Por José Alvear Sanín*
Acaba de reiterar el doctor Álvaro Uribe Vélez:
“el país no se lo vamos a entregar a la izquierda extrema”. La anterior
es una declaración de la mayor importancia en un país que ya se acostumbró a la
entrega del Estado. Falta, entonces, entregar el país…
Por eso, la determinación del expresidente de
seguir luchando no constituye una declaración banal ni rutinaria. Toda su vida
política ha respondido al deber de preservar la democracia y el estado de
derecho. Estamos en presencia de un líder, el único que tenemos, dispuesto a
proseguir en la línea de su destino. Esta es una llamada imperiosa dentro de un
combate a la vez ideológico y fáctico, que viene suspendido por parte del
gobierno y la clase política, mientras los enemigos de la democracia y de la
sociedad no descansan: unos organizan paros, manifestaciones y mingas; otros
inhiben la acción legislativa; otros se hacen recibir para presentar centenares
de peticiones imposibles, otros dictan fallos prevaricadores; otros escriben
infundios que resuenan por redes y emisoras; otros indoctrinan desde el kínder
hasta los postgrados; otros desinforman a los extranjeros; y así, ad náuseam.
En la política, la transacción y la componenda
predominan. En sí, eso no era alarmante cuando los actores —liberales y
conservadores— discrepaban en los detalles, pero estaban unidos por los
principios inalterables de la civilización política, plasmados más en el
sentimiento colectivo que en la propia Carta; pero ahora, transigir y componer
es imposible, porque entre las ideas democráticas y el marxismo-leninismo no
existen, ni pueden existir, consensos.
Mientras una primera y comodona parte cree posible
coexistir civilizadamente con la otra, la segunda, en cambio, solo se
conformará con el aplastamiento de la primera.
Pues bien, la tragedia colombiana es que, aun a
corto plazo, no es posible preservar la democracia si el gobierno tiene que permanecer
sometido por una supraconstitución, adoptada contra la voluntad popular para
asegurar el predominio de un grupúsculo que apenas consigue, si mucho, 50.000
votos en un país de 48 millones…
Si no se desgarra esa camisa de fuerza, la
única gobernabilidad posible será la del gobierno de transición, es decir, caer
en la tentación que ronda la administración Duque desde su comienzo.
Por tanto, hay que celebrar con máxima cautela
la posible llegada del gabinete de Cambio Radical y el Partido de la U. Si esa
nueva alineación entra para fortalecer las fuerzas democráticas, ninguna
noticia sería mejor; pero como ninguna de esas clientelas ha desmentido su
compromiso visceral con el tal Acuerdo Final, existe el riesgo de que, en vez de
fortalecer, vayan a minar la administración, conduciéndola por la senda fatal
de “la transición”, la entrega total.
Nunca una “buena administración” ha sido
inconveniente, pero ahora lo que Colombia reclama es gobierno. ¿Será posible
pasar de gestor a líder?
La administración actual es buena, pero ¿qué
sentido tendría mejorar el país, si a la vuelta de 30 meses se le acabase de
entregar a la extrema izquierda?
***
¿Cómo encaja dentro de la economía naranja una “bebida
funcional con ganoderma y otros extractos de frutas del Pacífico”, de uso
ancestral, para el tratamiento de cáncer de seno, cérvix y cerebro, producida
por el Laboratorio Selvacéutica, de Quibdó, de propiedad de la doctora Mabel
Torres, ministra de Ciencia, Tecnología e Innovación de la República de
Colombia?