Por John Marulanda*
En el seminario arquidiocesano de Santa Rosa de Cabal,
intentaba saber si el llamado al apostolado de Dios era mi destino en esta
tierra. Medraba en esas silenciosas aulas una nueva iglesia, supuestamente más
militante y comprometida con los pobres y la propuesta tenía el sabor romántico
de las órdenes mendicantes del siglo XIII, muy atractivo para jóvenes deseosos
de compromiso. La carga del celibato fue mucho para mí y renuncié al
sacerdocio.
Años después, como comandante militar en áreas azotadas por
el ELN y las FARC, percibí simpatía de algunas monjas y curas veredales por los
bandoleros que exhibían a Camilo Torres como un profeta elevado al cielo cuando
intentaba quitarle el fusil a un soldado, en su primer –y último– combate. El
ELN, organizado, entrenado, equipado y sostenido por la dictadura castrista,
acogió en 1969 a unos curas aragoneses que llegaron a Colombia a lomo de esa
nueva iglesia cristiana, a asesinar soldados, policías y campesinos dizque para
liberarnos. Nunca ha sido claro de quién o de qué aún nos quieren liberar.
Posteriormente, mientras estudiaba filosofía e historia en la Universidad de
Santo Tomás, me paseé por los textos del presbiteriano brasileño Rubem Alvez,
del teólogo peruano Gustavo Gutiérrez, de Helder Cámara, Paulo Freire, los hermanos
Boff, monseñor Gerardo Valencia Cano, el Pacto de las Catacumbas, la
Conferencia de Medellín de 1968 y, en fin, la revista Cristianismo y Revolución,
y otras diletancias para nada liberadoras. “El buen cristiano es un apóstol
de la acción”, me aleccionó un dominico.
Acostumbrado a ejecutar sin miramientos a quienes
consideraban revisionistas o traidores y arropado en la bandera de la Teología
de la Liberación, el ELN asesinó en 1999 al obispo de Arauca, monseñor
Jaramillo Monsalve, de 73 años, ejecutado de cuatro disparos de R-15 por la
espalda, en absoluto estado de postración. Así marchaba la tal Teología que
debía “…siguiendo el ejemplo de Cristo, observar un amor especial por los
pobres”.
Medio siglo después de su fundación, el ELN, otro cartel
del narcotráfico y la minería ilegal, del crimen organizado transnacional,
realiza actos terroristas como el de la Escuela Santander (21 estudiantes
muertos) en enero de 2019, comete los peores ecocidios de Latinoamérica con sus
voladuras de oleoductos y cuenta con el respaldo del gobierno venezolano
mientras el cubano protege a sus octogenarios cabecillas. Gracias a estas
circunstancias, la banda ha crecido en pie de fuerza, en armamento y ya hace
presencia en la frontera con Perú, en la provincia de Loreto.
En julio de este año, el obispo de Cali, Darío Monsalve,
reconocido por su manifiesto amor cristiano por las bandas narcocriminales de
las FARC y del ELN, acusó al gobierno de “venganza genocida”, lo que obligó al
Vaticano a apartarse de tal pronunciamiento, a todas luces irreal y mentiroso.
Un grupo de ciudadanos caleños ha pedido que se releve de su responsabilidad
pastoral a este controvertido obispo. Desde otro escenario, en la Comisión de
la Verdad, el cura de Roux, su director, otro manifiesto afecto a los objetivos
del ELN, impostando mansedumbre y con voz venenosamente queda, adelanta su
apostolado ideológico con fondos del mismo sistema que aspira a destruir. Todo
eso complementado con la tal JEP, un engendro creado por el secretario del
Partido Comunista español, que, como se acaba de demostrar, miente
descaradamente con el cuento falsificado por uno de sus magistrados sobre un
desaparecido en Urabá, que nunca lo fue y que, como es la consigna, lo quieren
cargar a la lista de ejecuciones extrajudiciales del ejército.
Por supuesto que La Habana y Caracas se frotan las manos
mientras ven avanzar en Colombia estos fracasados endriagos socialistas, con el
avinagrado apoyo de solideos y bonetes. Y de Ak-47, claro. Pero, a pesar de
esta ofensiva, la opinión pública colombiana, curtida en violencia y
corrupción, continúa en su inmensa mayoría despreciando las propuestas asesinas
de la tal Teología de la Liberación.
En este escenario, ojalá el próximo presidente de Estados
Unidos desarrolle un Plan Colombia II, so pena de que Colombia se convierta en
el foco definitivo de miseria comunista para toda la región y esta, en el
bocado favorito de China y la amenaza principal a la seguridad de la potencia.