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viernes, 27 de marzo de 2020

La cosa va en serio


José Leonardo Rincón, S. J.*

Pedro Juan González Carvajal
Eso nos lo han dicho hasta la saciedad, pero tercos e incrédulos como somos, todavía pensamos que a nosotros no nos va a tocar esto de contagiarnos del COVID19. Y la cosa va en serio.

En dos links que circulan por las redes sociales, puede uno informarse en tiempo real sobre el crecimiento exponencial de la pandemia: es aterrador. Mas lo que parece absurdo es que haya lugares en el mundo donde no se han tomado medidas radicales para detener su expansión. Aquí ya se adoptaron, tarde las principales, pero al menos se adoptaron, cuando pasamos de 1 a 500 casos registrados en cuestión de pocos días. Resultan risibles, como lo que suele ocurrir en Macondo, pues se pone en cuarentena todo el mundo, menos 34 casos excepcionales que vienen a sumar mucha gente otra vez. Ayer a primera hora solamente de lo que se puede contar, 90 mil personas habían hecho uso del servicio masivo de transporte, sin contar los que van a pie, moto o carro por su cuenta. O sea, potencialmente en riesgo mucha gente todavía, pues de llegar a contagiarse, cada uno de ellos podrá hacerlo a su vez al menos a entre tres y diez más, como mínimo.

Es verdad que no hay que anticiparse a la tragedia, pero tampoco despectivamente minimizarla. Eso hicieron en otras latitudes y hoy lloran arrepentidos su arrogancia, cuando diariamente cuentan por centenares sus muertos. En Colombia no tenemos un diagnóstico veraz, solo aproximado. No se están haciendo pruebas masivas de detección. Se están tratando de manejar domiciliariamente los casos no graves. Es plausible la solidaridad de muchos para invertir en infraestructura hospitalaria para atender la contingencia buscando menguar su previsible incapacidad. No hay alarmismo para no aumentar la zozobra y el pánico que ya tienen muchos. A punta de humor, como lo hemos hecho siempre, buscamos fortalecer nuestra resiliencia.

Personalmente pienso que en tanto no haya cuarentena total para todos o al menos casi todos, con toque de queda incluido, durante un mes por lo menos, como lo hicieron en Wuhan, epicentro del problema, de fondo el problema no se arregla. Habrá que determinarse con anticipación para buscar el oportuno abastecimiento. Lo que me parece dolorosamente terrible es tener que decidir, como ya se hace en muchos hospitales, quiénes vivirán y quiénes no. Me han conmovido por estos días varios amigos jóvenes, conscientes de lo que viene, quienes con crudo realismo me dicen: “si sobrevivo…”, “si salimos vivos de esta…”, “si Dios me da otra oportunidad…”, “esperando volver a verte…” Sin tragedias, espero, pero lo duro está por venir. Es la verdad.

En tanto, y como si con lo que ya tenemos no fuese suficiente, tengo fijados en mi mente y en mi corazón a cuatro personas amigas, agobiadas por el cáncer y obviamente más vulnerables por estos días: Carmencita, una mujer costeña que derrocha afecto por doquier; Luis, un joven médico paisa con hijas aún pequeñas; Nancy, una mamá comunitaria en Bogotá, que desde su pobreza se entrega a diario a decenas de niños; Carmen Inés, quien desde Tunja viaja a la capital para hacerse sus quimios. Todos ellos quieren vivir, necesitan vivir. Dios nos habla en todo esto, nos grita para que oigamos. “Ojalá escuchéis hoy su voz y no endurezcáis vuestro corazón”, recita el salmista. “Que no seamos sordos a su llamado”, nos invita Ignacio de Loyola en sus Ejercicios Espirituales. Es nuestro turno. Todo esto es para nuestro bien.

jueves, 26 de marzo de 2020

Vigía: teatro de guerra


Por John Marulanda*

Coronel John Marulanda
Estamos ante un escenario de guerra. Amenaza creciente de heridos (enfermos) y muertos. “Parece como si estuviéramos cruzando por la mitad de un campo de batalla”, dice una enfermera italiana. Se levantan hospitales de campaña; se implementa el toque de queda y se ordena protección en refugios, casas; se suspenden todo tipo de vuelos; hay adquisición paranoica de alimentos; hay servicios públicos reducidos; se expiden medidas económicas de emergencia; funcionarios públicos y técnicos se han tomado los medios. Se redondea la perspectiva de desastre con refugiados venezolanos, narcotráfico, corrupción, criminales de guerra impunes y orondos, violencia reciclada y el enredado poder político del ejecutivo. Las diferencias con un teatro de guerra real son las sirenas y el enemigo.

Claro que China comunista es la originadora, incidental o no, de todo este desbarajuste, pero no vamos contra ella, sino contra ello, contra el virus. La polémica de nunca acabar entre pragmáticos y libertarios, concita a algunos enfermizos políticos de izquierda y derecha a la caza de oportunidades, aún a riesgo de caer todos en una catástrofe, que está tocando a la puerta. Y hoy como ayer, en todas las latitudes, ante sospechas de un desorden social mayor en el que la violencia individual o grupal se desborde, se recurrirá a los militares, argumento final para contener el caos causado por decisiones equivocadas o por el miedo. Porque, finalmente, el exitoso manejo de la crisis es un asunto de inteligente administración de recursos materiales e inmateriales disponibles y las Fuerzas Armadas son un recurso invaluable y decisivo en este tipo de escenarios. Preocupa que los uniformados caigan también afectados por el coronavirus, dado su permanente exposición pública y el confinamiento y estrecha convivencia que exigen su organización y disciplina. En esta eventualidad, como en un caso de guerra, la Reserva Activa deberá ser empleada a fondo.

Rezar es siempre una opción saludable, pero tomar decisiones racionales día a día, dentro del estrecho margen del aislamiento impuesto, es la única vía juiciosa para salir adelante en este escenario sucedáneo de uno de guerra, que puede terminar con una cuota insoportable de bajas, aunque sin mayor daño a las infraestructuras físicas, como si fuera un ataque con una bomba de neutrones. ¿Consuelo?

Todo esto mientras la Unicef disimuló en lo posible la celebración del día mundial de la poesía, el pasado 21 de marzo. Tal vez la rima sea un buen paliativo para la mortaja.

viernes, 20 de marzo de 2020

Cuarentena cuaresmal


José Leonardo Rincón, S. J.*

José Leonardo Rincón Contreras
Lo que estamos viviendo es realmente inédito, nunca nos lo imaginamos, ni siquiera en película de ciencia ficción: que un virus pequeñito, de hecho, débil, pudiera ponernos en jaque, casi jaque mate, a toda la humanidad. De nada sirve tener dinero, encopetado abolengo, ser potencia mundial, tener grandes reservas petroleras o poseer el mejor armamento nuclear. El bichito biológico resulta más poderoso y finalmente más letal. Para evitarlo, nos ha obligado a confinarnos en casa en una auténtica cuarentena cuaresmal.

Cuarentena y Cuaresma aluden ambas a cuarenta días y aunque sus propósitos en principio son diferentes, gracias a la pandemia generada por el Covid-19, aquí resultaron coincidentes y complementarias a punto de que la imperiosa cuarentena para salvar nuestras vidas como medida sanitaria, nos ayuda en mucho como creyentes en este tiempo de cuaresma a salvar nuestra vida, como profundo sentido espiritual.

Muchos escritos, muy inspirados, por cierto, se comparten por las redes sociales en estos días y se alternan con los famosos y muy simpáticos memes que nos hacen reír en medio de la tragedia. Estos florecen tan rápidamente como van pasando. Aquellos calan y se convierten en lección existencial que no se olvidará tan fácilmente. Y es verdad que lo que estamos viviendo nunca se nos olvidará: obligados a volver a casa, al calor del hogar, para encontrarnos adentro con nuestros seres queridos sin afán, sin las premuras del estrés cotidiano que copaba nuestras complejas agendas de citas y compromisos siempre afuera.

Inducidos al silencio cuando todo era ruido. Discotecas, estadios, cines, clubes, restaurantes, todos estridentes, todos cerrados. Quizás porque es la hora de hacer un pare para abrirnos a escuchar los sonidos del silencio, las voces del espíritu, al Dios que habla a nuestras mentes y corazones. Para escuchar la voz de nuestra conciencia que tiene temas pendientes sobre qué interpelarnos, porque hablábamos mucho con los otros y prácticamente nada con nosotros mismos.

La coyuntura evidencia nuestra pequeñez y fragilidad versus lo agrandados y fuertes que nos sentíamos. Nos obliga a ser humildes y a recordarnos lo lábiles y finitos que somos. Me evoca esa frase evangélica que Ignacio de Loyola le gustaba machacar al impetuoso joven Francisco Javier: “¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si pierde su alma?”

La tradicional cuaresma estaba bastante desgastada en sus tradicionales formas de ayuno, oración y limosna, lucía poco atractiva y hasta desvirtuada. La cuarentena le ha servido como su mejor estrategia de marketing. El ayuno no era para comer pescado, sino para abstenerse un tiempo de eso que nos gusta. La oración no era para cumplir con unos cuantos rezos de precepto sino para tener un tiempo de reflexión interior y lograr contemplar y admirar las cosas simples de la vida. La limosna no era para dar de lo que nos sobraba sino para compartir solidariamente incluso de lo que nos falta. Mejor no pudo estar esta cuarentena en plena cuaresma para ayudarnos a ser mejores personas, mejores seres humanos. Ojalá la asumamos y la vivamos así.