Por José Alvear Sanín*
Aparte del infierno, tan aterradoramente
descrito por Dante, hay que considerar los infiernos en la tierra, los campos
nazis de concentración, el Gulag, las trincheras en la Gran Guerra, las
prisiones colombianas y las del M-19 y las FARC (¡“cárceles del pueblo”!).
Siempre me ha impresionado Sartre, cuando en Huit clos exclama: “L´Enfer c´est les
autres”.
Ante el nuevo Petro que nos prodigan los medios
audiovisuales: otro prudente burgués, bien vestido y rasurado, de hablar
pausado en tono menor, con buena y aprendida dicción, vale la pena recordar
algo sobre la vida bajo el comunismo.
La civilización arranca con la invención de la
individualidad. El primitivo no es consciente de su singularidad, ignora la
soledad, no posee bienes, familia ni derechos; poco sabe del pasado, y como
vive en un eterno presente, el futuro no lo inquieta ni le da esperanzas. No
bien acabo de escribir estas tres líneas cuando, horrorizado, me golpea el
parecido de las sociedades sometidas al comunismo con las que están surgiendo
inspiradas por el Nuevo Orden Mundial…
Desde luego, no falta quienes pregonan la
felicidad del que vive desposeído de todo, pero inmerso en una sociedad a la
vez urbana, tribal y tecnológica, donde todos son sostenidos por las magras
dádivas del benévolo Estado.
Dejemos de lado estas consideraciones, más
propias de la antropología, para volver a la Colombia que inicia, ahora sí en
firme, el camino de la revolución.
Una de las carencias que más afligen es la
contemplación de los tugurios, donde en numerosos países viven tantos seres
humanos en miserables condiciones: mugre, hacinamiento; para beber, aguas
contaminadas; aguas servidas encharcadas, fetidez y epidemias; carencias
alimenticias y culturales. Este espectáculo lleva a muchos a luchar por una
revolución que cambiaría esas condiciones en un estado idílico de felicidad
igualitaria. Otros, en cambio, preferimos luchar por un cambio social basado en
el trabajo, la creación de riqueza, la educación liberadora.
La construcción masiva de vivienda se considera
la primera herramienta hacia la transformación positiva, que eleva a las gentes
en la medida en que una sociedad productiva hace posible la justicia social.
Con razón la doctrina social pontificia considera como primordial función la de
propiciar que toda familia sea propietaria de un hogar digno.
Pero por desgracia, cuando triunfa la
revolución marxista-leninista, de los nuevos amos se apodera un frenesí de
cambios radicales y apresurados, para eliminar la desigualdad. Construir
viviendas requiere tiempo y esfuerzo. En cambio, expropiarlas y parcelarlas
para que la familia del lumpen pase a ocupar una alcoba en las casas de la
anterior burguesía, es la solución expedita y gratuita, que realiza de golpe la
igualdad prometida.
Esa fórmula, salida del magín de Vladimir
Ilich, convierte cada casa en un pequeño infierno de suciedad, rencillas, ruido
de músicas y consignas radiales, inodoros fétidos, paredes sucias y deslucidas,
niños llorando y gritando mientras sus madres pasan horas esperando la leche y
las cajas clap que reparte el providente Estado.
L´Enfer
c´est les autres, tanto en la URSS y la china de Mao como
en Cuba y Venezuela…
Y ahora esa perspectiva aterradora amenaza a
Colombia. Ya Petro no habla en público de que cada familia debe limitarse a 65
m2, dejando el resto de la casa para otros…
La vida comunista no solo es carcelaria.
También parcela el infierno y lo pone al alcance de todos.
***
¿Gobernar? ¿O dialogar, negociar y entregar…?
***
Y ahora, 616 páginas de supra-supra Constitución con el ELN, para la rendición.