Por
Pedro Juan González Carvajal*
En poco tiempo resultó necesario tocar de nuevo el tema de la Fiscalía General, y ahora, acompañado por la Contraloría. O mejor, por respeto a las instituciones, del fiscal general y del contralor, estos en minúscula.
En esta oportunidad incurren en una situación francamente caricaturesca que hace poner en duda no solo su respeto a la ley, sino su cordura y su sensatez. Ya era suficientemente incómoda la relación superiores y subordinadas del fiscal y la esposa del contralor, y de este con la esposa de aquel. Es posible que allí no se viole la ley, no se incumpla el régimen de incompatibilidades e inhabilidades del servidor público, pero que se ve feo, se ve feo, y por lo menos, genera un conflicto de intereses y una incómoda situación desde lo ético, si es que este concepto todavía tiene alguna importancia sobre la faz de la tierra.
Pero este
juego de intercambio de parejas tuvo un capítulo grotesco con el inútil e
injustificable viaje a San Andrés, en aparente misión oficial, en compañía de
sus cónyuges, de la hija del fiscal y de una amiga de esta, ambas menores de
edad y en plena pandemia. Más que ridícula fue la justificación del viaje,
soportada en que las funciones de las dos dependencias tienen que realizarse en
todo el territorio nacional y que San Andrés no puede ser la excepción, pero
más ridícula aún la rueda de prensa del fiscal en la que con fingidos pucheros
invocó su calidad de padre de familia que no quiere alejarse de su familia.
Espero que en próximos días los dos altos funcionarios visiten en compañía de
sus esposas –es decir, cada uno con la suya- y de sus hijos menores, a Leticia,
a Tumaco, o incluso, para no tener que incurrir en gastos de avión, a ciudad
Kennedy.
En esta
sociedad de doble moral puede suponerse que, si algún otro servidor público
hubiese incurrido exactamente en las mismas conductas en las que incurrieron
fiscal y contralor, estos dos funcionarios ya habrían iniciado las
correspondientes investigaciones penales y fiscales, y habrían hecho su tradicional
alharaca ante los medios de comunicación: si otros lo hacen está mal, si yo lo
hago, es justificable. Más aún cuando, en medio de una infinita arrogancia, el
fiscal “reinventa” la estructura del Estado y define que su cargo es el segundo
más importante del país.
Qué
desfachatez y qué falta de comprensión del cambio que pretendió generar la
Constitución de 1991 al reemplazar el concepto de funcionario público por el de
servidor púbico. Cuánta falta hace
que, quienes ocupan cargos de cualquier nivel en la estructura del Estado,
entiendan que están allí al servicio del país y dejen de pensar que tienen el
país a su servicio.
Este tipo
de situaciones, sumadas a tantas más que se presentan a diario en Colombia y en
todo el mundo, le dan la razón a Fernando Savater cuando concluye que después
de la pandemia, los humanos seremos “los mismos, pero un poco peor”. En
otras palabras, cuando llegue eso que melosamente llaman “la nueva normalidad”,
seremos los mismos, pero con tapabocas.
NOTA: Mi completa solidaridad con el señor Gobernador Aníbal
Gaviria Correa y su distinguida familia.