viernes, 7 de junio de 2019

Secretos empresariales


José Leonardo Rincón, S. J.*

José Leonardo Rincón Contreras
Esta semana, gracias a una invitación de Bancolombia, pude asistir a una conferencia con el famoso Tom Peters, el mismo del best seller empresarial: “En búsqueda de la excelencia”.

Los temas de administración me gustan desde hace tiempo, aunque mi profesión ha sido la de educador. Quizás por eso, resulté donde actualmente estoy, porque de mis 35 años en el mundo de la educación, 25 han sido dedicados a tareas administrativas. En varias oportunidades, invitado por otras organizaciones, he asistido a conferencias de algunos gurús como Stephen Covey, Peter Drucker, Michael Porter y Chris Lowney. Siempre he acudido expectante esperando encontrar la revelación de sus principales secretos y me he quedado viendo un chispero porque sus tales “secretos”, a la postre, resultan ser consejos básicos de sentido común, elementales en su concepción, pero (parece) bastante difíciles a la hora de ponerlos en práctica. Por ejemplo:

* El lema es servir: “Personas sirviendo a personas que sirven a personas”. Ese es el oficio de los lideres organizacionales. No sé porqué me sonó conocida la frase. Creo que un tal Jesús de Nazaret había dicho que estaba en medio nuestro como el que sirve. Y dijo, además, que los jefes tiranizan y oprimen, pero que deberían estar al servicio de sus subalternos de modo que siendo los primeros se hagan los últimos. Peters coincide en el cambio de paradigma, asegura que a la hora de la verdad es más importante la señora de servicios generales que el mismo presidente de la empresa. Ella es única, en tanto el otro, puede ser cualquiera.

* Los dirigentes deben buscar que sus equipos sean cada día mejores, logren sus sueños, y por ende, sean felices. Las estadísticas muestran que entre el 70 y el 90% de los trabajadores en el mundo no son felices en lo que hacen. Luego el deber moral de los lideres, sin excusas, es hacer del trabajo un lugar grandioso para ser feliz. Eso me recordó otra vez a nuestro Jefe, porque se la pasó predicando un reino de felicidad basado en el amor, la verdad, la justicia y la paz. Igualmente, me recordó a Viktor Frankl, quien aseguraba que la gente no es feliz porque no le ha encontrado el sentido a su propia vida, neurotizada absolutizando lo que es relativo y relativizando el absoluto.

* Si la misión empresarial hoy día es trabajar por la excelencia buscando obtener los mejores y más altos resultados, como una meta realmente importante, más importante aún son las personas. El “toque” humano debe prevalecer sobre los fríos datos cuantitativos. De esta manera, si el líder logra que su gente sea feliz, los resultados vienen por añadidura y con ello habrá salvado más vidas que un médico que le toca atender a otros muchos infartados por el estrés, por andar buscando los resultados per-se, sin ningún asomo de calidad de vida. La excelencia, así entendida, no se convierte en una aspiración de largo plazo, sino en el objetivo inmediato para los próximos cinco minutos.

* La selección del directivo es también muy importante. Hay que buscar personas que sonrían, escuchen, sean cuidadosas, sepan decir gracias, sean cálidas y empáticas. Se ha comprobado que la alta rotación del personal en las empresas no se da por causa de las empresas como tal, sino del jefe que tienen.

* La formación y el entrenamiento, tareas propias del CTO (Chief Training Officer), se constituyen en la mejor inversión, no un gasto, es tarea de primera línea. Citando a Richard Branson, insistió en que el reto primordial para un jefe es escuchar. Aquí evoqué, excusen por favor, a San Ignacio quien en un diálogo con su amigo Pedro Ribadeneira le aseguró taxativamente “el que manda es el que obedece”. Explico: obedecer, viene del latín ab-audire, el que escucha. El que manda es el que escucha. Por algo será que Dios nos dio solo una lengua y dos orejas, para que hablemos menos y escuchemos más.

* Finalmente, la gestión es definitiva. Actuar aunque nos equivoquemos, pero actuar. Del error se aprende y se avanza. Criticó fuertemente a las entidades que se la pasan planeando y contó cómo algunas organizaciones tomaron la delantera de cinco años sobre otras que… ¡seguían planeando! El ya citado capitán de Loyola también decía: “el amor hay que ponerlo más en las obras que en las palabras” que es lo mismo que el adagio popular “obras son amores, que no buenas razones” o como decía el paisa: “hágale mijo, que esto es diciendo y haciendo”.

Así, las cosas, como colofón, contaba Peters que una vez lo criticaron porque en sus charlas hablaba mucho del valor central de las personas en las organizaciones: “¿Y de qué más hablamos entonces?” fue su respuesta. Ahí está el quid del asunto.