sábado, 20 de abril de 2019

Un retrato de lo que somos


José Leonardo Rincón, S. J.*

José Leonardo Rincón Contreras
¿Qué es el misterio pascual de Nuestro Señor Jesucristo, que celebramos en esta semana mayor sino el mejor y más auténtico retrato de lo que somos como seres humanos?

Más allá de las tradicionales ceremonias litúrgicas a las que estamos acostumbrados, bien vale la pena no quedarnos en su exuberancia ritual, que es pedagógicamente hermosa, y más bien fijarnos, al menos por una vez, en las actitudes de los personajes que protagonizan estas jornadas. Repito, hay allí un condensado de humanidad que ha dado ocasión, no lo dudo, a abundantes estudios de psicología.

El domingo de ramos se viste de rojo. Connota fiesta, alegría, pero también pasión y el comienzo del fin. Las multitudes, esas masas tan interesantes como peligrosas, reflejan su infinita capacidad camaleónica para adaptarse según las conveniencias y dejarse alienar y manipular por otros. En esta ocasión vitorean y aplauden, exaltan a Jesús y quieren hacerlo rey, pues el mesianismo que sueñan y esperan es eminentemente político. Mas Jesús les resulta decepcionante porque no aprovecha este cuarto de hora en su rating de popularidad para auto proclamarse el lider de la revuelta contra los asfixiantes opresores romano y judío. Por eso, este populacho enardecido que un día usufructuará la generosidad del Maestro, a los pocos días le volteará la espalda y pedirá su muerte. Sí. Los mismos que gritaban ¡hosanna!, gritarán: ¡crucifíquenlo!

El jueves santo se viste de blanco. Es fiesta solemne. El recuerdo de la última cena de Jesús con sus más cercanos discípulos y amigos, es verdad que nos deja las profundas lecciones del mandamiento del amor, del servicio como actitud de vida, de la institución sacramental de la Eucaristía y del sacerdocio como ministerio eclesial que debe traslucir esas realidades. Pero es verdad también que nos evidencia, por contraste, nuestra humana finitud y labilidad. Pedro, el escogido como sucesor, el viejo siempre primario y efusivo, el roca firme y base para la construcción de la Iglesia, agallinado en el momento crítico, niega a su mentor y maestro. Judas, seducido por el afán del dinero fácil y su propia comodidad, literalmente traicionará al amigo que confió en él. Cuando hay que orar y velar, el resto se quedan dormidos y al momento de la captura de su líder huyen despavoridos: no quedó bocacalle sin apóstol.

El viernes santo vuelve a vestirse de rojo. Ahora, sólo connota pasión, tragedia, muerte, sangre derramada. Es día de luto por el inocente asesinado. Por eso, la liturgia resulta excesivamente sobria. Altar desmantelado, sin luces ni flores, no hay eucaristía. Solo silencio, desde el del Padre que se calla y hace sentir a su Hijo abandonado, hasta el del resto avergonzado por el crimen cometido. Los poderes religiosos y políticos se confabulan en torno al enemigo común que los ha desenmascarado por su hipocresía. Los rivales se hacen amigos de conveniencia. El sanedrín conspira, soborna, inventa causales, apela a falsos testigos y testimonios y condena. Las feroces fieras se tiran su presa unos a otros, hasta que va a parar frente al representante del derecho y la ley, quien en justicia no encuentra motivo y en tres ocasiones intenta liberarlo, pero vencido por la presión y el temor de perder su poder, se lava las manos, libera al criminal y condena al inocente. En tanto Pedro llora su cobardia, Judas se suicida. En el camino a la cruz emergen unos interesantes personajes: las mujeres, las débiles, las excluidas, son las que salen a su encuentro para expresar su solidaridad y prestar ayuda, serán las únicas valientes hasta el cadalso. Simón de Cirene o el que da la mano, a veces obligado, pero que alivia tan pesada carga. Los ladrones ajusticiados con dos actitudes divergentes aún en el mismo patibulo. El centurión incrédulo que reconoce lo que los otros no vieron. José de Arimatea que tiene el valor de pedir el cuerpo del considerado delincuente. Los que salen dándose golpes de pecho arrepentidos de haberse equivocado… Como ven, todo un álbum fotográfico para detenerse en cada uno de los actores y analizar su comportamiento.  Herodes, Anás y Caifás, Pilato y su esposa, Barrabás, los ausentes apóstoles, todos tienen algo qué dejarnos como lección de vida.

El domingo de resurrección vuelve a vestirse de blanco. Es la solemnidad por excelencia. Su vigilia se ha celebrado con un esplendor único. Si Jesucristo no hubiese resucitado, vana sería nuestra fe, afirmó Pablo con toda la razón. ¡Es la Pascua! ¿Dónde está muerte tu victoria? La Vida siempre derrota la muerte. Es el paso triunfante del que todos dieron por derrotado y aniquilado. Pascua nos hablará siempre de esperanza cuando nuestra desazón haya llegado al tope. Entre los múltiples personajes en escena, casi nada para escoger, casi todos decepcionantes, fiel retrato de lo que somos como seres humanos: oportunistas, interesados, cobardes, perezosos, chismosos, conspiradores, masificados, traidores, hipócritas, cómplices… es la cruda realidad, injusta y aparentemente victoriosa, que resultará vencida a la postre por Aquel que desde su humillación kenótica fue pertinente, absolutamente libre, valiente, sincero, leal, directo, asertivo, diligente… La resurrección no es la reanimación de un cadáver, sino el triunfo del bien sobre el mal, del amor sobre el odio, de la paz sobre la guerra, de la verdad sobre la mentira, de la honestidad sobre la corrupción.

Sin duda, un retrato lamentable de lo que somos, pero también de lo que podemos ser si Jesús, el Cristo, más que un icónico recuerdo de antaño, es la razón y sentido de nuestra vida presente. Esa es nuestra decisión.