Por John Marulanda*
El enervamiento aumenta a medida que
avanzamos hacia la turbulencia. Es la consecuencia programada de campañas
mediáticas a través de las redes sociales, especialmente, y de la gran prensa,
que simplifican y aumentan el distanciamiento entre “ellos” y “nosotros”. A más
polarización, mayor posibilidad de enfrentamiento, de desestabilización, de
crisis y de menor capacidad de manejo político. Desde el oriente
colombo-venezolano, los matones de alias Iván Márquez, socios del chavismo,
amenazantes con nuevos fusiles israelíes de asalto y uniformes de las FANB,
exigieron la renuncia de Duque. Simultáneamente, desde el suroccidente, en la
frontera con Ecuador, la minga indígena cocalera citó al presidente a Cali para
discutir una agenda nacional intimidando con marchar sobre Bogotá, desde donde
el Comité del Paro Nacional convocó a una movilización para dentro de dos
semanas. Flota en el ambiente el riesgo de violencia, opción válida para el
comunismo embozado que aplica todas las formas de lucha.
Por su parte, la Oficina de Seguridad
Nacional de US (Homeland Security) acaba de publicar su valoración de
riesgos, citando en primer lugar el creciente peligro de ciberataques, en
segundo el covid-19 y en tercero China, Rusia e Irán, y sus intentos de
interferir en las próximas elecciones a través de sus capacidades cibernéticas,
“agravando las tensiones sociales y raciales, minando la confianza en las
autoridades y criticando los resultados electorales”. Esa troika está
conspirando desde Venezuela.
Desde Miraflores observan atentamente a
Bogotá y se excitan ante barcos misileros norteamericanos ‒de los cuales la
potencia tiene como 60‒ percibidos lo suficientemente cercanos como para
berrear y revisar los refugios subterráneos en Caracas y Guárico.
Un elemento decisivo marcará el rumbo de
los acontecimientos: la posición de las fuerzas militares. En los grandes
desastres naturales, los soldados salen con sus armas a impedir el vandalismo,
el desorden y a imponer, sí, imponer, el orden como urgencia fundamental de
supervivencia. Ante la asonada que puede darse, los militares deberán cumplir
con su misión de garantizar la conservación de la República y la nación. Claro,
los comunistas criollos refrescarán su desteñido ladrido de ¡dictadura! y
el izquierdismo internacional, especialmente el de España, coreará el chillido.
De las Naciones Unidas no se puede
esperar nada. Su burocracia parásita se hace la de la vista gorda, inclusive
frente a sus propios informes sobre crímenes de lesa humanidad en Irán y en
Venezuela, dos amigos que, desde Miraflores, cocinan un caldo feo para
Latinoamérica, con intereses estratégicos antinorteamericanos manejados por
Rusia y China. En redes circulan informaciones sin confirmar sobre la presencia
de grupos de choque entrenados por iraníes y enviados desde Venezuela a
Colombia.
Como nunca los ejércitos de Colombia y
Venezuela tienen dos tareas históricas por las que serán reconocidos en las
generaciones futuras. El patriota, recuperar la democracia como camino de
progreso y bienestar de su pueblo, que se muere de hambre y dolor. El
neogranadino, mantener la estabilidad de la nación e impedir que el país ruede
en la misma desgracia en que cayó el pueblo vecino. La reserva activa de
militares y policías, si se articula, podrá jugar un papel principal en esta
perturbación que se aproxima.
CODA: En Colombia, la
inesperada maniobra de los espurios congresistas farianos de confesar, con
cargo a sus jefes ya muertos, el asesinato de Álvaro Gómez, el general
Landazábal y otros personajes, pone sobre el tablero los vínculos e intereses
de Alex Saab, jefes chavistas, Piedad Córdoba, cabecillas farianos, Ernesto
Samper, el cura de Roux, narcotráfico, todo cocido en el negociado habanero de
Santos. Historia maloliente, con o sin verdad.