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viernes, 20 de enero de 2023

Gobierno y Estado

José Leonardo Rincón Contreras
Por José Leonardo Rincón Contreras*

La llegada de la izquierda al Gobierno de la nación suscitó toda clase de expectativas. Desde los que salieron corriendo del país porque esto se volvería otra Venezuela con el castrochavismo en el poder, hasta los que idealizaron esta asunción como si hubiese acontecido el reino de Dios en la tierra y ahora sí todo sería diferente.

El Gobierno del cambio se encontró con que sólo hubo cambio de gobierno. Una cosa es estar en campaña política y otro llevar las riendas del Estado. Las cosas no han sido ni serán fáciles. El control del Estado por el Gobierno de turno no es un asunto simple y de ligera resolución. Contar con un equipo sólido y consistente, armónico y coherente, que pueda ser orientado y puesto bajo control, ha sido uno de los dolores de cabeza que han tenido que padecer. Los primeros nombramientos por ser gente de experiencia generaron tranquilidad, pero los siguientes o no se han dado o muestran que no es fácil encontrar los perfiles deseados.

El tema de la institucionalidad no es un asunto menor. Las competencias de cada poder se hacen sentir, ni el legislativo es un títere, ni el judicial es subalterno. La barrida en las fuerzas militares y de policía trastornó la juiciosa fila india que llevaba años esperando y justos quedaron tendidos en el camino por culpa de pecadores. El ministro de Defensa hace honor a su nombre comenzando por casa y denunciando los excesos de la guerrilla. Acabar con la dependencia económica del recurso petrolero no es cuestión de un plumazo. Las relaciones internacionales, por lo complejas, deben ser respetuosas. Ni USA y los suyos son enemigos, ni el otro eje son la fantasía. Los primeros cuidan que haya buenas y fluidas relaciones y los segundos son puestos en evidencia sobre el manejo de derechos humanos. Las necesidades económicas obligan a estar bien con todos.

Los gobiernos están de paso y son de coyuntura. El Estado es estable, pesado, paquidérmico, de estructura. No deja de sorprender, en consecuencia, que los mismos insatisfechos con la derecha, lo estén ahora con la izquierda. Y que las protestas sociales no se vean como alboroto politiquero de revoltosos manipulados ideológicamente. El hambre, el desempleo, la falta de justicia oportuna, la insoportable inflación, la desgracia de la corrupción y todo el rosario de males que padecemos no tienen color político y agobian, como siempre, a los más débiles y vulnerables, a los pobres.

Criticar siempre es cómodo y fácil. Ver los toros desde la barrera es sabroso. Pontificar sobre lo que se debe o no se debe hacer produce ególatra satisfacción. Pero súbase al poder y descubra que las cosas no van sobre ruedas, que no basta tener un nombramiento para haber hecho ya la gestión, que no todo es color de rosa, que hay poderosos intereses ocultos, que los amigos interesados abundan, que no se puede hacer todo lo que se quiere, que el tiempo es corto, que los recursos no siempre están, que hay enemigos gratuitos y detractores naturales, que hay quienes están prestos a poner la zancadilla para que caigas, que los amigos leales son pocos…

Pasen los gobiernos que pasen, serán impotentes con el Estado si poco a poco no se contribuye a construir pensando más en el país y sus gentes y en el bien común, que en los mezquinos intereses particulares, en lucrarse a costa de, en favorecer solo a unos pocos. Y eso se hace desde la familia y la escuela. Nunca se dude.

viernes, 25 de octubre de 2019

A ver si cumplen


José Leonardo Rincón, S. J.*

José Leonardo Rincón Contreras
Con sobrada sensatez, un periodista decía hace pocos días en un programa radial que los candidatos a alcaldías y gobernaciones saben muy bien que no van a poder cumplir con todo lo que prometen en campaña electoral.  También nosotros, los electores, de antemano sabemos que los candidatos por quienes votamos no nos van a cumplir. Ridículo, ¿verdad? Es un juego perverso al que nos exponemos cada vez que hay elecciones. Ellos mienten y nosotros, sabiendo que nos engañan, los elegimos.

Desde que tengo uso de razón, no recuerdo un solo candidato que ya electo haya cumplido su palabra. Eso sí, que resultó haciendo exactamente lo contrario, como aquel que iba a cerrar el Congreso por corrupto y resultó amangualado todo el tiempo con él a base de coimas que no de mermelada porque así no la llamaban. O el otro que pidió grabar sobre piedra que no iba a subir los impuestos y a todos nos sacó la piedra cuando lo hizo. O este otro que prometió menos impuestos y más salarios y está desesperado por subir los impuestos y bajar el salario mínimo porque, en boca de ministro de hacienda, es muy alto. Prometió no hacer fracking pero, igual, lo va a hacer con mucho cuidado.

Eso sucede a nivel país o en las pequeñas ciudades: los politiqueros y gamonales resultan siendo la misma cosa, la misma maquinaria mañosa con sus mismas prácticas. Mienten los de derecha y mienten los de izquierda, los de rojo, azul, naranja, verde o amarillo. Después dicen que les tocaba hacerlo porque no había más remedio. Siempre el culpable es el antecesor que dejó la olla raspada y las partidas comprometidas. El poder se alterna entre unos y otros porque siempre existe la vana ilusión de que las cosas “ahora sí” van a cambiar y a ser mejores. Dan risa viéndolos posar camaleónicamente, cambiando de partido y de color como cambiando de calzones. Los que ayer se insultaban, hoy se abrazan. Los que en público pelean, en privado toman whisky.

Este domingo volvemos a las urnas. Hay que votar. Ya hemos visto los desastrosos resultados de jugar a la ambigüedad y a creer en un voto en blanco que aquí en Colombia no significa nada. La abstención es tan mortífera como una mala elección. No se vale quedarse durmiendo en casa porque me dio pereza porque estaba lloviendo, o porque ya sabemos quién va a ganar, o porque no vale la pena porque todos son la misma cosa. Yo sí creo que hay gente que quiere hacer las cosas de modo distinto, que quiere romper con inveteradas costumbres, gente a la que hay que darle la oportunidad. Esperamos que el remedio no sea peor que la enfermedad. El hecho es que hay que ejercer el derecho ciudadano a elegir alcaldes y gobernadores, a escoger en conciencia y con buen criterio el mejor. No el que da 50 mil pesos, ni el mercadito, ni el simpático, o el que diga fulano. No. El que yo crea, sí. ¡A ver si cumplen!