José
Leonardo Rincón,S. J.*
Jerónimo Nadal, en los primeros años de existencia de la Compañía de
Jesús, fue un hombre clave que contribuyó en mucho a la expansión del carisma y
obra ignacianos. A él se le atribuye la frase: “el mundo es nuestra casa”,
una muy diciente afirmación que cobra cada día mayor validez. Solo concibiendo
así el planeta tierra, entenderemos que el universo va mucho más allá de
nuestras propias narices y que el cuidado de la casa común, como invita el Papa
Francisco en su encíclica Laudato Sí, es una tarea apremiante e
imperativa y no un capricho de temporada.
Con dolor observo las imágenes que nos muestran una porción de la
Amazonia ardiendo, al parecer por un incendio provocado y difícilmente
controlable. Con elemental preocupación veo que el presidente galo, Macron, invita
a que el G7 aborde el tema, pues la selva amazónica es el pulmón del mundo. Con
indignación estupefacta que supera todo desconcierto, no puedo creer que Bolsonaro,
brasileño presidente, reconocido por su deseo de talar la selva, rechace la
propuesta francesa y la califique de intrusión colonialista. Oye: ¿en manos de quiénes
estamos? Porque Trump se salió del pacto global sobre el calentamiento
climático dizque porque ese fenómeno no existe y ahora este otro señor le vale
huevo su selva en llamas. A esta gente solo le importa lo suyo, su plata, su
confort… los demás que se frieguen. Inaudito.
Recientemente, las noticias informaron sobre el desprendimiento de parte
del casquete polar nórdico y advirtieron lo que esto implicaría de elevación
del nivel del mar y consiguientes inundaciones en varios puntos del globo.
Alertaron, igualmente, sobre la necesidad de tomar medidas de choque para
frenar una debacle que ya se avizora. Si no se para la tala de árboles, si no
se cuidan las fuentes de agua, si no se deja de botar tanta basura a ríos y
mares, entre otras muchas medidas, caminamos con paso firme hacia el abismo.
Con alegría y esperanza veo una especial sensibilidad en las jóvenes
generaciones sobre el tema. Parecieran tener claro que no tendrán futuro si no
se frena el abuso al que sometemos a diario nuestro planeta tierra. Recuerdo
también hace décadas a los de Greenpeace alertándonos sobre la catástrofe que
veían venir y cómo se les miraba con desdén, por no decir desprecio, a esos
locos romanticones de la ecología. Literalmente hoy día nuestro rancho está
ardiendo, por otro se está inundando, a la par se está muriendo de sed por la
aridez. El cambio climático es una realidad. Lo sentimos a diario: de calores
infernales a fríos espantosos. En un mismo día llueve y hace sol varias veces.
El verano registra temperaturas inéditas y el invierno unos termómetros increíblemente
bajos.
Para no ir tan lejos, tenemos que cuidar lo nuestro. Las denuncias sobre
los inminentes daños en el Páramo de Santurbán por la minería extractiva; la
voracidad tras el afán del fracking para sacar petróleo con agua a
presión; el daño ecológico por la fumigación con glifosato; la creciente
contaminación, casi irreversible de nuestros ríos; los incendios forestales
provocados por perversas manos criminales; las toneladas de desechos plásticos que
inundan nuestros mares… algo tiene qué cuestionarnos. Pedir cuidar nuestra casa
común no es discurso político colonialista, no es fiebre pasajera de poetas románticos,
no es postura ideológica de moda, no es exageración alarmista de unos cuantos. Pedir
cuidar nuestra casa cuando el rancho está ardiendo es quizás ya una voz tardía
que grita en el desierto. Quizás, de pronto, alguien la escuche. Quizás estemos
aún a tiempo.