miércoles, 11 de noviembre de 2020

¡No es lo mismo!

José Alvear Sanín
Por José Alvear Sanín*

Acaba de pasar la quincena trágica. A Bolivia regresó, en cuerpo ajeno, el gran cocalero. A diferencia de Chávez, que incrementó el despilfarro secular hasta el total agotamiento de un país que fue riquísimo, Evo apenas recogió la única y efímera bonanza boliviana (petrolera, gasífera y de litio), para malbaratar unos 50.000 millones de dólares en proyectos alocados y en corrupción clientelista y tribal. Ahora, un país mal acostumbrado retorna a la pobreza tradicional, bajo los postulados poco prometedores del socialismo del siglo xxi.

Luego en Chile. Como los pueblos no tienen memoria, la sombra victoriosa de Allende se pasea ahora por Santiago y nadie recuerda el hambre, la violencia y la destrucción del aparato productivo causadas por alguien que prefiguraba a Maduro como economista y a Petro como pensador. Un año de motines “pacíficos”, un metro destrozado, iglesias en llamas y la economía en ruinas, pero la prensa mamerta mundial y los optimistas despalomados de siempre celebran la constituyente gárrula, que descuadernará al país, esterilizará su economía y abrirá las puertas del Estado a la demagogia progre y socialista.

La tragedia de ambos pueblos, por dolorosa que sea, principalmente a ellos afecta, mientras la de los Estados Unidos es de orden universal. Sin embargo, se oyen voces en Colombia en el sentido de que para nosotros da lo mismo Trump o que sea Biden. ¡No, no es lo mismo!, porque con el segundo vendrá un nuevo acomodo, innecesario y vergonzante, con el castro-chavismo, como el de Obama, de consecuencias nefastas para nuestro país, amenazado de un destino similar al del vecino.

Pero ahí no para el asunto. El regreso de la camarilla gestora del nuevo orden mundial afectará a todo el mundo, porque tras del anciano decrépito y logrero y de la abortista pavorosa, se mueven fuerzas descomunales para la destrucción de la familia y la civilización. El “matrimonio igualitario”, el abortismo desenfrenado (hasta el momento mismo del alumbramiento), el feminismo radical y agresivo, la inculturación de la infancia en la ideología de género, el activismo Lgtbi, la persecución religiosa, la reescritura vengativa de la historia y la iconoclastia, son las banderas manchadas del actual partido demócrata.

Y en lo tocante a la preservación de la democracia y de los Estados nacionales, los nuevos inquilinos de 1600 Pennsylvania Ave. estarán más inclinados a resignarse que a oponerse al ascenso chino, mientras su apego por la democracia no pasa del nombre del partido.

Los episodios de fraude que dan origen a este gobierno, así escapen a la calificación judicial politizada e inmediata, no dejarán de inquietar a politólogos e historiadores. La imposible auditoría sobre millones de votos postales inseguros, los numerosos votantes muertos, el recuento sin testigos, los votos destruidos por escrutadores, entre otros acontecimientos, indican hasta dónde se llega en los estertores de la democracia.

Trump, arrogante y antipático, se enfrentó con energía descomunal al nuevo orden mundialista, globalista y masónico. En cambio, nadie sabe quiénes son los verdaderos y secretos amos políticos que regresan al poder en Washington.

Además, no es la primera vez que un anciano reblandecido e incapaz llega a la presidencia de los Estados Unidos. El primero de ellos en representar el mayor poder mundial fue Woodrow Wilson, al salir vencedor de la I Guerra Mundial. Fue reelegido en avanzado estado de demencia senil y los últimos dos años de su gobierno (1919-21) fueron ejercidos por Mrs. Wilson y el secretario de Estado Lansing.

Ahora bien, si Biden se muere o lo incapacitan, Kamala llegará a reeditar de manera aumentada y obediente a la camarilla clandestina, la horrenda presidencia de Barak Obama, para extender por todo el mundo el Nuevo Orden, dictadura debilitante de un Occidente moribundo, incapaz de enfrentarse al ascenso chino y al fundamentalismo islámico.

Con un Vaticano extraviado en la teología de la liberación y con los Estados Unidos en clave progre-globalista, la soledad de los colombianos de bien será agobiadora, pero aunque nos abandonen, no dejaremos la lucha.

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¡Reconstrucción o catástrofe!