José Leonardo Rincón, S. J.*
Sentir vergüenza es la expresión emocional que se experimenta cuando uno sabe que se ha equivocado, la ha embarrado, ha hecho algo que no debió haber hecho, pero sentir vergüenza ajena es cuando el otro, el que debería sentirla, no la siente y le toca a uno “reemplazarlo”. Dícese entonces que el tal personaje es un soberano sinvergüenza.
Qué pena con todos los trumpistas de esta comarca, pero su ídolo da grima. Grotesco, exacerbado en todas sus actuaciones, en personas medianamente inteligentes debería suscitar natural rechazo. Más que a la persona, que demuestra no estar en sus cabales y en ese sentido inspira lástima, sobre todo a sus reprochables comportamientos que hay que recordárselos a los amnésicos turiferarios del poder gringo que adrede olvidan sus acciones nada éticas. Esos genuflexos convencidos de que entre más lo estén, creen que más prebendas van a obtener.
Seductor de mujeres hermosas, ansiosas de salir del anonimato participando en sus concursos de belleza o posando para el magnate, de galán caballero pocón, pocón y sí mucho de macho alfa, guache y atrevido, maltratador y grosero con periodistas o con personalidades como lo hizo, por ejemplo, con Nancy Pelosi, presidenta de la Cámara, dejándola con la mano extendida, ignorándola como si allí no estuviese.
Ricachón multimillonario, evasor de impuestos, como se lo han demostrado, ha sabido hacerle el quite al erario público, asesorado por avispados abogados trubutaristas. Hijo de inmigrantes, no ha ocultado su arribismo y desclasamiento persiguiendo e insultando a quienes desde el tercer mundo anhelan el “american dream”, queriendo levantar muros kilométricos para sentirse seguro en su feudo.
Xenófobo, mira con desprecio a quien no posee cabellera dorada así sea de bisoñé. A mexicanos y canadienses los obligó a firmar humillante tratado de comercio en condiciones claramente desventajosas. Chinos abominables quiso hacerles sentir que su vertiginosa mejora era de tercera y le ha tocado callarse y aceptar que ahora ellos son los primeros. Norcoreanos con los que le tocó hacerse pasito cuando vio su arsenal nuclear listo para el ataque. Bananas Republics a las que les ordena qué hacer. Rusos enemigos con los que se alió para llegar al poder.
En campaña para la reelección, ha acudido a mil artimañas sucias y de mal gusto, mintiendo por doquier a través de Twitter, desesperado como ha estado al darse cuenta de que su pésimo manejo de la pandemia que ha infectado 10 millones de norteamericanos y ha matado más de 240 mil, le ha pasado factura. Conciente como debe serlo que no ha cumplido sus promesas. Ridiculizando a Biden, su contrincante, y tachándolo ridículamente de castrochavista, como si el influjo de esos otros tiranos del polo opuesto fuera tan definitivo; denunciando sin pruebas que ha habido fraude, incitando al odio y la violencia, anunciando que de perder no aceptará los resultados, es decir, bombardeando desde dentro la democracia que supuestamente él representa.
Qué pena, pues, con quienes aquí, cual obsecuentes
cortesanos, lo admiran, siguen y acolitan. Qué fiasco les va a resultar, qué
pena ajena nos produce. Ojalá a la oficina oval llegue el veterano señor Biden,
el que no tiene mucho carisma pero al menos tiene modales. La política hay que
cambiarla o ese individuo nefasto de quien hoy hablamos va a llevar a los
Estados Unidos a la debacle. Y ellos y nosotros nos merecemos mejores líderes.