Por José Leonardo Rincón, S. J.*
El
46º presidente de Estados Unidos es también el 2º católico e igualmente demócrata
que llega a la Casa Blanca. Hace 60 años fue John F. Kennedy como el más joven,
en tanto ahora Biden lo hace como el más longevo. Juró cumplir la Constitución
y la Ley, después de asistir devotamente a la eucaristía en la catedral dé
Washington y de hacer bendecir su mandato con una plegaria a cargo del jesuita
Leo Donovan, amigo de su familia.
El
Papa Francisco en su mensaje de felicitación le pidió trabajar por el
entendimiento, la reconciliación y la paz en una nación que desde su fundación
ha sido inspirada por valores éticos, políticos y religiosos. Lo exhortó,
además, a acertar en sus decisiones en la búsqueda de construir una sociedad
caracterizada por la auténtica libertad, justicia y respeto de la dignidad y
los derechos de todas las personas, especialmente de los pobres, los
vulnerables y los sin voz.
A
pocas horas de iniciar labores, el nuevo Presidente, entre otras, tomó tres
decisiones muy importantes que reversaron las determinadas por su predecesor y
que sin duda hicieron eco del llamado pontificio: No a que Estados Unidos
construya un muro en la frontera con México; no a que Estados Unidos abandone
la Organización Mundial de la Salud; no a que Estados Unidos abandone el Acuerdo
de París sobre el cambio climático.
Ya
Francisco hace años tuvo su pública diferencia con Trump a propósito de ese
nuevo muro de la infamia que pretendía construir. Entonces le dijo que no se
debían levantar muros sino tender puentes. Estados Unidos es esencialmente un
país de inmigrantes, pero muchos de quienes lograron instalarse allí,
arribistas y desclasados, olvidaron sus orígenes de pobres y desterrados y no
quieren que otros ahora lo hagan.
Del
mismo modo, era un despropósito que el país mayormente aportante de la OMS, en
plena pandemia, dejara a la deriva esta institución que ayudó a fundar
precisamente para buscar mejores oportunidades de salud pública para todas las
naciones del mundo, especialmente las más necesitadas.
Y
en la misma dirección, que la nación más poderosa asumiera la actitud
negacionista respecto del cambio climático e ignorara deliberadamente este
gravísimo problema global era un absurdo exabrupto. Si algo llama la atención la
encíclica Laudato sí es precisamente que el mundo es nuestra casa y que la obligación
moral que todos tenemos es cuidarlo, protegerlo y hacerlo sostenible.
Ya
los críticos y opositores, que los ha tenido desde antes de asumir su cargo, cuestionan
si como católico obedecerá al Papa extranjero o a la Constitución que juró
defender. No. Obedecerá su conciencia bien formada como demócrata y al hacerlo
coincidirá no con los llamados romanos, sino con los principios evangélicos que
han orientado siempre a la humanidad por siglos, sin distingos odiosos, sin
exclusiones, sin macartizaciones ni polarizaciones, buscando siempre lo mejor
para todos. No lo duden. Bienvenido Biden, católico y demócrata.