Por John Marulanda
Con 2,78 millones de colombianos descendidos a la pobreza extrema
y 3,6 millones a la pobreza, como consecuencia inmediata de la pandemia del coronavirus
chino, el plato está servido para los truculentos profetas, los falsos redentores
y los sociópatas de siempre. Jóvenes, en su mayoría de la clase media, se han convertido
en idiotas útiles de avezados propagandistas, agitadores no tan jóvenes y de hábiles
manipuladores de redes sociales. Gracias a ellos, la emoción y no la razón está
arruinando a Colombia, un país que durante más de sesenta años soportó el ataque
de bandas de la izquierda extrema manteniendo su debilitada democracia, a pesar
de todo.
Extranjeros y redes sociales
Ya lo señalaron 41 asociaciones de militares retirados quienes
en un comunicado advirtieron: “rechazamos cualquier intervención extranjera,
provenga de donde provenga, que, a través de redes sociales o medios cibernéticos,
apoye las acciones de perturbación y desestabilización del país y difunda falsas
informaciones para crear un ambiente internacional hostil al gobierno elegido democráticamente
y a las fuerzas armadas legítimas y legales de Colombia”. 24 horas después de
este pronunciamiento, Bogotá expulsó al primer secretario de la embajada de Cuba
por actividades indebidas. Hace cuatro meses expulsó a dos espías rusos, el año
pasado expulsó a varios agentes del Sebim y la Dgcim venezolanas, y también a miembros
del G2 cubano. La presencia de activistas venezolanos en las células de terrorismo
urbano es frecuente, según los informes policiales.
Si algo identifica la actual turbulencia colombiana, es la guerra
cibernética y de medios, característica fundamental de una guerra de quinta generación.
Mentiras convertidas en realidades a golpe de repetición, como lo recomendaba Goebbels
y utilizando las redes sociales, tecnología que ha cambiado la alienación colectiva.
La mamertería parasitaria de organismos internacionales, que no es poca, desinteresada
en el destino de estos países accesorios a los intereses de las potencias, repite
sin rubor los titulares de videos mentirosos y noticillas amañadas en documentos
y declaraciones oficiales que crean matrices de opinión dañinas para el país.
La propia ONU, la OE, la Unión Europea, el Parlamento alemán,
el New York Times y los matasietes de siempre como Vivanco, Borrel, Menchelon, Bachelet
y otros, han desconocido ramplonamente a los patrulleros asesinados a cuchillo,
de las instrucciones de “ofrecerles café con veneno” a los policías, del intento
de quemarlos vivos en su cuartel. La simplificación bizca de lo que está en desarrollo,
forma parte de la estrategia de desestabilización.
Como nunca, las redes y los medios han sido los protagonistas
de la protesta de una sociedad agobiada por el desempleo y la pobreza, pero manipulada
por una minoría violenta que logró venderle al mundo la imagen de un gobierno dictatorial
y una policía masacradora de inocentes, algo muy alejado de la realidad.
La experiencia de Cali
El sitio y la toma de Cali, por parte de “mingas” indígenas
y sus guardias paramilitares, además de células armadas del ELN y activistas extranjeros,
es solo el ensayo de una táctica callejera de pequeños grupos sembrando la zozobra
ante las miradas impotentes de policías y soldados, con sus armas inutilizadas por
magistrados cómplices o jueces despistados, ausentes de la realidad.
Mientras los ciudadanos desesperados ven sus residencias, bienes
y comercios vandalizados, caciques prevalidos de su “indigenismo” y con su característica
tozudez, se movilizan en lujosas camionetas último modelo, blindadas y escoltados
por congéneres armados. Tiranuelos coloridos llegados de feudos establecidos sobre
los cultivos ilícitos de coca más grandes del mundo. Observadores anotan que la
amenaza de fumigación de su negocio, es el verdadero motivo de sus desafueros.
Otro aspecto capital que señalan los militares y policías retirados
en su comunicado es la advertencia de “graves riesgos de rechazo social violento
por parte de la gran mayoría de ciudadanos cansados de tantos actos violentos absurdos
que están causando desabastecimientos, crispación, aumento de la crisis pandémica
y muertes”. Contra esas minorías que están arruinando la vida de millones, ya
se ven asomos de reacciones comunitarias violentas que podrían terminar en una confrontación
civil mayor, con consecuencias que pueden ser terribles y de largo aliento para
toda la región.
Pero la izquierda no cede. Sus capataces, desde sus lujosos
apartamentos y fincas, ven fracasar la retoma del poder que se inició con el asalto
a las calles a finales del 19. Un año después y pandemia de por medio, en Chile
no es claro que la izquierda vaya a obtener su constitución socialista; en Perú,
la balanza se inclina fuertemente hacia la Fujimori; en Bolivia, el evismo perdió
bases electorales en más provincias de las esperadas y en Ecuador no cuajó el regreso
de Correa. Queda Colombia, la “joya de la corona”. El asedio a su sociedad y el
ataque a sus fuerza militares, tiene que continuar so pena de un fatal ostracismo
político del imbecilismo comunista, socialista.