viernes, 20 de noviembre de 2020

Saber ganar, saber perder

José Leonardo Rincón Contreras
Por José Leonardo Rincón, S. J.

Los recientes acontecimientos, políticos y deportivos, que han copado la atención nacional e internacional, me han dado pie para compartir con ustedes algunas reflexiones sobre el saber ganar y el saber perder en la vida.

Lo que he aprendido con el tiempo es que hay que ser humildes en el triunfo y dignos en la derrota. Y la lección se aprende precisamente por contraste con lo que uno observa.

De hecho, la vida es eso: ganar y perder. No siempre se gana, no siempre se pierde. Mejor aún, no conviene siempre ganar, ni tampoco siempre perder. La primera situación puede generar un triunfalismo exacerbado haciéndole creer al que gana que es lo máximo, lo mejor, lo non-plus ultra. La segunda situación puede desembocar en un complejo de inferioridad, apocamiento y derrotismo. La realidad existencial, comentábamos el otro día, se mueve entre esas dos realidades. Unas veces se está arriba, otras abajo. Y uno no debe ser más porque lo alaben, ni menos porque lo vituperen. Uno, sencillamente, es. Claro, si gana, sepa que un día puede perder. Si pierde, sepa que puede ganar. De preclara sabiduría es estar preparados para saber vivir las dos realidades. Se ha demostrado que una persona que se ha mal acostumbrado a ganar, el día que pierde es terrible. Igual, el que siempre ha perdido y un día gana corre el riesgo de desaforarse en la celebración.

El grotesco espectáculo que nos ha dado el actual inquilino de la Casa Blanca con sus berrinches y sus pataletas, es solo comparable al de un mocoso malcriado e inmaduro. Ya lo dije en su momento: da pena ajena. En contraste, su contendor, ha estado discreto y bastante parco, sin alharacas, sin tanta bulla. Los hechos se imponen. El primero, no ha sabido perder, el segundo, ha sabido ganar.

A la par, también dice la sabiduría popular que “en la mesa y en el juego se conoce el caballero” y lo afirma así pues son dos espacios donde uno se muestra naturalmente, tal cual como es. Pues bien, las derrotas consecutivas de nuestra selección de fútbol, han evidenciado nuestro talante deportivo. Somos malos ganadores y malos perdedores. Cuando triunfamos, nos comemos el cuento de que somos lo mejor. Ganamos el primer partido y nos creímos ya clasificados a Qatar. En el segundo empatamos, el tercero perdimos y en el cuarto fue la debacle. Qué malos todos, hay que echar al técnico, hay que renovar a esa manada de troncos. Hace un mes, alabábamos en los gloriosos. Hoy denigramos en los dolorosos. 30 años vivimos ufanándonos del 4-4 con Rusia. No sé cuántos del empate con Alemania y del 5-0 a Argentina. Subimos como palmas y caemos como cocos. Nos sentimos campeones del mundo y terminamos como aguateros del equipo del barrio. No hay proporciones. No hay cultura deportiva. Pareciera que la vida no hubiese dejado lecciones.

Para colmo, los turiferarios de ambas realidades, azuzan, desorientan y distorsionan. Dan grima por su falta de objetividad y cabeza fría. Se dejan llevar de sus pasiones y no son capaces de tomar distancia crítica y crecer en sensatez. Son ciegos y sordos, no ven más allá de sus narices y no quieren oír nada distinto de zalamerías y lambetazos. Obsecados y tercos como mulas viven en su burbuja: ese es todo su universo.

Vamos a ver cómo evolucionan las cosas. Cada quien se devela frente a estas realidades. Tanto en la política como en el deporte nos falta todavía mucho pelo pal moño. En la primera, estoy plenamente convencido de que hay que buscar una alternativa de centro dado que los extremos, tan aparentemente distintos, finalmente son lo mismo. Y el segundo, hay que dar un compás de espera. Ni tan cerca que queme al santo, ni tan lejos que no lo alumbre. En la vida hay que saber ganar y hay que saber perder.