Por John Marulanda*
Que las FARC y el ELN están delinquiendo
como narco organizaciones armadas transnacionales, es un hecho cantado hace
rato por los militares, la policía, la fiscalía y los Estados Unidos. Sin
pausa, estas organizaciones narcoterroristas desarrollan una estrategia
mancomunada que mezcla astutamente los postulados de Lenin y los de El Chapo:
“revolución” con flujos financieros instantáneos para la conformación de una
nueva élite política, de una burguesía criminal, como en Venezuela.
Alias Gentil Duarte está fortaleciendo
un corredor estratégico que por el oriente llega hasta las fronteras de
Venezuela y Brasil, y por el occidente hasta la frontera colombo-ecuatoriana y
el Pacífico. Es un nuevo Frente Sur-Oriental con la participación de alias Iván
Marques, El Paisa y otros negacionistas de los acuerdos de Santos. Con o sin
disfraz político, el cartel de las FARC está apoderándose del sur del país
mientras el ELN, otra banda narcocriminal con su gerontocracia segura en Cuba,
está afianzando su poder en el norte desde la Guajira, Catatumbo y Arauca, al
oriente, en coordinación con las fuerzas militares venezolanas, y hasta Chocó y
Panamá, al occidente, con salida al Pacífico de más de la mitad de la cocaína
que producimos.
En ambas franjas, al sur y al norte,
cocaína, oro, coltán, extorsión y control territorial son el accionar de los
llamados Grupos Armados Delincuenciales o Grupos Armados Residuales, que
nuestra fuerza pública trata de debilitar mientras se defiende de los ataques
internos y externos de camaradas interesados en disminuir esta cautelosa
ofensiva. A estas alturas, pues, el avance del narcotráfico, el mayor serio
problema de seguridad nacional, es abrumador debido a una justicia enredada,
disfuncional y a la paquidermia de un Estado legalista, maniatado para tomar
medidas drásticas.
Comentaristas del conflicto, algunos muy
jóvenes e inexpertos, otros viejos y adictos al marxismo-leninismo, desvían la
atención o desnaturalizan los hechos, empleando palabras de la llamada “pos
verdad”, aunque la opinión pública sigue negándole credibilidad, fuerza moral,
a los turbios acuerdos habaneros y a la desprestigiada JEP. Los ciudadanos
piden, no venganza como dicen el nobel de marras y sus conmilitones, sino justicia.
Los últimos atentados terroristas
urbanos y los crecientes indicadores de homicidios registrados hasta hoy,
indicaría que un nuevo ciclo de violencia está empezando, tal como lo habíamos
advertido desde hace varios años. Algo que los mamertos quieren endilgar a una
arremetida ideológica, pero que es en realidad una lucha despiadada por los
dineros del narcotráfico.