José Leonardo Rincón, S. J.*
Dos artículos, recientemente
leídos, de Joseph Stiglitz y Jeffrey Sachs, confirman lo que hace 15 días
escribí aquí sobre “Colapsos”. En efecto, al narrar el derrumbamiento de los
sistemas fascistas y comunistas, también hablé de la inminente caída del
capitalismo neoliberal. Lo que está pasando en todo el mundo, no solo acá,
afirman estos connotados analistas económicos estadounidenses, es la expresión
de un total agotamiento frente a un sistema que ha venido prometiendo
prosperidad, pero que en sus resultados lo único que ha evidenciado es la
ampliación de las brechas sociales por la pésima distribución del ingreso. Se
necesitaría ser muy tonto para pensar siquiera que estos señores son de
izquierda y están agitando las masas para la revolución comunista. No. Son
reconocidos hombres de las ciencias económicas que objetivamente han visto con
preocupación cómo, el metarrelato de la gran ideología capitalista, finalmente,
ha sido decepcionante.
Cita Sachs los casos de París,
Hong Kong y Santiago de Chile, ciudades tan prósperas como exitosas, donde el
ingreso promedio per cápita es de los mejores del mundo, pero donde, en
contraste, se sienten menos libres para adquirir lo que desean. Por eso, no
parecería sensato que, por un simple aumento del pasaje del metro, en el caso
chileno, se arme semejante alboroto en este país latinoamericano que,
supuestamente, está mejor que todos. En realidad, el ingreso es “promedio”,
pero eso no quiere decir que efectivamente todos reciban tal cual tan jugosa
suma (18 mil dólares anuales, es decir, 61,2 millones de pesos colombianos al
año, o sea 5,1 millones mensuales), cifra por supuesto de la que aquí estamos
bastante lejos… El asunto, ya lo vemos, es que unos pocos tienen mucho y muchos
tienen poco. Riqueza sí, pero mal distribuida. Eso es lo que envenena la gente.
Dice Stiglitz: “Estamos
experimentando las consecuencias políticas de este enorme engaño: desconfianza
en las élites, en la «ciencia» económica en la que se basó el neoliberalismo y
en el sistema político corrompido por el dinero que hizo todo esto posible”.
El mundo está convulsionado
eso es claro. La gente está harta de manipulaciones y mentiras, vengan de donde
vinieren, derechas de Trump, Macron, Bolsonaro o Piñera, o de izquierdas de
Erdogan, Maduro, Ortega o el recién caído Evo, para “ribetearlas” grosso modo.
Lo que extraña y realmente sorprende es su ceguera, su terquedad y su
indolencia. Viendo lo que ven, sabiendo lo que saben que pasa, se hacen los
ciegos, los sordomudos y no hacen nada efectivo para que las cosas sean
distintas. Tarde que temprano pagarán caro su tontería. Lo saben, la historia
con decenas de ejemplos se los ha advertido y no quieren entender.
Colombia no es la
excepción. Económicamente estamos mejor que los otros países de la región,
pero, políticamente, no estamos mucho mejor que el resto. La paz que debería
habernos catapultado, como ya se estaba avizorando al ser admitidos en la OCDE,
por ejemplo, ha sido el karma que hemos tenido que padecer por la mezquindad de
dos líderes tan polarizantes como nefastos. Si. Los dos. El daño que le están
haciendo al país no tiene nombre. Los odios y los rencores son alimentados
minuto a minuto por los no menos infames áulicos de sus cortes. Parecieran ser
tan distintos, pero en el fondo son todos igual de dañinos. Cualquier evento es
aprovechado por unos y otros para llevarnos irracional e irremediablemente a la
debacle y al caos.
Ya lo dije el
otro día aquí: que haya protestas no debe reprimirse, pero que estas sean
manipuladas para generar disturbios, destrucción y, por ende, represión, falsos
positivos y muerte, eso no tiene perdón. Más indignación aún causa que tan
cínicos y siniestros señores de la muerte le hayan comenzado a agregar el
ingrediente religioso. Eso era lo que faltaba, usar las creencias religiosas
también para aumentar odios viscerales. Solo falta que añadan motivos de orden
étnico, racial, de clase social y de género para llegar a lo que ellos quieren:
un todos contra todos, donde todo vale. Llevar a Colombia a un nuevo desangre,
para ellos erguirse como caudillos salvadores. Lo más triste: ver cómo logran
convertirnos en sus sumisos seguidores con cero conciencias críticas, cero
análisis. Simplemente somos dos bandos en confrontación y los que no están en
nuestro bando, porque piensan diferente, hay que rechazarlos, excluirlos y
odiarlos. ¡Increíble a dónde nos están llevando!
Me preocupa el
paro del 21, no por encarnar una legítima protesta que debería ser contra un
sistema inequitativo e injusto, sino porque los polarizadores lo están
aprovechando en beneficio de sus sucios intereses. Y las masas, ciegas e
irracionales, se están dejando llevar de narices al abismo. Vuelvo y pregunto,
¿será que hay todavía gente con dos dedos de frente y con autoridad moral y
reconocido liderazgo para evitar el infierno que se nos avecina?, ¿estamos
todavía a tiempo?
Colofón: Nuestros
Obispos, a propósito del paro nacional reflexionan: “El cansancio y el
descontento que están manifestando ciertas movilizaciones ciudadanas, revelan
problemas graves que no hemos podido superar y que tienen su origen y su
expresión en la corrupción, la inequidad social, el desempleo y la
imposibilidad de amplios sectores para acceder a los servicios básicos de
alimentación, salud y educación. Estas movilizaciones son un derecho democrático,
cuando son expresión de libertad y responsabilidad ciudadana. Para que tengan
verdadero sentido deben apuntar al bien común y no prestarse a intereses
personales o de grupos, ni a la implantación de ideologías o propósitos ajenos
a la vida de nuestras comunicadas” (# 2 y 3 del Comunicado 039 del 14-11-2019).