poco tiempo. El balance del país, presentado por
este gobierno acompañado por la tenacidad del emprendimiento nacional y de los
trabajadores colombianos, es bueno y loable, lo acreditan cifras, resultados y
un comparativo con la situación de naciones vecinas.
En medio de esta elección, lo que no puede perder Colombia
es el rumbo que lleva el bus en que vamos todos. Si queremos continuar el
camino productivo y no el de la destrucción y miseria por el que optaron
gobiernos vecinos siguiendo a Cuba y Venezuela, se puede cambiar con sensatez
la titularidad de la conducción del Estado, pero no perder la continuidad y
estabilidad que demanda nuestro desarrollo.
A nada bueno conduce el engaño populista. Equivale a
entregarle el volante del bus en que van nuestros hijos al colegio a un
conductor terrorista, ebrio de poder, resentido y asociado a un largo historial
criminal, o la administración de una guardería a pirómanos y violadores
reconocidos disfrazados de maestros educadores.
Es el momento de comprender que la política importa. La
responsabilidad hoy es de nosotros los ciudadanos. Es ahora cuando el sector
privado y sus líderes institucionales, defiendan el sistema de libertades. Cada
madre, padre, hermano, trabajador, empleador, cliente, proveedor, pariente o
amigo, debe explicarle a los demás que requerirnos unirnos para elegir un
presidente honorable y responsable.
No se trata de cambiar para empeorar. Menos dejar el camino
del desarrollo que nos permite transformarnos en una sociedad próspera,
engañados por la dialéctica de la retórica demagógica que históricamente ha
utilizado el populismo para sembrar miedo, odio, envidia y resentimiento en las
sociedades. Tenemos que estar más unidos que nunca en nuestra propia
diversidad.
Para comprender que el valor de la unidad de propósito como
nación está atado a la transformación enfocada en la cultura, la convivencia
ciudadana, el desarrollo y respeto por los principios y los valores éticos
consignados en nuestro pacto social, debemos entender el valor de la Declaración
de Derechos Humanos en contraposición a la herida que dejó la embriaguez
sanguinaria de poder de Robespierre emulada por el populismo actual y que es
solo la máscara detrás de la que se esconde la opresión que sobrevino a los procesos revolucionarios de Francia,
Rusia, China, Alemania Nazi, Corea del Norte, Cuba, Venezuela y todas las
naciones que han bebido la cicuta del comunismo.
“Libertad y Orden”. Pueblos e individuos libres, dentro del
marco de la legalidad. Jamás sometidos por las fuerzas anárquicas aliadas al
crimen organizado. “Igualdad”. Asegurada por una administración de justicia que
garantice que las oportunidades sean para quienes cumplan sus obligaciones
ciudadanas, y no para personas de mejor derecho que están por encima de las
normas y anteponen intereses personales e ideas políticas al bien común y el
interés general. “Fraternidad”. En la conducción del Estado con sentido social,
garantizando el emprendimiento y la inversión responsables y solidarias, como
única forma de generar valor y poder mantener la democracia.