Por José Leonardo Rincón, S. J.
Los
recientes acontecimientos, políticos y deportivos, que han copado la atención nacional
e internacional, me han dado pie para compartir con ustedes algunas reflexiones
sobre el saber ganar y el saber perder en la vida.
Lo
que he aprendido con el tiempo es que hay que ser humildes en el triunfo y
dignos en la derrota. Y la lección se aprende precisamente por contraste con lo
que uno observa.
De
hecho, la vida es eso: ganar y perder. No siempre se gana, no siempre se
pierde. Mejor aún, no conviene siempre ganar, ni tampoco siempre perder. La
primera situación puede generar un triunfalismo exacerbado haciéndole creer al que
gana que es lo máximo, lo mejor, lo non-plus
ultra. La segunda situación puede desembocar en un complejo de
inferioridad, apocamiento y derrotismo. La realidad existencial, comentábamos
el otro día, se mueve entre esas dos realidades. Unas veces se está arriba,
otras abajo. Y uno no debe ser más porque lo alaben, ni menos porque lo
vituperen. Uno, sencillamente, es. Claro, si gana, sepa que un día puede
perder. Si pierde, sepa que puede ganar. De preclara sabiduría es estar preparados
para saber vivir las dos realidades. Se ha demostrado que una persona que se ha
mal acostumbrado a ganar, el día que pierde es terrible. Igual, el que siempre
ha perdido y un día gana corre el riesgo de desaforarse en la celebración.
El
grotesco espectáculo que nos ha dado el actual inquilino de la Casa Blanca con
sus berrinches y sus pataletas, es solo comparable al de un mocoso malcriado e
inmaduro. Ya lo dije en su momento: da pena ajena. En contraste, su contendor,
ha estado discreto y bastante parco, sin alharacas, sin tanta bulla. Los hechos
se imponen. El primero, no ha sabido perder, el segundo, ha sabido ganar.
A
la par, también dice la sabiduría popular que “en la mesa y en el juego se conoce el caballero” y lo afirma así pues
son dos espacios donde uno se muestra naturalmente, tal cual como es. Pues
bien, las derrotas consecutivas de nuestra selección de fútbol, han evidenciado
nuestro talante deportivo. Somos malos ganadores y malos perdedores. Cuando
triunfamos, nos comemos el cuento de que somos lo mejor. Ganamos el primer
partido y nos creímos ya clasificados a Qatar. En el segundo empatamos, el
tercero perdimos y en el cuarto fue la debacle. Qué malos todos, hay que echar
al técnico, hay que renovar a esa manada de troncos. Hace un mes, alabábamos en
los gloriosos. Hoy denigramos en los dolorosos. 30 años vivimos ufanándonos del
4-4 con Rusia. No sé cuántos del empate con Alemania y del 5-0 a Argentina. Subimos
como palmas y caemos como cocos. Nos sentimos campeones del mundo y terminamos
como aguateros del equipo del barrio. No hay proporciones. No hay cultura
deportiva. Pareciera que la vida no hubiese dejado lecciones.
Para
colmo, los turiferarios de ambas realidades, azuzan, desorientan y
distorsionan. Dan grima por su falta de objetividad y cabeza fría. Se dejan
llevar de sus pasiones y no son capaces de tomar distancia crítica y crecer en
sensatez. Son ciegos y sordos, no ven más allá de sus narices y no quieren oír
nada distinto de zalamerías y lambetazos. Obsecados y tercos como mulas viven
en su burbuja: ese es todo su universo.
Vamos
a ver cómo evolucionan las cosas. Cada quien se devela frente a estas
realidades. Tanto en la política como en el deporte nos falta todavía mucho
pelo pal moño. En la primera, estoy plenamente convencido de que hay que buscar
una alternativa de centro dado que los extremos, tan aparentemente distintos,
finalmente son lo mismo. Y el segundo, hay que dar un compás de espera. Ni tan
cerca que queme al santo, ni tan lejos que no lo alumbre. En la vida hay que
saber ganar y hay que saber perder.