viernes, 25 de septiembre de 2020

Institucionalidad

José Leonardo Rincón Contreras
José Leonardo Rincón, S. J.*

Alguna vez, en esta columna, les cité un artículo de Álvaro Sanjinés Orejuela que invitaba a hacerle reingeniería a los colombianos. Creo que ese texto debe tener más de 20 años, pero mantiene una vigencia extraordinaria. No voy a repasarlo en su totalidad, pero sí voy a hacer memoria, comentando algunas de sus sabias reflexiones, a propósito de los debates que nos ocupan como país por estos días.

1. Las instituciones

Cuando uno habla de la Presidencia, las cortes, el Congreso, los órganos de control (las ías), los gremios, la banca, las empresas públicas, la Iglesia, las fuerzas militares y de policía, los partidos políticos, etcétera, tiene en su mente, de modo general, bastante abstracto y etéreo, eso que llamamos “instituciones”. En realidad, unas entidades fuertes, consolidadas, respetables, creíbles, que están al servicio de la sociedad.

2. Las instituciones son reflejo de los líderes que a ellas acceden

Pero su buen nombre o su mala fama no lo obtuvieron gratuitamente. Que generen confianza o suspicacias no es azar. Si lo tienen es por el tipo de personas que las lideran y conforman. Cuando tenemos al frente de ellas auténticos líderes, nos generan seguridad, esperanza, tranquilidad. Cuando su proceder es desacertado y equívoco es porque hemos sentido que nos abusan, roban, mienten, son ineficientes, se convierten en plataformas de mezquinos y egoístas intereses, no del bien común.

3. Las instituciones requieren transformarse

Para lograrlo deben volver a la razón y sentido para los cuales fueron creadas, es decir, los principios y valores esenciales que las sustentan. Las instituciones son maquinarias pesadas y complejas operadas no por robots, sino por seres humanos. Y no podrán ser distintas ni mejores en tanto a ellas accedan las personas equivocadas. Para transformarlas no bastan leyes, ni decretos, ni elocuentes discursos, es necesario que las lideren y en ellas laboren personas transformadas que procedan en consonancia con sus propósitos fundamentales.

4. La institucionalidad se respeta

La historia pasada y reciente nos muestra con evidencias contundentes que cuando no se respeta la institucionalidad, la autoridad se fragmenta, se diluye y se pierde. La democracia entra en alerta roja y se avecina la dictadura. Su modus operandi es igual tanto en los regímenes de izquierdas como de derechas. El poder se convierte en la máxima obsesión y para lograrlo, controlando todo, todo vale como recurso y medio. A esa situación se llega por no contar con instituciones sólidas y moral y éticamente creíbles.

Con todo respeto, pero cuando la Presidencia desacata la corte, la policía abusa de su fuerza, el ejército viola los derechos humanos, el Congreso está desacreditado, la banca se lucra con la miseria, los órganos de control son corruptos, la Iglesia encubre el abuso de menores, las empresas públicas escudadas en gobiernos corporativos permiten billonarios desfalcos, los gremios solo buscan lucrar sus particulares intereses, los partidos políticos son camarillas de camaleones oportunistas que engañan para obtener poder y olvidarse de sus electores… la cosa se pone color de hormiga. Ahí, las instituciones están en crisis, no tienen ascendiente, ni convocatoria, ni credibilidad. Por eso barren y trapean con ellas.

Podrán replicarme. Estás exagerando, las generalizaciones son injustas, no son todos, son unas cuantas “manzanas podridas”, “los buenos somos más”. Excúsenme, les diré, quizás sea cierto, pero no veo los líderes corajudos, tesoneros y valientes que tengan las agallas para reconocer las equivocaciones y emprender el cambio. Sus calzones están húmedos por el susto porque temen perder amigos, disminuir su popularidad. Son políticamente correctos.

Insisto con Sanjinés: se requiere una reingeniería de nosotros como ciudadanos colombianos, una profunda transformación como seres humanos en los valores que nos movilizan. En tanto eso no se dé y se haga desde la educación en la familia y la escuela nos vendrán tiempos peores. Hemos cosechado vientos, no nos extrañe entonces recoger tempestades. Soy un iluso irredento que cree que todavía estamos a tiempo, que todavía es posible un cambio de las instituciones y de las personas que a ellas acceden.