viernes, 17 de enero de 2020

Manzanas podridas

José Leonardo Rincón,S.J.*

De pequeño, a los adultos les oía decir que las buenas manzanas las dañaban las podridas. Aludían, por supuesto, a la convivencia humana y buscaban prevenirlo a uno respecto de las malas amistades, es decir, aquellos coetáneos  o personas mayores que uno, con notable ascendiente, pero que pudieran ser de negativo influjo. 

No era cuento. Efectivamente, en el colegio o en el barrio, no faltaban los “amiguitos” que eran auténticas “caspas”, esto es, perezosos, vagos, que se habían volado de la casa por desobedientes con sus padres, tramposos en los exámenes, viciosos que invitaban a sus fumatas, ladronzuelos de dineros en sus casas o de pequeñas cosas en la tienda del barrio, inductores sexuales que a su corta edad no solo tenían acceso a revistas pornográficas sino que también ya visitaban prostibulos... Estos jóvenes personajes, carentes de hogar y de afecto, rebeldes con toda clase de autoridad, eran insoportables e inmanejables y así, sin lugar a equívocos, se fueron convirtiendo en malandros y delincuentes. Creo que muchos, si no lo hemos vivido de cerca, ciertamente lo sabemos de otros.  Recuerdo en una comuna de Medellin, donde trabajé siendo novicio, el caso de una familia donde los muchachos ya delinquían de pequeños, luego formaron su “banda” que años después ganó reconocimiento en el mundo del crimen.

Quizás haya historias menos dramáticas que no necesariamente ocurren en sectores populares o de clase media. Como dice el comercial: pasa en las películas, pasa en la vida real, pasa en las mejores familias. En todas partes hay “hijos calaveras”, “ovejas negras”, “manzanas podridas”. Si por allá faltaba afecto y presencia de los padres, por acuyá sobraba en los tales “hijos de papi”, exceso de consentimiento, alcahueteria y falta de exigencia y disciplina.  En ambas situaciones falló la familia y muy probablemente la escuela no pudo compensar sus carencias. De la sociedad, menos podría esperarse.

De manera que cuando ya entrados en años, vemos lo que vemos, no deberíamos sorprendernos. Estamos cosechando de lo que hemos venido sembrando y cultivando. Todos esos fenómenos sociales que nos escandalizan y duelen son producto de una sociedad fallida, de un tejido social deshecho, de una “cultura” del atajo, de la trampa, de la mentira y la mediocridad, donde los “vivos” y avispados son los que mandan la parada, son reconocidos y exaltados y están al frente de esa corrupción generalizada que se ha instalado ya como paisaje en nuestro país.

Con la salida del General Comandante del Ejército, se puso en evidencia una red de malas prácticas, comportamientos que de tiempo atrás, por otras acciones (falsos positivos, chuzadas ilegales, etc.), también venían siendo cuestionados. No es del talante militar obrar así. El honor radica en la férrea rectitud, de modo que mancillarlo es atentar contra un valor esencial de la carrera. Algo similar podría decirse de la Policía donde el Dios y Patria, debería marcar la pauta pero donde no faltan redes corruptas de diverso orden que afectan la institucionalidad. 

Pasa en todas las instituciones y todas las ramas del poder público. Pasa también en las organizaciones privadas que antes se preciaban de impolutas. Pasa en la Iglesia Católica con todos esos escándalos propiciados por sus jerarcas y clero que la han herido gravemente y también en otras iglesias convertidas en lucrativos negocios. Pasa en el mundo del deporte, la cultura y el espectáculo. En todas partes “se cuecen habas”, nadie está exento, muchos tenemos “el rabo de paja”. 

Las manzanas podridas están ahí y amenazan el frutero entero.  Podar, sanear a tiempo, es tarea larga y dispendiosa. Por eso me preocupa tanto que se destruya la familia como célula fundamental del tejido social pues es en la cuna donde se aprenden los principios y valores. Por eso me preocupa que en el mundo de la educación, por encima de la formación humana integral, primen otros intereses, quizás válidos, pero no esenciales. Y para no alargarme más, la pregunta de Perogrullo: “¿Quién le pone el cascabel al gato?”.