lunes, 22 de julio de 2019

Sensatez


Por Antonio Montoya H.*

Antonio Montoya H.
En Colombia sus habitantes y ciudadanos polarizamos en todo, ya sea hablando de deporte, religión, mujeres, hombres, moda, política o planeaciones departamentales y municipales, por decir cualquier ejemplo. Revisando la historia de nuestro país, tanto lejana como reciente, pocas veces, o tal vez ninguna, hemos logrado un acuerdo mayoritario sobre lo fundamental. En su momento sucedió con el plebiscito del año 2016, decisión trascendental que pretendía avalar el acuerdo de paz y que, en contravía de la opinión política, perdió el SÍ y ganó el NO. Aun así, como ocurre casi siempre, al final reformaron algo y decidieron continuar con el proceso, el cual pese a todas las adversidades que ha tenido se debe mantener y así lo prometió el presidente Duque. Eso sí, se buscará vía reforma constitucional que a futuro el narcotráfico y el secuestro no sean delitos conexos al delito político y no afecte la paz. Así respetados lectores, van mutando las decisiones políticas, los acuerdos e interpretaciones, y al final nadie queda contento, se vuelve toda una colcha de retazos, micos por todas partes, y los legisladores campantes creando y reformando leyes innecesariamente.

Ahora, y nuevamente por causa de la decisión de la Corte del pasado 17 de julio del año en curso, se volvieron a revivir las disputas y opiniones sobre un tema de interés nacional, como es la búsqueda de mecanismos efectivos que permitan reducir la siembra de los cultivos ilícitos en Colombia, que están en el orden de 208 mil hectáreas sembradas, generando un grave problema social y político nacional e internacional.

Obviamente este incremento no es atribuible al gobierno del presidente Duque, sino a las consecuencias imperceptibles que se van presentando con el trascurrir de los días por causa del acuerdo de paz.

Vale la pena recordar que entre los años 1990 y 1994, siendo presidente de la República el doctor César Gaviria, se fumigaron con glifosato más de dos millones de hectáreas de cultivos ilícitos en Colombia; posteriormente, en el año 2014, se ordenó la suspensión de la fumigación aérea con glifosato y en el año 2015 el Consejo Nacional de Estupefacientes acató la decisión del alto tribunal y se insistió en la erradicación manual, que también genera riesgos para la vida por la forma en que quedan desprotegidos quienes realizan esa actividad y que pueden ser atacados por los bandidos.

No podemos dejar a un lado en esta discusión las afectaciones que se producen por la aspersión aérea contra la vida, tierras y cultivos de otra naturaleza. Por ello las entidades de salud, la misma Organización Mundial de la Salud, deben aportar el conocimiento científico y técnico que ayuden a que el estado colombiano actúe de una manera seria, efectiva pero respetuosa del medio ambiente y de la vida humana.

Dice la Corte en el fallo de la semana pasada que se podrá reanudar la aspersión aérea si una investigación científica “de forma objetiva y concluyente, demuestra ausencia de daño para la salud y el medio ambiente” dejando tal decisión en manos del Consejo Nacional de Estupefacientes, reto inmenso para sus miembros, que deben actuar con sensatez, respeto por las comunidades, el medio ambiente y contra quienes promueven el cultivo ilícito para enriquecerse y perjudicar al país.

Lo que sí nos debe quedar claro es que el Estado debe combatir con todas sus fuerzas el flagelo del narcotráfico, causa de la violencia, de la degradación humana y de la proliferación de bandas criminales que ponen en jaque la institucionalidad.

En consecuencia, se debe continuar activamente con acciones múltiples y variadas para acabar con los cultivos ilícitos a través de la erradicación forzosa, la voluntaria, acuerdos con comunidades u otras alternativas eliminando todos los riesgos y recordando que el gran flagelo de nuestra sociedad es el narcotráfico, que es además el primer enemigo de la paz.