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miércoles, 11 de marzo de 2020

Cocaína: ¿estabilizador macroeconómico?


Por José Alvear Sanín*

José Alvear Sanín
Andrés Felipe Arias deja de lado toda referencia a la injusta condena y a la persecución de que ha sido objeto, para presentar al país un diagnóstico incontrovertible. Con el título de Cocaína: ¿estabilizador macroeconómico colombiano? (Bogotá: Universidad Sergio Arboleda; 2020. 70 p.). Su autor, con este estudio, académico, objetivo, sólido, preciso y bien sustentado, responde a ese interrogante con el lenguaje propio del economista profesional. Este paper, al mejor estilo anglosajón, escueto y sin adjetivos calificativos, invita al lector a sacar sus propias conclusiones.

Ante el hecho del choque brutal que para la economía mundial significó la caída del precio del crudo, que en 2014 se derrumbó de los US $ 100-110 hacia los US $ 50 por barril, se pregunta cómo fue que Colombia prácticamente no sufrió las consecuencias de la reducción de las exportaciones de su principal producto, que cayó de un promedio anual, entre 2010 y 2014, de US $ 27.591 millones, a US $ 13.878 millones entre 2015 y 2018. Esto significa nada menos que una reducción del 49.7 % de ese rubro, que no ha sido compensado por el crecimiento de ningún otro producto legal de exportación.

Vamos, pues, a completar una década bajo esta situación, pero el país no ha experimentado sus inevitables efectos en ningún aspecto. La vida económica sigue transcurriendo normalmente, porque, en muy buena parte, las exportaciones de cocaína han compensado la reducción de las petroleras…

Todos, de alguna manera, nos hemos dado cuenta de ese fenómeno, pero nos hemos acostumbrado a él. Faltaba entonces alguien capaz de analizarlo, cuantificarlo y de exigirnos tomar posición ante esta nueva estructura de nuestro comercio exterior.

Por la excepcional importancia de ese trabajo de impecable factura, sólida argumentación y fácil lectura, lo recomiendo vivamente, para seguir con algunas de las reflexiones que me hago después de analizarlo.

Andrés Felipe Arias ha respondido positivamente a su interrogante. En efecto, la cocaína es el estabilizador macroeconómico que permite mantener la gigantesca importación de alimentos, autos, insumos y los viajes baratos, pero que inhibe la recuperación industrial y la agricultura productiva moderna, única gran posibilidad futura, si algún día nos liberamos del predominio de la coca sobre la economía.

Después de este ensayo ya no será posible desconocer el dilema en que nos encontramos: volver a ser un estado de derecho económico o resignarnos a la condición de narcoestado.

Durante toda esta última década, los partidarios de la segunda opción han avanzado. Su ofensiva estratégica es permanente y bien financiada, mientras las fuerzas que podemos llamar democráticas ni siquiera se defienden de la capitulación ante las FARC. A lo sumo tienen el gobierno, pero carecen del poder, quizá porque el país depende ya absolutamente de las divisas generadas por el narcotráfico. El status quo político es demasiado frágil. Su horizonte se reduce a unos 30 meses, porque pronto habrá que escoger entre independizarnos de la droga o someternos definitivamente a ella.

Es tan aterrador el poder económico de la narcoindustria exportadora, que ya también tiene consumidores por todo el país, que sus actores sueñan con alcanzar el poder político total.

Detrás del odio por el petróleo y de la interdicción del fracking, hay un pensamiento atroz y lúcido que pocos captan: Si eliminamos los hidrocarburos, la nación quedará irremisiblemente arrodillada ente los estupefacientes.

He ahí la “economía verde” de Petro, pero sin máscara, puerta de entrada por donde “se va a la ciudad doliente”, como en Venezuela.

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El matoneo permanente, a partir del día de su posesión, contra el historiador Darío Acevedo Carmona, es también advertencia para que los demás empleados públicos no interfieran actividades preparatorias de la revolución.

miércoles, 19 de febrero de 2020

¿Solamente conflicto hay en nuestra historia?


Por José Alvear Sanín*

José Alvear Sanín
La continua e implacable arremetida contra el doctor Darío Acevedo Carmona no cesará hasta que ese ecuánime profesional no salga del Centro Nacional de la Memoria Histórica, porque la batalla que daban en tres frentes los extremistas promotores de la revolución —Comisión de la Verdad, CNMH y Cátedra de la Paz—, se les debilita si pierden uno de esos tres fortines.

El control de la historia es fundamental en la creación de un “hombre nuevo”, carente de memoria y despojado de las creencias que han formado la nación, y tabula rasa sobre la cual se puede armar un nuevo entramado ideológico, una nueva cultura donde la verdad responda a un Diktat del partido: “Todo dentro de la revolución; nada por fuera de ella”.

No es mi propósito discutir sobre esa concepción que, desde luego, elimina la civilización como fruto de una larguísima sucesión de pensamientos, creencias, artes, ciencias, actitudes y sensibilidades, porque estamos en medio de una batalla cultural donde debemos sostener la posición del actual director del CNMH y exigir el desmantelamiento de la fementida Comisión de la Verdad, antes de que recuperen el Centro, y entre este, De Roux y sus compinches nos dicten una nueva historia oficial y mamerta, para adoctrinar, vía “cátedra de la paz” a las nuevas generaciones.

La estrategia está clara, pero nadie se preocupa realmente por detener los golpes tácticos. El más reciente, bien poco denunciado, es el de la decisión presidencial de dejar listo, antes de 2022, un museo nacional de la memoria colombiana.

He ahí un proyecto amable, otra atracción turística para Bogotá…, pero nadie se detiene a considerar el presupuesto, ni si es prioritario, ni el uso que se le va a dar como herramienta, o como arma, en la batalla de la historia.

La persona designada para levantar ese museo, el señor Fabio Bernal, es idóneo. Tiene amplia experiencia, adquirida en el Museo del Ejército, pero sus declaraciones iniciales son inquietantes en grado sumo:
“Estoy convencido de la importancia para el país de la construcción plural de la memoria histórica y la defensa del patrimonio cultural para forjar una nación incluyente y en paz. El Museo de la Memoria en Colombia es un compromiso del país con las víctimas”.

No tiene uno que ser muy suspicaz para leer en este lenguaje mamertoide el justificado temor del señor Bernal, que así trata de evitar ser otra víctima de la furia persecutoria del senador Cepeda y su combo.

Estamos notificados: la memoria histórica de Colombia se reduce al “conflicto”, a las “víctimas”, a “la paz incluyente” y demás monsergas.

Los quinientos años anteriores no cuentan, ni se contarán. La historia maravillosa de un gran país que al iniciar el siglo XX era más pobre que Haití, con menos de 500 universitarios y apenas 1.264 líneas telefónicas, y que cien años más tarde ya era la economía n° 26 del mundo no interesa, ni vale la pena ocuparse de su desarrollo industrial, urbanístico, sanitario, agrario, energético, vial, educativo, deportivo y cultural…, porque Colombia solo ha sido violencia, conflicto, y ahora “paz”.

Ese será el museo donde llevar cohortes de niños con el fin de adoctrinarlos, y de allí saldrá la iconografía de las masacres causadas por el Estado y las imágenes aureoladas de los valerosos defensores de un pueblo martirizado por las oligarquías y el imperialismo…, es decir, el museo como cuartel en la batalla ideológica. Remember el Museo del Ateísmo, de Lenin, en Moscú, primer antecedente de galerías como herramientas de transformación cultural.

Desde luego, este museo nacional tendrá sucursales en provincia, absorbiendo en primer lugar una “Casa de la Memoria” que hace tiempo funciona en Medellín y sobre la cual se acaba de pronunciar, en su calidad de concejal, el candidato derrotado a la Alcaldía, cuando propuso (El Colombiano, febrero 13/ 2020) “quitar del Museo Casa de la Memoria todo lo que tuviera relación con el conflicto armado, porque causa división”.

Tiene parte de razón, aunque sobre él han caído rayos y centellas. La función de los museos no puede ser la de servir como arsenal ideológico en la lucha político-revolucionaria. El modelo económico-social debe proceder del flujo de la historia, en lugar de ser el resultado de una “construcción” deliberadamente impuesta por un grupúsculo intransigente, feroz y sectario, que no encuentra resistencia en gobiernos timoratos y buenazos.

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Me llama la atención una lectora que pregunta si es Comisión de la Verdad u Omisión de la Verdad.
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El asesinato de Juan Sebastián todavía horroriza a la mayoría de los colombianos, mientras la secretaria de la mujer, de Claudia (perdón, de Bogotá), reclama la expedición de la “más avanzada” despenalización del aborto, no solamente en los tres casos de la solapada tronera, sino para que pueda practicarse sin limitación en el tiempo; y que se elimine la objeción de conciencia del personal y de los establecimientos sanitarios, obligados a practicarlo bajo sanción penal…

Eso era de esperarse, pero nadie piensa en lo que será del país en unos pocos años, con la sustitución de la doctrina cristiana, en la educación primaria, por la ideología de género, que, junto con enseñanzas aberrantes, convence a niños y niñas de que abortar es un acto banal, desprovisto de cualquier significación ética, ocultándoles que el ADN del feto es diferente del de la madre, porque se trata de un ser humano distinto, único e irrepetible.

miércoles, 12 de febrero de 2020

La verdad histórica

Por José Alvear Sanín*

José Alvear Sanín
Desde tiempos inmemoriales la historia ha servido como arma política. Emperadores y reyes tenían sus cronistas, cantores y poetas. Por eso es tan bello el trabajo del historiador moderno y científico, independizado del tesoro público en cuanto procura extraer la verdad de los hechos del acumulado de los mitos, interpretaciones, opiniones, discursos, leyendas, fábulas y propaganda que los ocultan, disfrazan, disimulan o tergiversan…

Desde luego, estos historiadores casi nunca logran cambiar con sus descubrimientos lo que los pueblos han llegado a creer a lo largo de siglos de repetición de lugares comunes, de propaganda nacionalista o de buena literatura. Cada país tiene su leyenda dorada, que se transmitía, en primer lugar, a través de la escuela primaria. En ella se repetían los héroes, las batallas y los grandes acontecimientos, sin el menor sentido crítico. En la edad adulta unos cuantos analizaban ese sustrato cultural, para sacar conclusiones en forma de estudios y libros, unos mejores que otros y algunos incomparables.

Pero en ningún caso sus autores podían pretender haber llegado a la verdad absoluta sobre determinado asunto. Las luces que aportaban sobre algo determinado apenas eran el punto de partida para investigaciones posteriores. A nadie se le ocurría acudir al gobierno para que este decretase qué era lo que había ocurrido en tal fecha y quién tenía la razón en determinada afirmación.

El papel de un gobierno democrático debe limitarse a mantener cuidadosamente un archivo lo más completo posible de los documentos oficiales, y a sostener una, cien o mil bibliotecas donde se almacenen libros, discos, películas etc., para que los ciudadanos se enteren de los hechos pasados y los interpreten libremente.

Con la aparición de los movimientos políticos totalitarios se hizo evidente la importancia para ellos de disponer de una “historia” que justificara todos los actos tendientes a eliminar el recuerdo de la vida anterior a la revolución, que legitimara toda la violencia necesaria para la creación del nuevo orden y que condujera al cambio cultural profundo en las nuevas generaciones.

Por eso Lenin ha atribuido al partido la facultad de determinar de manera omnímoda la verdad, sin competencia posible sobre ella. Esta no será cosa distinta de lo que el partido diga, y por tanto será variable, mutante, fluctuante al vaivén de las circunstancias y las necesidades del momento. Así se resuelven todas las dudas, inquietudes y angustias, porque el partido —es decir el jefe— dicta las creencias y modifica los hechos. La historia se convierte en herramienta política e ideológica.

No es entonces de extrañar que los comunistas y los fascistas manipulen así la historia, desde el colegio hasta la academia, en las artes plásticas, el cine, el teatro, los medios y la producción editorial. Así fue en la URSS, en sus satélites, en Cuba, ahora en España (con las leyes de memoria histórica, especialmente sesgadas), y en Colombia, en trance revolucionario, donde se inventaron, primero, un Centro Nacional de Memoria Histórica (CNMH), y segundo, una Comisión de la Verdad, siniestro tándem para la creación de una historia al servicio de la revolución, de la cual se habrá de nutrir la obligatoria “cátedra de la paz”.

Desde el nombramiento de un auténtico historiador profesional, de un investigador serio e imparcial, Darío Acevedo Carmona, el CNMH dejó de ser una herramienta ideológica y un proficuo paraíso burocrático para historiadores mamertos, para empezar (después de largos años al servicio de la empresa revolucionaria) a cumplir su tarea como centro de documentación, en lugar de centro de adoctrinamiento y propaganda.

Perder ese fortín era perder un instrumento poderoso de desinformación , y por eso llevan meses enteros de una campaña mendaz, feroz e incansable contra el doctor Acevedo, orquestada nacional e internacionalmente, de medios, “profesores”, senadores, “historiadores”, cuyo último episodio ha sido el de una clandestina “Coalición Internacional de Sitios de Conciencia”, financiada, desde luego, por las fundaciones de Soros, que Eduardo Mackenzie, con su artículo “Complot mamerto contra Darío Acevedo” denuncia de manera contundente. (http://www.periodicodebate.com/index.php/opinion/columnistas-nacionales/item/25197-complot-mamerto-contra-dario-acevedo)

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El primer número de la edición colombiana de la revista Forbes, biblia de los yuppies, resultó tan superficial como crédulo, porque hasta le come cuento a la Comisión de la Verdad y a su ladino y solapado jefe.

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Julio Arboleda declinó ante el presidente Herrán su nombramiento como Secretario de Relaciones Exteriores: “(…) hay una cualidad de la que carezco, la edad, y no pudiendo reemplazar tal carencia, me expongo a que la Nación sufra los errores de mi inexperiencia”.