domingo, 5 de diciembre de 2021

Emiratos Árabes Unidos: reflexiones desde Dubái Expo-2020

Luis Guillermo Echeverri Vélez
Por Luis Guillermo Echeverri Vélez*

¡Parece que vamos a convertir a Latinoamérica en la Tierra del Olvido!

1. Educar es construir cultura, lo cual demanda vocación, conocimientos, profesionalismo, generosidad, dedicación y disciplina. En cambio, destruir y malcriar es asunto sencillo.

Nuestra civilización entró en la era del conocimiento y dependemos de un ámbito global intercomunicado en tiempo real gracias a la convergencia digital, tecnológica y científica. Lograr o no la “SosTecnibilidad” del planeta y de sus especies requiere que el balance económico y social de cada país sea bueno, para que a los negocios y a los ciudadanos les pueda ir bien en materia de empleo, ingreso real y calidad de vida. Además, es imprescindible que cada región o bloque de naciones con identidad cultural, camine en la misma dirección, pues del progreso o el atraso de cada mercado depende del de sus vecinos o naciones hermanas.

Presencial o virtualmente nuestros maestros y los medios en buen uso de su misión de informar a la sociedad, con ética, mística y mentalidad positiva, deberían mostrarle como ejemplo a la juventud estudiante, todo lo que representa esta impresionante exposición mundial Expo-Dubai 2020, que encarna el globalismo y las comunicaciones convergentes, en lugar de seguir abonando la mediocridad y el resentimiento social, con la trasnochada sopa del populismo regional asociado con el terrorismo.

Al contrastar los estándares de progreso de regiones como la Unión Europea, algunos bloques asiáticos y del mediano Este, con el conjunto de las sociedades de América Latina, se concluye que, en lugar de progresar vamos en un franco retroceso. Mientras que el Asia galopa, en nuestro hemisferio, la inversión y las personas que desarrollan negocios en el sector privado, que son quienes contribuyen y mantienen nuestras economías, no encuentran cómo confiar en aquella otra parte de la sociedad que realiza la conducción política, judicial y administrativa de los Estados.

Al compararnos con casos de éxitos más recientes cómo los de Corea del Sur, los Emiratos Árabes Unidos, Israel, Singapur o Malasia, vemos cómo sus líderes crearon una cultura de superación basada en el respeto a la ley, el orden, la disciplina, el cumplimiento de las obligaciones, el ahorro y la seguridad ciudadana fundamentada en un comportamiento respetuoso de los derechos de los demás. Son naciones donde la sociedad castiga con fuerza la ilegalidad y la corrupción, y tiene un objetivo común: Trabajar para progresar.

2. El elevado costo de los egos, vanidades e Individualismos y de la politización del liderazgo institucional.

Cuando el interés general está primero que el personal, se invierte en educación y no en resentimiento, la justicia representa una garantía, se construye una infraestructura moderna, con la planeación adecuada, se mejora la eficiencia de los servicios básicos, la movilidad y la conectividad, se mantienen los sectores extractivos respetando el medio ambiente con eficiencia, y en general se vive un espíritu de progreso colectivo permanente.

Con escasas excepciones, el liderazgo político e institucional de nuestra región ha demostrado mediocridad y esterilidad en su capacidad constructiva y de ejecución, y cuando asoma la cabeza un buen líder, los egos y vanidades de sus pares, predecesores y opositores, levantan la mano y lo apedrean con alevosía, no sin estar ellos libres de pecado alguno.

Cada país acusa sus propios problemas, pero quienes tenemos responsabilidades institucionales debemos unirnos para reflexionar antes de que sea muy tarde y para que en lugar de décadas perdidas lleguemos a un punto de no retorno en materia de atraso y miseria colectiva.

Y es que cuando China y Rusia se han integrado a la globalización, no sin diferencias, claro está, son innegables los desastres políticos, sociales y económicos de Cuba, Venezuela, Nicaragua, para no hablar de lo que viene ocurriendo en Bolivia, Perú, Chile, Argentina, México y Ecuador, y de las amenazas ideológicas latentes en Colombia, Guatemala, Honduras y El Salvador.

No hay que ser ilustrado para entender que a diferencia de los líderes mundiales que construyen progreso y bienestar para las sociedades que conducen, el problema en Latinoamérica, más que un asunto de derecha e izquierda, es una mezcla de comunismo y populismo, agravada por falta de integridad personal y de responsabilidad, y por la permisividad con la corrupción y el crimen organizado.

Hoy, cuando más profesionales educados y capaces tenemos en la región, no se comprende cómo los egos y las vanidades de los líderes, no les permiten a los partidos fichar profesionales éticos y preparados, sensatos, con experiencia demostrada, alejados de la reencauchadora del clientelismo, caracterizada por reciclar personas “de profesión político”, que nunca han pagado una nómina ni enfrentado un estrés financiero en su vida.

Es culpa nuestra no elegir a las personas con las mejores aptitudes, calidad humana, formación ética, atributos profesionales y con vocación de servicio a la patria y retribución a la sociedad, y no solamente a su peculio o al de sus mecenas electorales de ocasión.

3. Un ejemplo de cuánto significa la conciencia social colectiva en función del progreso.

No hay que ir muy lejos para ver las diferencias de los modelos. Si un empresario argentino que da empleo y labora honorablemente va al Uruguay, observará un país mucho más pequeño pero organizado, que crece económicamente de manera estable, donde la gente está tranquila y convive sin miedo, donde la inflación es baja y el PIB per cápita es de tres o cuatro, aunque sus recursos y posibilidades no le lleguen a esta ni a los tobillos.

Lo que está claro es que el pueblo uruguayo asume con seriedad y responsabilidad sus posibilidades y es una sociedad más culta que la argentina, y donde la derecha es mejor que la derecha argentina y la izquierda es mejor que la izquierda argentina, y donde el pueblo es más educado, más sobrio, más humilde, y sabe que debe trabajar duro para vivir mejor. Un país donde todos cuidan un propósito común que se llama Uruguay, porque saben que necesitan que al país le vaya bien para que a todos les vaya bien.

4. ¿Y si Colombia se mira en el espejo qué pasa?

Pareciera que vamos a perder contra la mediocridad, sin darle una buena batalla. En la contienda del 2022 tenemos que ser inteligentes y como nación con 210 años de tradición democrática ininterrumpidos debemos hacernos las siguientes preguntas para no perder el rumbo del país:

4.1. Seguimos durmiendo con los enemigos del sistema de mercado y libre empresa.

¿Vamos a seguir el camino democrático sustentado en los principios fundacionales de la libertad y el orden que inició Uribe y hoy ha continuado Duque, o volvemos a la “lavandería” y la estafa electoral y legislativa en que nos sumieron con el acuerdo de Cuba?

¿Qué dicen quienes lideran los gremios productivos, acaso tenemos una crisis de unidad de propósito y liderazgo?

¿Cuál es la posición oficial de los gremios frente a que sigamos vinculando a la delincuencia organizada en los procesos políticos?

¿Cuál es el papel y la responsabilidad social de los medios de comunicación? ¿Será defender el sistema que los alimenta como empresas que son, o van a seguir alentando la mezquindad propia del discurso demagógico que maneja el populismo?

¿Quién, en lugar de criticar y renegar todo el día, se atreve a defender a un líder justo y sensato como el que tenemos? y ¿Quién es capaz de condenar a un puñado de proxenetas del terrorismo, indignos de toda consideración?

4.2. Sin seguridad jurídica no hay inversión; sin inversión no hay generación de empleo; y sin empleo las familias no tienen suficiente para mercar.

¿Qué dicen las desprestigiadas Cortes sobre su propia responsabilidad en relación con la impunidad y la sequía de justicia, que espanta en lugar de custodiar la inversión?

¿Qué tan politizadas y burocratizadas están las entidades de control como balanzas del equilibrio en la división de poderes?

¿Por qué da la impresión de que se dedican a obstruir a los que construyen, pero no se meten con los grandes delincuentes?

¿Qué dicen los controles internos, que deben tener las Cortes, sobre quienes mendigan o empeñan la “toga” y sobre los que se sabe que van al congreso para enriquecerse o para ayudar otros a robar?

¿Qué dicen sobre la realidad de una justicia paralela confeccionada a la medida de los intereses del narco-comunismo revolucionario internacional?

4.3. ¿Cuándo vamos a entender las razones por las cuales no se puede negociar con el terrorismo?

¿Qué opina la justicia democrática de los que están defendiendo las ideas importadas del movimiento inspirado en una revolución cubana de hace siete décadas, que desde sus inicios fracasó convirtiéndose en un régimen totalitario, opresor, esclavista y al que solo le queda mantener a su gente en la indigencia para poder exportar al resto de la región el virus de un comunismo violento y totalmente revaluado, en asociación con grupos narcoterroristas que se financian con todo tipo de actividades ilícitas?

¿Es democrático tener que competir en cualquier tipo de elecciones contra candidatos respaldados por las armas del narco-terrorismo y el crimen organizado?

4.4. El cambio es una constante en todo en la vida, menos en el liderazgo político colombiano.

¿Por qué no renovamos nada en la política regional y en la colombiana? La respuesta parece ser que, en nuestra cultura politiquera, a diferencia de las sociedades cultas donde los políticos que pierden una elección se hacen a un lado y permiten la sucesión, mientras aquí los políticos, ganen o pierdan, son más inmortales que los temibles “zumbies” de las películas de terror.

¿Por qué seguimos apegados y rindiéndole pleitesía a los mismos líderes anacrónicos de izquierda y de derecha que fracasaron, a los mismos actores clientelistas que no sueltan la teta y emulan una cultura mafiosa que no ha permitido que nos desarrollemos ni hayamos crecido a los niveles que deberíamos estar creciendo?

¿Por qué nadie logra armar un movimiento coherente, honorable, y con espíritu de servicio al progreso de nuestra sociedad?

¿A dónde vamos si los partidos están convertidos en agencias de empleo estatal de casi todos los populismos remedos de democracias actuales, especialmente en Iberoamérica? Va uno a ver los partidos de toda la región y encuentra que están inundados de estructuras abusivas y procedimientos sinuosos y son, casi todos, incapaces de calificar a nadie medianamente apto para conducir un país, por más que los resquicitos legales sean tan solo la cédula, la mayoría de edad, publicar cualquier mamarracho y hacer una que otra pavada.

5. En la primavera colombiana de abril y mayo pasados, a muchos líderes les pudo su vanidosa y mezquina arrogancia sobre su flaco compromiso con la patria.

En el contexto latinoamericano actual, resulta inaudito que en Colombia, los grandes líderes de los partidos políticos tradicionales incluidas sus disidencias, los expresidentes y hasta los altos directivos de los gremios, hayan impedido la entrada al Congreso de una obligada reforma social, y además hayan dejado solo al presidente de la República para que se arreglara como pudiera, precisamente cuando una oposición populista aliada con el comunismo regional, el castro chavismo y el narcoterrorismo criollo, que no le rebajan al presidente el calificativo de “dictador”, optaron por el terrorismo y las manifestaciones violentas, y trataron de bajarlo del poder a golpe de terrorismo cibernético y físico, liderando violencia en las calles y bloqueos a la economía en puertos y carreteras y en los barrios de las ciudades capitales.

El presidente Iván Duque, ha sorteado con firmeza tres tormentas al mismo tiempo:

i. La herencia de unas finanzas en crisis y un acuerdo leonino con el crimen organizado, forzado en la Constitución Nacional desconociendo la voluntad del electorado.

ii. La crisis sanitaria y la depresión económica causada por la pandemia; y

iii. Una oposición violenta vinculada al terrorismo urbano y cibernético y a las noticias falsas generadas por grupos ilegales, opositores políticos y perseguidores mediáticos que no le perdonan haberse elegido al lado de Uribe, un gran líder al que algunos injustamente han tratado de convertir en “El Diablo”, para ellos poder pecar.

El gobierno de Duque ha promovido una cultura de legalidad y emprendimiento, y ha manejado con éxito la prestación de los servicios de salud y la vacunación, las ayudas económicas para la continuidad de los negocios y para mantener empleos durante la pandemia, y las catástrofes naturales; ha realizado y entregado muchísimas obras de infraestructura que estaban paradas; ha combatido sin tregua el crimen organizado y el narco-terrorismo; pero, además, Duque alza hoy de manera ejemplar ante la comunidad internacional dos banderas importantes para Colombia, el mundo y la civilización:

i. El manejo probo de una crisis y un éxodo humanitario fronterizo sin precedentes, y

ii. La implantación de políticas de estado ambientales que compaginan la utilización de los recursos naturales con la mitigación y adaptación al cambio climático, y evitan la deforestación y la destrucción de la selva tropical húmeda, de la biodiversidad y de las cuencas acuíferas, sin menoscabo del desarrollo sostenible de nuestra sociedad.

6. La importancia de las políticas de Estado en materia de continuidad y consistencia.

Sin posibilidad de ser reelecto, los hechos muestran el gran trabajo de Duque y su equipo en medio de todo tipo de dificultades inconmensurables. Se equivocan de bola a bola los medios y los candidatos al creer que atacando al gobierno de Duque y a su gestión construyen algo positivo. Eso es tan estúpido como comprar una tierra produciendo y en lugar de abonarla, cuidarla y recoger la cosecha, destruyen los sembrados porque al nuevo dueño no le cae bien el anterior propietario.

Aquí jugaron todos los gallos al mismo tiempo, y por ahora no parece haber nadie determinado a recibir la posta y seguir avanzando en la construcción de futuro sobre la base de la legalidad y el emprendimiento en función de una mayor equidad social. No creo en la disculpa de la amplitud democrática frente al mérito ganado con esfuerzo, ni en las bondades de roscas políticas clientelistas, menos cuando llevan engendrada la trampa en favor de la conveniencia personal.

No me como el cuento de que avalemos a cualquiera para aspirar a conducir los destinos del país por el solo hecho de venir del abanico de figuras públicas mediáticas, más conocidas por sus escándalos que por sus realizaciones, y mucho menos por el hecho de ser un guerrillero resentido, permisivo con el narcoterrorismo, activista social, intelectual radicalizado o académico despistado.

7. Colombia tiene que asumir el liderazgo democrático y la representación regional dando ejemplo de valores y sensatez.

No nos equivoquemos. Ni nos conformemos con importantes victorias parciales en la región. El tema es de fondo y la crisis de valores no es asunto de Derecha o Izquierda, es generalizada. Convengamos en que hemos permitido que se genere inconformidad, y de ahí la locura de apoyo parcial a los populismos.

Los ciudadanos que no pertenecen al cerrado circulo de la contienda política lo que quieren escuchar se relaciona con la incertidumbre de cuál será su futuro en materia de confianza, y esto es: su seguridad física y la de su familia, su empleo y la estabilidad de su ingreso, el acceso a la salud, la seguridad de sus ahorros, las garantías jurídicas a la inversión acompañadas de menor intervención del estado y más facilidades para desempeñar el emprendimiento y la actividad privada. Aquí en esta cultura latina, unos pecan por la paga y otros pagan por pecar.

Aprendamos del propósito de orden, disciplina de las naciones que lideran el progreso, respetando la virtud de nuestras libertades democráticas, y levantemos entre todos a Colombia y a la región. No dejemos a los indefensos en manos de los mismos, de la mediocridad de los cínicos que operan un sistema infestado de demagogia, ni de las alimañas que respaldan a quienes predican el populismo injurioso y el odio de clases disfrazado de justicia social.