jueves, 16 de julio de 2020

Vigía: ejército y policía para la pospandemia

Por John Marulanda*

Coronel John Marulanda (RA)

Cada día son más frecuentes en las redes sociales los videos de policías agredidos, vilipendiados o huyendo de catervas que blanden garrotes y machetes, cuando no tiroteando sin control. El apedreamiento de uniformados se ha convertido en la adrenalina favorita de jóvenes. Claro que a los soldados no les va mejor. A pesar de su letal Galil de dotación, les ponen machetes en el cuello, los sacan arriados de sus bases y los amenazan con que “A partir de las 72 horas, si los volvemos a ver, vamos a actuar de otra manera”, como les dijeron públicamente hace pocos días en Argelia, Cauca. Si regresan, a lo mejor los apalearán, les quitarán su armamento y los secuestrarán (retenciones sociales, le dicen ahora) o los volverán a sacar a empellones, en andas, como sucedió hace varios años en Toribio, Cauca. Recordamos el llanto del Sargento en camuflado, con casco de guerra y aferrado a su fusil, mientras sus subalternos retrocedían cabizbajos, humillados.

El Cauca, precisamente, es un escenario favorito de esas defenestraciones, que demuestran el debilitamiento progresivo de la fuerza legal y legítima del Estado. Este departamento, es cercano a la frontera con el Ecuador, que le da base étnica transnacional; se abre al Pacifico, ruta preferencial del narcotráfico, base de su economía; ejerce su propia legislación con cepo, latigazos y fuetazos incluidos y mantiene aceitado su autónomo aparato de seguridad, a cargo de la Guardia Campesina, una estructura paramilitar legalizada en La Habana y que, bajo la tutela de las FARC, recluta niños desde los 7 años. En el Cauca se aísla y se secesiona el sur del país cuando lo ordenan las narcofarc y se impedirá a toda costa la fumigación de sus casi 20 mil hectáreas de cultivos ilícitos. Desde allí, muy probablemente empezará la previsible turbulencia social de la pospandemia.

Regresemos a las primeras líneas. Los ejércitos son para la guerra. Inclusive los comunistas. Y hay que entrenarlos y equiparlos para eso, aunque el cáncer bélico no exista por el momento: Si vis pacem para bellum, dice el sabio consejo de Vegecio. Pero entrenar soldados para la guerra, quitarles el armamento y ponerlos a cuidar frailejones, es un grave error. Sacarlos a lidiar turbamultas, pero prohibirles hacer uso de sus armas es un riesgo que puede terminar con la turba armada, disparando indiscriminadamente a uniformados, funcionarios, vecinos incómodos y enemigos políticos.

Los desatinos de un expresidente ligado al narcotráfico, los desvaríos ideológicos de un Obispo, la imprudencia de un juez impidiendo el apoyo del ejército de US y una dudosa doctrina importada de todas partes, o sea de ninguna, que mira más a la OTAN que al Cauca, están llevando a que el espíritu de combate se deteriore. Y la pérdida de la legitimidad del ejército con su correspondiente desmoralización, no le conviene a nadie, ni a las FARC.

Con el fin de las restricciones de la pandemia, se reanudará la protesta social alimentada por desempleo, pobreza e inseguridad muy altas. Será una perturbación a la que desde ya convocan los comunistas fecodianos y otras organizaciones, en el convencimiento de que llegando al caos podrán hacerse con el poder fácilmente, su técnica de probada efectividad. Nada más alejado de la realidad. A toda acción corresponde una reacción, tanto en física como en política. Y los izquierdistas han estirado tanto la cuerda con narcofarianos posando de honorables senadores mientras sus adláteres arrecian el secuestro y el asesinato, con los engendros de la vergonzosa JEP y con el embeleco de la tal Comisión de la Verdad, que esta se puede reventar en cualquier momento y si no hay ejército con ánimo, ni policía empoderada, el caos afectará a todos, pero con especial fuerza a los voceros del desorden.

Y los que semana a semana se cebaron con los pecados de los soldados y policías, serán los primeros en solicitar su custodia y protección, a menos que le quieran entregar esa tarea a la guardia indígena, los reinsertados o a las células urbanas del ELN y las FARC. Como en Venezuela.