Por John Marulanda*
Un hecho crucial en la algarada que
estamos sufriendo, es el sometimiento de los militares al cartel de Sinaloa y
el desfachatado reconocimiento de AMLO que el narcotráfico se impone al Estado.
No es de extrañar, pues la izquierda latinoamericana siempre ha utilizado el
narcotráfico como parte de su arsenal revolucionario. Los omnipotentes carteles
mexicanos se alimentan de la cocaína que producen Colombia, Perú y Bolivia, y
que se negocia en Ecuador. Allí, la narcofariana banda de Correa, apoyada por
el madurismo y por Cuba, ejecutó una intentona de marca mayor: la fuerza
pública ecuatoriana fue rey de burlas, el presidente Moreno reculó y los
complotistas se refugiaron en la Embajada de México, precisamente. En Chile, la
mejor economía regional, carabineros y militares fueron vilipendiados, aunque
también fueron aplaudidos y el vandalismo generalizado obligó al presidente
Piñera a retroceder.
Hasta ahora, no se ha establecido
actividad venezolana en la revuelta. En Colombia, la producción de cocaína
sigue imparable, la policía soporta rutinariamente insultos y bombas molotov, y
la izquierda incentiva una revuelta mayor, con apoyo venezolano. Argentina y
Perú están en calentamiento, “Ego” Morales se aferra al poder por cuarta vez,
Cristina puja para llegar a la Vicepresidencia y las FARC - ELN planean desde
Venezuela algún golpe sonoro que fortalezca la moral narcormarxista del
momento. Maduro y su pandilla celebran la turbulencia regional, fanfarronean y
logran, cínicamente, su membrecía en la comisión de derechos humanos de la ONU.
El marxismo cultural continental
arrastra a la violencia a jóvenes despojados de historia, interconectados pero
desinformados, intoxicados con fake news, y saca ventaja de ineficientes
y desuetos aparatos de inteligencia de Estado, fuerzas públicas
operacionalmente debilitadas y gobiernos llenos de corrupción e impunidad.
La Habana sonríe, Caracas reclama la
autoría, Estados Unidos babosea, China, Rusia e Irán se frotan las manos, los
gobiernos legítimos flaquean y nosotros acariciamos la decisión de siempre:
huir.
Esta arremetida ha mostrado las
capacidades actuales de las narcoizquierdas nacionales, pero también las ha
desgastado hacia adentro y hacia afuera. Es ahora cuando los gobiernos
democráticos, en alianza, deben remodelarse o correr el riesgo de que, ante su
debilidad, muchas comunidades se armen en autodefensa y exploten
confrontaciones civiles de resultados inesperados. Latinoamérica no es Europa.
Entender los reclamos de sus colectividades, fortalecer legal y moralmente las
fuerzas militares y de policía, y actualizar los sistemas de inteligencia, son
algunas de las medidas necesarias y urgentes. O nos venezolanisamos.
NOTA: en la pasada columna señalé la fecha
incorrecta de la baja de alias Raúl Reyes. Ofrezco excusas. Lo que importa es
el resultado.