miércoles, 9 de diciembre de 2020

Ante vistosas candidaturas oportunistas

José Alvear Sanín
Por José Alvear Sanín*

No parece posible hacer política sin proyección de futuro, en un país que desde hace años vive dentro de una bien coordinada ofensiva revolucionaria. A partir de la imposición, contra la voluntad popular, de una supraconstitución cuyo objetivo es la transición del orden demoliberal al socialismo totalitario, no es posible ignorar lo que se nos viene encima.

Por tanto, es inexcusable pensar que en Colombia nada pasará y que la política puede hacerse como toda la vida, ignorando que, si dentro de 21 meses asciende al poder la izquierda revolucionaria, todo terminará para nuestro civilizado régimen, el de las libertades individuales, el desarrollo económico dentro del marco de la libre empresa, el de la tridivisión del orden público y el de la alternancia en el gobierno.

Así sean todo lo discutible que se quiera, las encuestas indican que hay dos candidatos, que muy posiblemente ocuparán los dos primeros lugares en la primera vuelta de la elección presidencial. Quedar de 3°, 4° o 6°, de nada sirve, aparte de la vanidosa satisfacción personal.

En consecuencia, la acción política tendiente a preservar el orden democrático constituye un imperativo moral, mientras que las actuaciones que debiliten las instituciones, o fragmenten las fuerzas políticas, son gravemente inmorales, porque abren la puerta a la revolución.

El establecimiento político pretende ignorar la dimensión ética y sigue actuando con la mayor insensatez. Todos a una se aferran al cumplimiento de un acuerdo final que los dejará sin oficio a partir de 2022, si alcanza la presidencia el candidato peor, o en 2026, si llega el menos malo, que también es pésimo, porque está comprometido con los fines, aunque difiere sobre los medios. Con el uno la cosa es de golpe. El otro lo aplaza cuatro años…

Ahora bien, en las condiciones que vive el país, hay que sacudir la indiferencia y rechazar la idea de que hay que aceptar lo que se viene, porque siempre habrá manera de acomodarse con el nuevo régimen o de pactar un modus vivendi, de moderar la revolución, para que finalmente nada pase… hay muchos que así piensan, unos ya adhirieron al candidato peor, el que disfruta de licencia judicial para seguir impune; mientras otros se preparan para negociar con el triunfador.

Por eso, en vez de aparecer un aspirante con vocación de poder, empiezan a lanzarse (¿desde cuál piso?) candidatos a granel, sabedores del inevitable fracaso de sus campañas, salvo para el vanidoso disfrute de vitrina en los próximos meses, o para calcular la posibilidad de negociar alguna cuota de poder, antes de la 2ª vuelta, o después, si se tiene alguna fuerza parlamentaria.

¡Vanos cálculos!, como los que hicieron los partidos alemanes, cuyas divisiones permitieron el ascenso de Hitler al poder; o como los torpes dirigentes chilenos que pactaron con Allende el respeto a la Constitución. Unos y otros, a los pocos meses, habrían de arrepentirse amargamente. Y no solo ha sido así en ambos ejemplos, porque la revolución hace tabla rasa de todo lo preexistente, empezando por los execrados políticos “burgueses”.

Sé que esta columna, marginal y políticamente incorrecta, no tiene muchas posibilidades de conmover a nuestros políticos burgueses, pero no puedo dejar de expresar angustia frente a un establecimiento que, si en esta hora de nona no se une en defensa de la democracia, condenará a 50 millones de colombianos a un horror de tipo venezolano.

Por tanto, debemos insistir en aquello de reconstrucción o catástrofe, porque, si se sigue ignorando la incompatibilidad de la democracia con el socialismo castro-chavista y no se deroga el tal “acuerdo final”, la pesadilla será muy amarga y durará muchísimos años de hambre, opresión, miseria y muerte.