Por Pedro Juan González Carvajal*
La obsecuencia
es una característica vinculada al sometimiento y a la condescendencia. El
término deriva del vocablo latino obsequentia.
Aquel que es obsecuente pretende congraciarse con alguien por
conveniencia propia o por temor. Por eso actúa con una amabilidad fingida o
exagerada, buscando la aprobación del otro.
Cada vez más,
esta característica se convierte en pan de cada día en medio de una sociedad
cuyo nivel educativo es bajo, aunque el nivel de alfabetización sea alto. Una
cosa es estudiar y otra cosa es formarse y prepararse para entender y aportar,
a partir de un criterio y una personalidad, que se respete a sí misma y
obviamente respete las de los demás.
Una cosa es el
respeto y la obediencia y otra cosa es aceptar, per sé, que el jefe tiene la razón, o que al jefe hay que hablarle
endulzándole los oídos alrededor de las lógicas, las posiciones y los temas que
a él le interesan.
Le debe respeto
y obediencia el cardenal al papa, no obsecuencia.
Le debe respeto
y obediencia el coronel al general, no obsecuencia.
Le debe respeto
y obediencia el ministro al presidente, no obsecuencia.
Le deben respeto
y obediencia al gobernador y al alcalde los secretarios, no obsecuencia.
Le debe respeto
y obediencia el periodista al editor, no obsecuencia.
Le debe respeto
y obediencia el empleado al gerente, no obsecuencia.
La obsecuencia
es adulación y la adulación es debilidad.
Podríamos seguir
con los ejemplos, relacionados todos con la línea de mando o la autoridad, pero
es que lo importante es reconocer que la obsecuencia, nubla los sentidos, genera
posiciones genuflexas y aíslan al personaje de autoridad ante quien se rinde la
obsecuencia, de un verdadero contacto apropiado con la realidad.
Yo amo el fútbol
y sigo las transmisiones televisivas de nuestra liga de fútbol y he decidido
bajar el volumen de la trasmisión, pues no tengo la paciencia suficiente para
tolerar el servilismo o la obsecuencia con la que, por ejemplo, nuestro gran
exfutbolista Farid Mondragón repite unas 100 veces por partido la perorata de
que “Estoy totalmente de acuerdo con
Carlos Antonio”, entre otras curiosidades el mejor comentarista de fútbol
del país.
Y es que parece
que expresar la opinión propia fuera un despropósito que puede incomodar al
superior o jefe temporal, pues todos los jefes terminan siendo temporales.
No señor, el
intercambio abierto y argumentado de las propias posturas con las ajenas es la
base de la tolerancia y de todo el espíritu democrático de quienes creemos en
la democracia como sustantivo y no en la democracia como adjetivo.
Además, las
posturas obsecuentes son irresponsables, pues priorizan la facilidad de la
relación, al cumplimiento de los deberes y el apoyo al superior para que los
problemas puedan ser reconocidos, comprendidos y enfrentados.
Para ser amigo
mío, no a todos les tiene que gustar el Atlético Nacional, ni el bizcocho de
chocolate, ni el libre pensamiento, ni la lectura, ni la argumentación directa,
ni mucho menos mis preferencias políticas o gastronómicas.
La obsecuencia
se generaliza y por eso hoy evidenciamos la inexistencia de verdaderos líderes.
El pasar de agache, el decir o hacer lo políticamente correcto, no lo
necesario, el evitar generar discusiones o conflictos, el dilatar la toma de
decisiones importantes, son el signo del nuevo estilo de mal llamado liderazgo
que hoy observamos.
Casi siempre las
relaciones laborales establecen y condicionan los criterios de decisión y las
exigencias de comportamiento de los vinculados en términos de responsabilidad y
compromiso, así como de las posturas éticas adoptadas como correctas, lo cual
se vuelve dialéctico y complejo.
¿Cuál sería la
postura de un profesional a quien nombraran como director de una Corporación Autónoma
Regional encargada del tema ambiental, con respecto a la explotación minera?
¿Cuál sería la postura de ese mismo profesional si lo nombraran alto ejecutivo
de una empresa minera, con respecto al tema ambiental? Difíciles parangones que
cotidianamente se observan y ante los cuales debe existir por parte de los
profesionales, un alto nivel de idoneidad, una evidente fuerza de carácter,
unos innegociables principios éticos y un gran compromiso con los altos
intereses de la nación.
La obsecuencia
ridiculiza las relaciones y lleva a la indiferencia, a la indolencia, al
importaculismo criollo y lo que es más lamentable, al “sálvese quien pueda”.
Rescatemos a
Antonio Gramsci cuando dice: “Odio a los
indiferentes. Creo que vivir es tomar partido. Quien verdaderamente vive no
puede dejar de ser ciudadano ni de tomar posición. La indiferencia es abulia,
es parasitismo, es cobardía, no es vida. Por eso, odio a los indiferentes. La
indiferencia es el peso muerto de la historia. Es la bola de plomo para el
innovador y la materia inerte en la cual frecuentemente se ahogan los
entusiasmos más esplendorosos”.