Por Pedro Juan González Carvajal*
Cuando parecía que el bestiario estaba completo
o que los países desarrollados estaban exentos de fenómenos propios del
trópico, apareció en la tierra de la democracia y de las sólidas instituciones,
un caudillo digno del tercermundismo.
No es del caso analizar los resultados del
gobierno de Trump pues ese ejercicio corresponde a los norteamericanos y,
además, con seguridad, como todo gobernante, tendrá muchos asuntos pendientes,
pero también importantes logros. ¡Si hasta los últimos presidentes de Colombia
han tenido algunas cosas buenas!
El análisis radica, más bien, en la postura de caudillo tropical que ha
asumido en su cuatrienio de gobierno, su desconocimiento de la
institucionalidad y de tradiciones sagradas para el pueblo de los Estados
Unidos y la penosa actitud frente a los resultados electorales, atrincherándose
en la Casa Blanca y negándose a reconocer su derrota, aferrándose a un fraude
que solo existe en su realidad virtual en la cual desde hace ya meses, había
empezado a plantear que le iban a robar las elecciones, posiblemente previendo
que los votantes iban a reaccionar frente al errático manejo de temas tan
delicados como la pandemia y que los medios de comunicación iban a enfilar sus
baterías en su contra luego de cuatro años de malos tratos.
El precedente que está sentando Trump es
doloroso para Estados Unidos y peligroso para el resto del mundo. Si en el país
emblema de la democracia un presidente se niega a aceptar el resultado de unas
elecciones, ¿que podrá pasar en los países latinoamericanos? ¿Con cuál
autoridad moral se podrá exigir a Maduro, Ortega y etcétera que acepten un
resultado que les sea adverso? ¿Cómo impedir que la estrategia de Trump de
sembrar dudas sobre el proceso electoral aún antes de que este se inicie, se
generalice en el planeta? ¿Cómo reprochar a cualquier gobernante que se niegue
a reconocer que su tiempo terminó y que tiene que desalojar su casa temporal,
para permitir que la ocupe quién lo ha de suceder?
Las reglas de la democracia son claras, aún en
un sistema complejo como el de los Estados Unidos y no pueden ser buenas cuando
se gana y malas cuando se pierde. No se puede tratar un sistema democrático con
la simpleza de un partido de fútbol: si el VAR decreta penal a favor de mi
equipo en el último minuto del partido, que viva el VAR; si lo decreta en nuestra
contra, que quiten el VAR.
Y, acercando el tema a nuestro contexto,
resulta francamente de quinta que una interesante figura como la revocatoria
del mandato que nunca ha sido utilizada con seriedad en nuestro país, se trate
de utilizar por parte de malos perdedores, para tratar de desconocer un mandato
legítimo que se otorgó a determinada persona. Para la revocatoria del mandato
no tiene la menor importancia si quien fue elegido me gusta o no me gusta, si
estoy de acuerdo con sus posturas ideológicas o no, si comparto sus decisiones
o su estilo de gobernar o no. Esa importante forma de participación ciudadana
no puede ser utilizada para que los movimientos políticos perdedores traten de
compensar el error de designar candidatos mediocres e ineptos.
En lugar de desgastar a la democracia y la
ciudadanía con iniciativas absurdas podrían empezar a diseñar una propuesta
seria para el próximo proceso electoral y definir la manera de seleccionar
candidatos que, primero, sepan hablar y articular tres ideas seguidas y, en
segundo lugar, que tenga las condiciones de experiencia, conocimientos y
solvencia en todo sentido, que nuestra sociedad necesita.