Por José
Alvear Sanín*
En Colombia, cada día resuena con mayor intensidad aquella infame recomendación de Maurice Thorez, secretario general del PCF, a los jueces (1945), ¡Juzgad con odio!
El pasado 7 de julio apareció el artículo “Poniendo la otra mejilla” http://www.lalinternaazul.info/2020/07/07/poniendo-la-otra-mejilla/, del doctor Jesús Vallejo Mejía, que pone el dedo en la llaga judicial que ha eliminado la legitimidad en Colombia. El gran jurista concluye: “Reitero lo que he venido sosteniendo desde hace varios años (…) En Colombia ya no hay estado de derecho, sino un régimen de facto que se reviste de un ropaje institucional que disfraza la dictadura de los jueces”.
Esta
página magistral respondía a dos insólitos fallos de tutela proferidos la
semana anterior: el que eliminaba las facultades presidenciales en lo tocante
con la dirección de relaciones exteriores y su suprema autoridad como
comandante en jefe de las Fuerzas Armadas (¡apenas eso!), y el que dejaba sin
efecto las restricciones impuestas a los mayores de 70 para proteger su salud.
El
doctor Vallejo Mejía no hacía la lista de los prevaricatos judiciales que, a
partir de los que autorizaron desconocer la voluntad popular para imponer el Acuerdo
Final, constituyen igual número de sucesivos golpes de Estado, hasta llegar a
la dictadura judicial absoluta que padecemos. Esta ha extinguido en Colombia la
tridivisión de poderes, esencial a la democracia, porque ahora las cortes
gobiernan, legislan y juzgan.
Estamos,
en realidad, ante un poder judicial totalmente comprometido con la revolución
que avanza dentro del clima prechavista que, por fin, el doctor Álvaro Uribe
Vélez ha denunciado ante un país que no quiere darse cuenta de la velocidad con
que corre hacia el abismo.
Nos
hemos venido acostumbrando a tolerar el prevaricato permanente, que a cadencia
ya semanal se presenta en todos los niveles, desde las “altas cortes” hasta los
más humildes juzgados municipales.
Para
todos esos despachos se coordinan las sentencias dolosas. Las cuatro “altas
cortes” realizan una especie de basquetbol jurídico, porque se lanzan la
pelota, de tal manera que una completa lo que la otra ha iniciado. Y en niveles
inferiores, demandas malintencionadas de actores de la izquierda son
respondidas en cuestión de horas, con sentencias que parecen redactadas por los
propios querellantes.
Asistimos
cada vez con menor asombro —por desgracia—, a la utilización deliberada del
expedito mecanismo de tutela como instrumento eficaz para desorganizar el país.
Hasta
ahora, el prevaricato permanente y sistemático se ha empleado para hacer
avanzar los planes revolucionarios, pero acaba de hacer su aparición otra
faceta, aun más odiosa, porque se ha llegado a la invasión del ámbito más íntimo
e inviolable de las personas.
No
estaba todavía fresca la tinta del artículo del doctor Vallejo Mejía, cuando
algún juez declaró “improcedente” la acción de tutela presentada por el doctor
Álvaro Uribe Vélez en defensa de su buen nombre, vulnerado por Matarife, una dizque novela, emitida a
través de medios virtuales, que lo presenta como un asesino y un delincuente.
Sus
abogados pecaron de ingenuos porque todavía creían que la justicia colombiana
podría actuar dentro de la ley y de manera imparcial frente a Uribe Vélez. Una
y otra vez el expresidente ha sido atropellado en los estrados; y lo seguirá
siendo sin descanso…
Ajeno
siempre a amores y odios políticos, sin embargo, ese fallo me horrorizó. Nunca
antes la justicia colombiana se había despojado del velo con tanta impudicia.
Frente a un ciudadano que ha servido tanto a su país, se manifiesta el odio más
virulento, el mismo sentimiento irracional que anima contra él a políticos, periodistas
y maestros de escuela.
En un
país donde los jueces consideran que la calumnia, la injuria, el vituperio y la
vindicta forman parte del derecho a la información, se llega a conductas
increíbles de persecución política y personal.
Este
abominable fallo me ha golpeado en lo más íntimo. Ahora, con Uribe; más tarde,
con todos los colombianos, vamos también hacia el Gulag
chavista-castrista-maoista-stalinista-leninista, fingiendo no darnos cuenta de
que, de sentencia en sentencia, van desapareciendo las libertades individuales,
los derechos humanos, la Constitución y la ley.
Al
declarar improcedente la acción impetrada por el presidente Uribe en defensa de
su honra, ese oscuro juez ha dictado una de las páginas más repugnantes en la
historia de Colombia, precedente atroz de otras que se ven venir.
***
En cambio, ¡malhaya quien trate de recordar las hazañas de Tornillo, Timo y angelical compañía!