Por Pedro Juan González Carvajal*
Esta época impactada por la pandemia,
a la cual no debe ni puede llamarse por ahora post pandémica, ‒puesto que
todavía no la hemos superado‒, ha servido para que los líderes de las
diferentes organizaciones puedan evidenciar su real valía, su entereza y su
capacidad para enfrentar grandes retos.
Es el momento del ejercicio de la
verdadera gerencia por parte de verdaderos gerentes, de asumir riegos, de tener
prudencia, de ser proactivo, de ser motivador, retador e inspirador. Se pondrán
en evidencia los gerentes mediocres, aquellos que saben pasar de agache, que
están llenos de lugares comunes y que ponen el consenso ‒que es un medio y no
un fin‒ por encima de los resultados inmediatos que hoy se requieren.
Esta posibilidad es una real
exigencia, pues lo que hoy se encuentra en riesgo es la factibilidad, la
viabilidad, la sostenibilidad y la sustentabilidad de todas las organizaciones
planetarias, en el entendido de que, en términos económicos, cuando alguien
pierde, alguien puede estar ganando y viceversa.
Y es que hoy el principal objetivo a
lograr por las organizaciones es la supervivencia que garantice la continuidad
de la operación, el cumplimiento de los compromisos, la preservación de los
puestos de trabajo, la atención a las demandas de los públicos objetivos ‒stakeholders‒
y el impacto positivo en el entorno para servir como detonantes de cadenas de
reacción positivas.
La cabeza de la organización debe
hacer un gran esfuerzo por mantener la cabeza fría, lo cual no es fácil, pues
las decisiones deben tomarse basados en la urgencia para atender la coyuntura ‒que
no da espera‒ ya que están supeditadas a decisiones de instancias superiores, a
decisiones que se toman en caliente sobre otras decisiones, a la dinámica, los
ritmos y el compromiso de los miembros del equipo de trabajo, que no siempre
son lo que se requiere, ya por su parsimonia, ya por su incapacidad para
atender varios frentes al tiempo, ya por su desorden, ya por su incompetencia,
ya por su temor o ya por su falta de comprensión y dimensionamiento de lo que
está en juego. Estamos evidenciando, al menos en Colombia, la lentitud con la
cual se toman decisiones, se elaboran procesos, se desarrollan proyectos y se
obtienen resultados, tanto en las organizaciones privadas, como en las públicas,
como en las sociales.
Pasar de la teoría a la práctica, de
la idea al resultado, es una verdadera epopeya.
Hay que entender que estamos en un
momento del tiempo similar al de un período de guerra. Quien no lo entienda
así, quien no lo enfrente así, se convertirá en un lastre y en un estorbo para
la dinámica organizacional requerida para pretender salir adelante.
Hay que hacer en menos tiempo lo que
antes daba espera. Hay que revisar y ajustar los presupuestos, hay que ajustar
y cumplir con los cronogramas, hay que evaluar y revaluar el portafolio de
productos y servicios, hay que escuchar las sugerencias de los funcionarios en
caso de que sean propositivos, hay que liberar las cargas fijas y tratar de
convertirlas en variables, hay que mantener o crecer los márgenes de
contribución gracias a ejercicios que permitan mejorar la eficiencia y la
eficacia de los procesos, hay que sacarle mayor provecho a los activos y
capacidades instaladas y ante todo, ser flexibles, proactivos, creativos,
innovadores, ágiles y fluidos en el implementación, es decir, hay que hacer que
las cosas sucedan.
Además, es necesario saber si lo que
se tiene es un negocio cuyos ingresos dependen de eventos de alta probabilidad
y bajo impacto ‒bajos márgenes‒, lo cual lleva necesariamente a la exigencia de
los volúmenes, o si dependen de eventos de poca probabilidad y alto impacto, ‒negocios
grandes‒, lo cual nos lleva a la búsqueda de altos márgenes.
Mención aparte merece la necesidad de
mantener unido y motivado al equipo o grupo de trabajo. Todos tenemos intereses
particulares, presiones individuales, familiares, empresariales, académicas,
compromisos económicos y proyectos en remojo y además tenemos que atender y
rendir en todos los frentes. Es así de duro, pero esa es la realidad que nos ha
correspondido vivir.
La forma histórica de hacer las cosas,
la reverencia a lo tradicional, ante esta coyuntura, podrían convertirse en la
soga que apriete nuestro cuello y nos ahogue.
Es el momento no solamente de
controlar gastos, sino, paralelamente, de generar más ingresos.
Uno no puede quitarle el oxígeno a la
organización recortando gastos y costos de manera indefinida: si no hay cuidado
con esto, podemos terminar anulando a la organización.
También es el momento de los
sacrificios, de realizar contribuciones haciendo labores marginales,
redistribuyendo cargas, de buscar economías de escala, de hacer realidad las
integraciones horizontales y verticales en caso de que sean aplicables a la
organización en particular, de no duplicar esfuerzos, de hacer las cosas bien
desde la primera vez, que no haya que repetir mucho, que no congestionemos con reuniones
permanentes, que dejemos trabajar a la gente.
No es el momento de remilgos, ni de
debilidades, ni de contemplaciones, ¡Es hora de actuar!
¡Buena suerte y buena mar!
Nota: como es tradicional, el nombre propuesto para la nueva
mal llamada reforma tributaria, “Proyecto de Ley de Solidaridad Sostenible”,
es bien intencionado y es engañoso, pues trata de desvirtuar el verdadero
sentido del proyecto de ley: asegurar un recaudo adicional para solventar la
caja del Gobierno.