José
Leonardo Rincón, S. J.*
Esta semana, gracias a una invitación de Bancolombia, pude asistir a una
conferencia con el famoso Tom Peters, el mismo del best seller empresarial: “En
búsqueda de la excelencia”.
Los temas de administración me gustan desde hace tiempo, aunque mi
profesión ha sido la de educador. Quizás por eso, resulté donde actualmente
estoy, porque de mis 35 años en el mundo de la educación, 25 han sido dedicados
a tareas administrativas. En varias oportunidades, invitado por otras
organizaciones, he asistido a conferencias de algunos gurús como Stephen Covey,
Peter Drucker, Michael Porter y Chris Lowney. Siempre he acudido expectante esperando
encontrar la revelación de sus principales secretos y me he quedado viendo un
chispero porque sus tales “secretos”, a la postre, resultan ser consejos
básicos de sentido común, elementales en su concepción, pero (parece) bastante
difíciles a la hora de ponerlos en práctica. Por ejemplo:
* El lema es servir: “Personas sirviendo a personas
que sirven a personas”. Ese es el oficio de los lideres organizacionales.
No sé porqué me sonó conocida la frase. Creo que un tal Jesús de Nazaret había
dicho que estaba en medio nuestro como el que sirve. Y dijo, además, que los
jefes tiranizan y oprimen, pero que deberían estar al servicio de sus
subalternos de modo que siendo los primeros se hagan los últimos. Peters coincide
en el cambio de paradigma, asegura que a la hora de la verdad es más importante
la señora de servicios generales que el mismo presidente de la empresa. Ella es
única, en tanto el otro, puede ser cualquiera.
* Los dirigentes deben buscar que sus equipos sean cada
día mejores, logren sus sueños, y por ende, sean felices. Las estadísticas
muestran que entre el 70 y el 90% de los trabajadores en el mundo no son
felices en lo que hacen. Luego el deber moral de los lideres, sin excusas, es
hacer del trabajo un lugar grandioso para ser feliz. Eso me recordó otra vez a
nuestro Jefe, porque se la pasó predicando un reino de felicidad basado en el
amor, la verdad, la justicia y la paz. Igualmente, me recordó a Viktor Frankl,
quien aseguraba que la gente no es feliz porque no le ha encontrado el sentido
a su propia vida, neurotizada absolutizando lo que es relativo y relativizando
el absoluto.
* Si la misión empresarial hoy día es trabajar por la
excelencia buscando obtener los mejores y más altos resultados, como una meta
realmente importante, más importante aún son las personas. El “toque” humano
debe prevalecer sobre los fríos datos cuantitativos. De esta manera, si el líder
logra que su gente sea feliz, los resultados vienen por añadidura y con ello
habrá salvado más vidas que un médico que le toca atender a otros muchos
infartados por el estrés, por andar buscando los resultados per-se, sin ningún
asomo de calidad de vida. La excelencia, así entendida, no se convierte en una
aspiración de largo plazo, sino en el objetivo inmediato para los próximos
cinco minutos.
* La selección del directivo es también muy
importante. Hay que buscar personas que sonrían, escuchen, sean cuidadosas,
sepan decir gracias, sean cálidas y empáticas. Se ha comprobado que la alta
rotación del personal en las empresas no se da por causa de las empresas como
tal, sino del jefe que tienen.
* La formación y el entrenamiento, tareas propias del
CTO (Chief Training Officer), se constituyen en la mejor inversión, no un
gasto, es tarea de primera línea. Citando a Richard Branson, insistió en que el
reto primordial para un jefe es escuchar. Aquí evoqué, excusen por favor, a San
Ignacio quien en un diálogo con su amigo Pedro Ribadeneira le aseguró
taxativamente “el que manda es el que obedece”. Explico: obedecer, viene del
latín ab-audire, el que escucha. El que manda es el que escucha. Por algo será
que Dios nos dio solo una lengua y dos orejas, para que hablemos menos y
escuchemos más.
* Finalmente, la gestión es definitiva. Actuar aunque
nos equivoquemos, pero actuar. Del error se aprende y se avanza. Criticó
fuertemente a las entidades que se la pasan planeando y contó cómo algunas
organizaciones tomaron la delantera de cinco años sobre otras que… ¡seguían
planeando! El ya citado capitán de Loyola también decía: “el amor hay que ponerlo
más en las obras que en las palabras” que es lo mismo que el adagio popular
“obras son amores, que no buenas razones” o como decía el paisa: “hágale
mijo, que esto es diciendo y haciendo”.
Así, las cosas, como colofón, contaba Peters que una vez lo criticaron
porque en sus charlas hablaba mucho del valor central de las personas en las
organizaciones: “¿Y de qué más hablamos entonces?” fue su respuesta. Ahí está
el quid del asunto.