miércoles, 15 de julio de 2020

¡Prevaricad, prevaricad, prevaricad!

Por José Alvear Sanín*

José Alvear Sanín

En Colombia, cada día resuena con mayor intensidad aquella infame recomendación de Maurice Thorez, secretario general del PCF, a los jueces (1945), ¡Juzgad con odio!

El pasado 7 de julio apareció el artículo “Poniendo la otra mejilla” http://www.lalinternaazul.info/2020/07/07/poniendo-la-otra-mejilla/, del doctor Jesús Vallejo Mejía, que pone el dedo en la llaga judicial que ha eliminado la legitimidad en Colombia. El gran jurista concluye: “Reitero lo que he venido sosteniendo desde hace varios años (…) En Colombia ya no hay estado de derecho, sino un régimen de facto que se reviste de un ropaje institucional que disfraza la dictadura de los jueces”.

Esta página magistral respondía a dos insólitos fallos de tutela proferidos la semana anterior: el que eliminaba las facultades presidenciales en lo tocante con la dirección de relaciones exteriores y su suprema autoridad como comandante en jefe de las Fuerzas Armadas (¡apenas eso!), y el que dejaba sin efecto las restricciones impuestas a los mayores de 70 para proteger su salud.

El doctor Vallejo Mejía no hacía la lista de los prevaricatos judiciales que, a partir de los que autorizaron desconocer la voluntad popular para imponer el Acuerdo Final, constituyen igual número de sucesivos golpes de Estado, hasta llegar a la dictadura judicial absoluta que padecemos. Esta ha extinguido en Colombia la tridivisión de poderes, esencial a la democracia, porque ahora las cortes gobiernan, legislan y juzgan.

Estamos, en realidad, ante un poder judicial totalmente comprometido con la revolución que avanza dentro del clima prechavista que, por fin, el doctor Álvaro Uribe Vélez ha denunciado ante un país que no quiere darse cuenta de la velocidad con que corre hacia el abismo.

Nos hemos venido acostumbrando a tolerar el prevaricato permanente, que a cadencia ya semanal se presenta en todos los niveles, desde las “altas cortes” hasta los más humildes juzgados municipales.

Para todos esos despachos se coordinan las sentencias dolosas. Las cuatro “altas cortes” realizan una especie de basquetbol jurídico, porque se lanzan la pelota, de tal manera que una completa lo que la otra ha iniciado. Y en niveles inferiores, demandas malintencionadas de actores de la izquierda son respondidas en cuestión de horas, con sentencias que parecen redactadas por los propios querellantes.

Asistimos cada vez con menor asombro —por desgracia—, a la utilización deliberada del expedito mecanismo de tutela como instrumento eficaz para desorganizar el país.

Hasta ahora, el prevaricato permanente y sistemático se ha empleado para hacer avanzar los planes revolucionarios, pero acaba de hacer su aparición otra faceta, aun más odiosa, porque se ha llegado a la invasión del ámbito más íntimo e inviolable de las personas.

No estaba todavía fresca la tinta del artículo del doctor Vallejo Mejía, cuando algún juez declaró “improcedente” la acción de tutela presentada por el doctor Álvaro Uribe Vélez en defensa de su buen nombre, vulnerado por Matarife, una dizque novela, emitida a través de medios virtuales, que lo presenta como un asesino y un delincuente.

Sus abogados pecaron de ingenuos porque todavía creían que la justicia colombiana podría actuar dentro de la ley y de manera imparcial frente a Uribe Vélez. Una y otra vez el expresidente ha sido atropellado en los estrados; y lo seguirá siendo sin descanso…

Ajeno siempre a amores y odios políticos, sin embargo, ese fallo me horrorizó. Nunca antes la justicia colombiana se había despojado del velo con tanta impudicia. Frente a un ciudadano que ha servido tanto a su país, se manifiesta el odio más virulento, el mismo sentimiento irracional que anima contra él a políticos, periodistas y maestros de escuela.

En un país donde los jueces consideran que la calumnia, la injuria, el vituperio y la vindicta forman parte del derecho a la información, se llega a conductas increíbles de persecución política y personal.

Este abominable fallo me ha golpeado en lo más íntimo. Ahora, con Uribe; más tarde, con todos los colombianos, vamos también hacia el Gulag chavista-castrista-maoista-stalinista-leninista, fingiendo no darnos cuenta de que, de sentencia en sentencia, van desapareciendo las libertades individuales, los derechos humanos, la Constitución y la ley.

Al declarar improcedente la acción impetrada por el presidente Uribe en defensa de su honra, ese oscuro juez ha dictado una de las páginas más repugnantes en la historia de Colombia, precedente atroz de otras que se ven venir.

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En cambio, ¡malhaya quien trate de recordar las hazañas de Tornillo, Timo y angelical compañía!