Por John Marulanda*
Las elecciones confirmaron que el chavismo está sólidamente
sentado en un bloque de hielo. Melosidades como las del español Zapatero o
gimoteos de asesinato como los de Maduro, solo sirven para aumentar la
temperatura ambiente. Pero la calentura que definitivamente puede generar un
caos regional está a 800 kilómetros de Caracas y 500 de Bogotá,
aproximadamente.
Lo que sucede actualmente en las fronteras Armenia -
Azerbaiyán, India - China y Siria - Irak, palidece frente a lo que se está
desarrollando en la colombo - venezolana. Caracas y Bogotá creen tener un
aceptable control sobre ella, pero lo han perdido totalmente. Anuncios
burocráticos, nuevas medidas, movimiento de fuerza pública, cierre de pasos
fronterizos formales, planes, proyectos e inversiones, son solo titulares,
francos algunos, maliciosos otros, que caen en ese agujero negro que todo lo
absorbe dentro de su propia energía negativa.
Esos 2.219 kilómetros, son un albañal con una guerra
irregular subestimada por los dos gobiernos, alimentada por el narcotráfico, la
minería ilegal y la corrupción, estimulada por ambiciones políticas locales que
salpican; además, intereses norteamericanos, de la parásita Cuba, de la
izquierda continental y provechos geoestratégicos extracontinentales. Si hasta
Hezbolá actúa discreta pero efectivamente allí.
No hay poder civil, policial, ni militar, que ejerza una
verdadera autoridad fronteriza. El tráfico ilícito de personas, de armas, de
alimentos, de ganado, de gasolina, de sexo -y de juguetes por época navideña-
es el día a día. Policías, guardias, soldados, son reyes de burla de caciques
farianos, elenos, milicias, colectivos, “boliches” y de bandas transnacionales
como Los Pelusos, La Línea, La Frontera, Los Rastrojos, Las Águilas Negras, El Tren
de Aragua, Los Urabeños, los carteles del Golfo, de Sinaloa, Jalisco y otros,
que reclutan jóvenes sin esperanza y dominan comunidades indefensas. Las FARC,
con 9 frentes en 13 Estados y el ELN con 10 frentes en 18 Estados, se colaboran
y se enfrentan entre sí, al vaivén de la dinámica de la oferta y demanda
delincuencial del momento. En uno de sus peores errores, el madurismo ha
certificado patente de corso a los narcocarteles de las FARC y el ELN para que
delincan, a cambio de convertirse en la defensa estratégica armada de la revolución.
Todos mandan, nadie manda, nadie obedece, cada cual lucha por crear, mantener o
expandir su feudo.
Millones de venezolanos, unos huyendo del desastre y otros
retornando a la querencia, se hacinan en los puestos de Atención Social
Integral, refugios sin suficientes recursos alimentarios y de sanidad,
convertidos en “campos de concentración”. En pocos meses, la pandemia pondrá en
riesgo más de 4,3 millones de niños venezolanos que necesitarán asistencia
alimentaria para sobrevivir, según la Unicef, y gran parte de esta carga se
agregará a la frontera. La actual generación de jóvenes venezolanos se está
convirtiendo en lo que alias Marcola, un capo brasileño jefe del Primer Comando
Capital, describió como una mutación social de la posmiseria, “una nueva
cultura asesina, ayudada por la tecnología, satélites, celulares, Internet,
armas modernas. Es la mierda con chips, con megabytes”.
De toda esta pestilencia, salen gran parte de los recursos
que sostienen el régimen de Miraflores y el dinero que está fortaleciendo los
carteles transnacionales de las FARC y el ELN, defendidos por la bancada
comunista congresional en Bogotá.
Bombardear los campamentos y concentraciones de las FARC y
el ELN en Meta, Casanare, Arauca, Vichada, Guaviare, Guainía y Amazonas,
debilitará estas galopantes estructuras del crimen organizado transnacional y
retardará la consolidación de la frontera como una tierra de nadie. Y se
deberá hacer antes de que estos narcoterroristas bombardeen objetivos en
Colombia, utilizando los drones de tecnología iraní fabricados en Venezuela. Se
necesitará carácter, eso sí, para soportar el chillido de Maduro anunciando la
llegada de los marines, la gran prensa acusando al gobierno colombiano de
guerrerista y el riesgo inminente de los misiles rusos Igla. Operaciones
quirúrgicas con fuerzas especiales, son la otra opción.
Pero Washington, Caracas y Bogotá continúan “guabineando”,
vacilando, ante la mirada atenta de Pekín, Moscú, Teherán y Estambul.
La frontera colombo-venezolana es un sumidero sin control
efectivo de ninguna autoridad, abandonada a su propia dinámica, con un tictac
activado que puede llevarnos al peor dolor de cabeza en la historia colombo - venezolana.
Es la más crítica e inminente amenaza a la seguridad regional, que cada día
delinea un símil del conflicto sirio en Latinoamérica.