José
Leonardo Rincón, S. J.*
Con sobrada sensatez, un periodista decía hace pocos días en un programa
radial que los candidatos a alcaldías y gobernaciones saben muy bien que no van
a poder cumplir con todo lo que prometen en campaña electoral. También nosotros, los electores, de antemano
sabemos que los candidatos por quienes votamos no nos van a cumplir. Ridículo,
¿verdad? Es un juego perverso al que nos exponemos cada vez que hay elecciones.
Ellos mienten y nosotros, sabiendo que nos engañan, los elegimos.
Desde que tengo uso de razón, no recuerdo un solo candidato que ya
electo haya cumplido su palabra. Eso sí, que resultó haciendo exactamente lo
contrario, como aquel que iba a cerrar el Congreso por corrupto y resultó
amangualado todo el tiempo con él a base de coimas que no de mermelada porque
así no la llamaban. O el otro que pidió grabar sobre piedra que no iba a subir
los impuestos y a todos nos sacó la piedra cuando lo hizo. O este otro que
prometió menos impuestos y más salarios y está desesperado por subir los
impuestos y bajar el salario mínimo porque, en boca de ministro de hacienda, es
muy alto. Prometió no hacer fracking pero, igual, lo va a hacer con mucho
cuidado.
Eso sucede a nivel país o en las pequeñas ciudades: los politiqueros y
gamonales resultan siendo la misma cosa, la misma maquinaria mañosa con sus
mismas prácticas. Mienten los de derecha y mienten los de izquierda, los de
rojo, azul, naranja, verde o amarillo. Después dicen que les tocaba hacerlo
porque no había más remedio. Siempre el culpable es el antecesor que dejó la
olla raspada y las partidas comprometidas. El poder se alterna entre unos y
otros porque siempre existe la vana ilusión de que las cosas “ahora sí” van a
cambiar y a ser mejores. Dan risa viéndolos posar camaleónicamente, cambiando
de partido y de color como cambiando de calzones. Los que ayer se insultaban, hoy
se abrazan. Los que en público pelean, en privado toman whisky.
Este domingo volvemos a las urnas. Hay que votar. Ya hemos visto los
desastrosos resultados de jugar a la ambigüedad y a creer en un voto en blanco
que aquí en Colombia no significa nada. La abstención es tan mortífera como una
mala elección. No se vale quedarse durmiendo en casa porque me dio pereza
porque estaba lloviendo, o porque ya sabemos quién va a ganar, o porque no vale
la pena porque todos son la misma cosa. Yo sí creo que hay gente que quiere
hacer las cosas de modo distinto, que quiere romper con inveteradas costumbres,
gente a la que hay que darle la oportunidad. Esperamos que el remedio no sea
peor que la enfermedad. El hecho es que hay que ejercer el derecho ciudadano a elegir
alcaldes y gobernadores, a escoger en conciencia y con buen criterio el mejor.
No el que da 50 mil pesos, ni el mercadito, ni el simpático, o el que diga
fulano. No. El que yo crea, sí. ¡A ver si cumplen!