Por José Alvear Sanín
No es únicamente en Colombia donde grandes
medios masivos de comunicación son propiedad de poderosos grupos económicos. Es
esa una situación que plantea grandes interrogantes sobre su capacidad de
influir sobre la opinión pública, pero a pesar de los inconvenientes que la
propiedad capitalista de los medios presenta, muchísimo peor es la situación
donde regímenes totalitarios tienen el monopolio de todos los órganos,
escritos, televisivos, radiofónicos, fílmicos, editoriales…
No es este el lugar ni el momento para
ocuparnos del monopolio informático global y aterrador que actualmente ejercen
las redes digitales globales, antesala de un control del pensamiento mil veces
más eficaz que el de los nazis y los comunistas en el siglo xx, porque debemos
ocuparnos de Colombia, a meses de unas elecciones definitivas.
Los medios independientes, cercanos a los
partidos tradicionales, como eran El Tiempo, El Colombiano, La Patria, El País,
Vanguardia, Caracol, RCN, etc., de propiedad de familias de periodistas,
pasaron en las postrimerías del siglo anterior a formar parte de conglomerados
que buscaban un “dividendo político” para sus propietarios, capaces así de
influir sobre el país. También grupos extranjeros compraron algunos órganos,
pero finalmente cada uno de los tres grandes cacaos tuvo su imperio mediático.
En esas condiciones se podría pensar que el
dividendo común para los magnates fuera la defensa de las instituciones que
hicieron posible el funcionamiento de una economía de libre mercado, cuya
vigencia aseguró la existencia y prosperidad de esos grupos empresariales. En
el mundo real esas instituciones, a pesar de inevitables imperfecciones,
también aseguran la existencia de regímenes de corte democrático, capaces de
mantener las libertades personales y propiciar el progreso económico y social.
Parecía entonces que ningún sector tendría
mayor interés que el de los medios en la preservación del orden constitucional,
la democracia representativa y los medios tradicionales.
Sin embargo, no ha sido así. Los medios masivos
fueron infiltrados por una intelligentsia
que los pone al servicio de los designios revolucionarios. Aquí entonces, la
extrema izquierda revolucionaria dizque es de “centro”, mientras los que a
ellos se oponen son tachados de “extrema derecha” cuando no de “fachos”; y los
criminales de lesa humanidad son parlamentarios, vedettes informáticas y
líderes sociales. El prevaricato cotidiano de las altas cortes es acatado como
“derecho” y un manto de silencio cubre todas las actividades criminales de la
subversión, mientras los grandes problemas nacionales son tergiversados o
escamoteados a la ciudadanía, obligada a creer que el robo del plebiscito es la
fuente prístina del derecho constitucional.
Los propietarios de los medios, en vez de
reaccionar y depurarlos, han permanecido impasibles y siguen tolerando su
ocupación por unos profesionales de la desinformación y la falacia. El
resultado está a la vista: un electorado desorientado, ignorante de lo que está
en juego (su libertad, nada menos, y además, su sustento), que progresivamente
es adoctrinado en todas las tendencias disociadoras que conducen al nihilismo
electoral, propicio a la revolución.
A mí se me hace que es bien tarde para que los
dueños de los medios reaccionen, pero más valdría tarde que nunca. Si los
cacaos siguen tolerando irresponsablemente que sus medios lleven al país al
socialismo del siglo xxi, nunca serán perdonados. Es verdad que después de
algún frágil acomodo perderán sus empresas y que podrán llorarlas desde su
dorada expatriación, mientras para 50 millones de sus compatriotas solo habrá
hambre y miseria por incontables años.
***
La política es el camino para que hombres sin
principios puedan dirigir hombres sin memoria.
—Voltaire