Por José Leonardo Rincón, S. J.*
Cinco años celebra el acuerdo de paz. Más de
cuatro tomó firmarlo. Una década dilatarlo. Por lo menos 30 anhelarlo.
Belisario Betancur fue el primer mandatario que
recurrente y formalmente, en su discurso, habló de la paz y de la necesidad de
alcanzarla. Romántico y poeta soñador, suspiraba con el asunto, después de ser
testigo de primera mano del desangre bipartidista y de los albores de la
guerrilla. Banderas blancas y palomas resultaron ser icónicos símbolos que se
fueron desgastando con el paso de los años, por los escasos resultados y por la
falta de voluntad política para lograrla por parte de quienes tenían en sus
manos hacerlo.
No ha sido fácil, no todo ha sido fracaso, pero
es un hecho que, desde entonces, hemos recorrido un tortuoso camino hacia la
paz. Hubo evidencias relativamente tempranas de que era posible. Sobresale lo
logrado con el M-19, un grupo que siempre rompió el molde de la guerrilla
convencional, comunista e influenciada ideológicamente por las líneas de Moscú
o Pekín. Sin embargo, la paz ha tenido siempre enemigos y detractores, unos
ocultos y soterrados, otros abiertamente manifiestos. Pareciera que la paz no
es un unánime objetivo y eso resulta desconcertante.
Personalmente estoy convencido de que hay un
grupo importante para quien la guerra, o conflicto armado, o como quieran
llamarlo, es un negocio lucrativo. Al fin y al cabo, la venta de armamento a
nivel global es rentable como toda industria que se respete. Tendrá, pues, que
alimentar destrucción y muerte en cualquier latitud mundial, paradójicamente,
para poder sobrevivir. Divide y reinarás es su consigna porque, como dice otro adagio:
en río revuelo, ganancia de pescadores.
Para otros, no puede haber paz si no hay vindicación.
La monstruosa guerra ha generado miles de víctimas en todos los bandos. Sabido
es que muchas familias han padecido en carne propia la tragedia de perder
miembros de uno y otro lado. El dolor es enorme y las heridas están abiertas.
No es fácil eso de perdón y olvido. La memoria se mantiene viva y por eso la
repetición es una amenaza constante.
Pero también el asunto es de justicia y equidad.
En tanto no existan, la paz no será posible. Respecto de la justicia, duele en
el alma la impunidad. Todo tipo de desgracias acontecen y no pasa nada. Sin
Dios ni ley los delincuentes, vulgares y los de alto coturno, se pasean orondos
y retadores, fortalecidos frente a un sistema penal debilitado, sin dientes ni
recursos, cada vez son más descarados y agresivos. Respecto de la equidad, es vergonzoso
saber que nuestro país es de los más inequitativos del mundo por la
distribución de su riqueza: unos pocos tienen mucho y la gran mayoría poco o
nada. Si eso que está de moda llamar capitalismo consciente se hubiera puesto
en práctica antes, los ricos tendrían más riqueza, pero habría poca pobreza y
una mayoritaria clase media con sus necesidades básicas satisfechas. Otro sería
el cuento.
Hace casi 40 años el presidente de la Comisión
de la Verdad, Francisco de Roux, escribió un texto magistral sobre los vacíos
de la paz, un escrito ágil y asequible para comprender que, en tan complejo panorama
colombiano, unas cuantas y acertadas decisiones hubiesen marcado un rumbo
diferente y agrego yo, muchas vidas se habrían salvado y seríamos un país
próspero y con mejores estándares en todo.
La paz seguirá su tortuoso camino hasta que
dejemos de ser tan mezquinos solipsistas que solo pensamos en nuestro confort
particular, así los otros estén en la olla, y, hasta que efectivamente y con
hechos demostremos que ese cacareado amor por la patria se traduce en transformaciones
sociales profundas. Es claro que solo los acuerdos firmados no eran suficientes
y que por más fallas que pudieran tener eran el inicio de una nueva etapa, pero
primó más el afán de retaliación, del “ojo por ojo y diente por diente”,
así quedemos todos ciegos y muecos. Entre tanto, otros nos están sacando
provecho. Así las cosas, hago un llamado a los tuertos que quedan para que
tengan un tris de sensatez y cordura a ver si logramos salvarnos y vivir en
paz.