martes, 10 de noviembre de 2020

De cara al porvenir: obsecuencia

Pedro Juan González Carvajal
Por Pedro Juan González Carvajal*

La obsecuencia es una característica vinculada al sometimiento y a la condescendencia. El término deriva del vocablo latino obsequentia. Aquel que es obsecuente pretende congraciarse con alguien por conveniencia propia o por temor. Por eso actúa con una amabilidad fingida o exagerada, buscando la aprobación del otro.

Cada vez más, esta característica se convierte en pan de cada día en medio de una sociedad cuyo nivel educativo es bajo, aunque el nivel de alfabetización sea alto. Una cosa es estudiar y otra cosa es formarse y prepararse para entender y aportar, a partir de un criterio y una personalidad, que se respete a sí misma y obviamente respete las de los demás.

Una cosa es el respeto y la obediencia y otra cosa es aceptar, per sé, que el jefe tiene la razón, o que al jefe hay que hablarle endulzándole los oídos alrededor de las lógicas, las posiciones y los temas que a él le interesan.

Le debe respeto y obediencia el cardenal al papa, no obsecuencia.

Le debe respeto y obediencia el coronel al general, no obsecuencia.

Le debe respeto y obediencia el ministro al presidente, no obsecuencia.

Le deben respeto y obediencia al gobernador y al alcalde los secretarios, no obsecuencia.

Le debe respeto y obediencia el periodista al editor, no obsecuencia.

Le debe respeto y obediencia el empleado al gerente, no obsecuencia.

La obsecuencia es adulación y la adulación es debilidad.

Podríamos seguir con los ejemplos, relacionados todos con la línea de mando o la autoridad, pero es que lo importante es reconocer que la obsecuencia, nubla los sentidos, genera posiciones genuflexas y aíslan al personaje de autoridad ante quien se rinde la obsecuencia, de un verdadero contacto apropiado con la realidad.

Yo amo el fútbol y sigo las transmisiones televisivas de nuestra liga de fútbol y he decidido bajar el volumen de la trasmisión, pues no tengo la paciencia suficiente para tolerar el servilismo o la obsecuencia con la que, por ejemplo, nuestro gran exfutbolista Farid Mondragón repite unas 100 veces por partido la perorata de que “Estoy totalmente de acuerdo con Carlos Antonio”, entre otras curiosidades el mejor comentarista de fútbol del país.

Y es que parece que expresar la opinión propia fuera un despropósito que puede incomodar al superior o jefe temporal, pues todos los jefes terminan siendo temporales.

No señor, el intercambio abierto y argumentado de las propias posturas con las ajenas es la base de la tolerancia y de todo el espíritu democrático de quienes creemos en la democracia como sustantivo y no en la democracia como adjetivo.

Además, las posturas obsecuentes son irresponsables, pues priorizan la facilidad de la relación, al cumplimiento de los deberes y el apoyo al superior para que los problemas puedan ser reconocidos, comprendidos y enfrentados.

Para ser amigo mío, no a todos les tiene que gustar el Atlético Nacional, ni el bizcocho de chocolate, ni el libre pensamiento, ni la lectura, ni la argumentación directa, ni mucho menos mis preferencias políticas o gastronómicas.

La obsecuencia se generaliza y por eso hoy evidenciamos la inexistencia de verdaderos líderes. El pasar de agache, el decir o hacer lo políticamente correcto, no lo necesario, el evitar generar discusiones o conflictos, el dilatar la toma de decisiones importantes, son el signo del nuevo estilo de mal llamado liderazgo que hoy observamos.

Casi siempre las relaciones laborales establecen y condicionan los criterios de decisión y las exigencias de comportamiento de los vinculados en términos de responsabilidad y compromiso, así como de las posturas éticas adoptadas como correctas, lo cual se vuelve dialéctico y complejo.

¿Cuál sería la postura de un profesional a quien nombraran como director de una Corporación Autónoma Regional encargada del tema ambiental, con respecto a la explotación minera? ¿Cuál sería la postura de ese mismo profesional si lo nombraran alto ejecutivo de una empresa minera, con respecto al tema ambiental? Difíciles parangones que cotidianamente se observan y ante los cuales debe existir por parte de los profesionales, un alto nivel de idoneidad, una evidente fuerza de carácter, unos innegociables principios éticos y un gran compromiso con los altos intereses de la nación.

La obsecuencia ridiculiza las relaciones y lleva a la indiferencia, a la indolencia, al importaculismo criollo y lo que es más lamentable, al “sálvese quien pueda”.

Rescatemos a Antonio Gramsci cuando dice: “Odio a los indiferentes. Creo que vivir es tomar partido. Quien verdaderamente vive no puede dejar de ser ciudadano ni de tomar posición. La indiferencia es abulia, es parasitismo, es cobardía, no es vida. Por eso, odio a los indiferentes. La indiferencia es el peso muerto de la historia. Es la bola de plomo para el innovador y la materia inerte en la cual frecuentemente se ahogan los entusiasmos más esplendorosos”.