jueves, 8 de octubre de 2020

Vigía: misiones trascendentales

Coronel John Marulanda (RA)
Por John Marulanda*

El enervamiento aumenta a medida que avanzamos hacia la turbulencia. Es la consecuencia programada de campañas mediáticas a través de las redes sociales, especialmente, y de la gran prensa, que simplifican y aumentan el distanciamiento entre “ellos” y “nosotros”. A más polarización, mayor posibilidad de enfrentamiento, de desestabilización, de crisis y de menor capacidad de manejo político. Desde el oriente colombo-venezolano, los matones de alias Iván Márquez, socios del chavismo, amenazantes con nuevos fusiles israelíes de asalto y uniformes de las FANB, exigieron la renuncia de Duque. Simultáneamente, desde el suroccidente, en la frontera con Ecuador, la minga indígena cocalera citó al presidente a Cali para discutir una agenda nacional intimidando con marchar sobre Bogotá, desde donde el Comité del Paro Nacional convocó a una movilización para dentro de dos semanas. Flota en el ambiente el riesgo de violencia, opción válida para el comunismo embozado que aplica todas las formas de lucha.

Por su parte, la Oficina de Seguridad Nacional de US (Homeland Security) acaba de publicar su valoración de riesgos, citando en primer lugar el creciente peligro de ciberataques, en segundo el covid-19 y en tercero China, Rusia e Irán, y sus intentos de interferir en las próximas elecciones a través de sus capacidades cibernéticas, “agravando las tensiones sociales y raciales, minando la confianza en las autoridades y criticando los resultados electorales”. Esa troika está conspirando desde Venezuela.

Desde Miraflores observan atentamente a Bogotá y se excitan ante barcos misileros norteamericanos ‒de los cuales la potencia tiene como 60‒ percibidos lo suficientemente cercanos como para berrear y revisar los refugios subterráneos en Caracas y Guárico.

Un elemento decisivo marcará el rumbo de los acontecimientos: la posición de las fuerzas militares. En los grandes desastres naturales, los soldados salen con sus armas a impedir el vandalismo, el desorden y a imponer, sí, imponer, el orden como urgencia fundamental de supervivencia. Ante la asonada que puede darse, los militares deberán cumplir con su misión de garantizar la conservación de la República y la nación. Claro, los comunistas criollos refrescarán su desteñido ladrido de ¡dictadura! y el izquierdismo internacional, especialmente el de España, coreará el chillido.

De las Naciones Unidas no se puede esperar nada. Su burocracia parásita se hace la de la vista gorda, inclusive frente a sus propios informes sobre crímenes de lesa humanidad en Irán y en Venezuela, dos amigos que, desde Miraflores, cocinan un caldo feo para Latinoamérica, con intereses estratégicos antinorteamericanos manejados por Rusia y China. En redes circulan informaciones sin confirmar sobre la presencia de grupos de choque entrenados por iraníes y enviados desde Venezuela a Colombia.

Como nunca los ejércitos de Colombia y Venezuela tienen dos tareas históricas por las que serán reconocidos en las generaciones futuras. El patriota, recuperar la democracia como camino de progreso y bienestar de su pueblo, que se muere de hambre y dolor. El neogranadino, mantener la estabilidad de la nación e impedir que el país ruede en la misma desgracia en que cayó el pueblo vecino. La reserva activa de militares y policías, si se articula, podrá jugar un papel principal en esta perturbación que se aproxima.

CODA: En Colombia, la inesperada maniobra de los espurios congresistas farianos de confesar, con cargo a sus jefes ya muertos, el asesinato de Álvaro Gómez, el general Landazábal y otros personajes, pone sobre el tablero los vínculos e intereses de Alex Saab, jefes chavistas, Piedad Córdoba, cabecillas farianos, Ernesto Samper, el cura de Roux, narcotráfico, todo cocido en el negociado habanero de Santos. Historia maloliente, con o sin verdad.