miércoles, 19 de noviembre de 2025

La solución se encuentra en lo esencial, no en lo superficial

Luis Alfonso García Carmona
Luis Alfonso García Carmona

Buscar la cura de un enfermo simplemente mediante el tratamiento de sus síntomas, sin investigar previamente las causas de sus dolencias, no deja de ser un despropósito inútil y sin sentido.

Asimismo, pretender que un país que atraviesa una crisis integral –material y moral–, solucione su lamentable coyuntura a través de paños de agua tibia, de discusiones baladíes sobre candidaturas y jugarretas electorales o de una actitud indiferente de las mayorías, configura un suicidio colectivo.

Es exactamente a lo que nos enfrentamos, en medio de la irresponsabilidad de la clase dirigente, el desbordado egoísmo de la gran mayoría de aspirantes a la Presidencia en el próximo período y la confusión reinante entre los potenciales electores.

Aplicando nuestra propia fórmula, debemos concluir que el origen de nuestra tragedia no es la candidatura del guerrillero-presidente: que el recrudecimiento de la corrupción no se debe solamente a la designación de individuos deshonestos en posiciones claves del Estado; que la inseguridad que afronta la población no es causada exclusivamente por la disminución del pie de fuerza de los agentes del orden, y así sucesivamente en otros sectores de la gestión pública. No. La fiebre no está en las sábanas.

Las instituciones, buenas o malas, están regidas por seres humanos, y son estos los responsables de la actividad institucional. Gozan temporalmente del mandato que les confirió la democracia para que administren los recursos públicos.

Tienen los designados el libre albedrío para ejercer su cargo con arreglo a la normatividad vigente y a las necesidades de la población o, en su defecto, utilizarlos para su beneficio personal o el de sus familiares, amigos y la camarilla política que los llevó al poder.

Ahí está la cuestión fundamental que no debemos pasar por alto. La desviación en el ejercicio del poder público está originada en los valores que priman en la sociedad y se manifiestan en la conducta social o antisocial de los gobernantes.

Nos hemos conformado durante varias décadas con mantener unas instituciones formalmente democráticas, pero sustentadas en execrables prácticas como la compra de votos, el “clientelismo” en la provisión de los cargos públicos, los auxilios parlamentarios, rebautizados como “cupos indicativos” y toda clase de artimañas apara entrar a saco en los presupuestos públicos. Pero, eso sí, manteniendo el apego a unas inoperantes estructuras democráticas incapaces de conjurar el avance de la izquierda radical en Colombia.

Perdida la guerra frente a una tenaz acción de las fuerzas militares y de policía, especialmente bajo el régimen de la Seguridad Democrática que encabezó el doctor Álvaro Uribe Vélez, las guerrillas narcoterroristas dedicaron parte de su lucha a infiltrar los distintos estamentos de nuestra sociedad con su macabra ideología totalitaria basada en el odio de clases y en la destrucción de la civilización occidental.

Por miopía política, por temor a ser señalados como “fascistas” , o simplemente por soterrada claudicación, aprobó nuestra incompetente clase política la entrega del país al comunismo narcoterrorista en el Acuerdo de La Habana, punto de inflexión que precipitó la llegada del gobierno socialista del camarada presidente al poder ejecutivo.

Preguntémonos: ¿cuáles fueron las causas reales de esta catástrofe política?

La ausencia de valores en nuestra sociedad, influenciada por la violencia partidista, la tolerancia con la invasión cultural de la extrema izquierda, el adoctrinamiento de la juventud en las aulas, la persecución al núcleo familiar tradicional, la codicia por mantener acceso a las mieles del presupuesto y la falta de ética en el manejo de la cosa pública.

¿Cuáles son estos valores que hemos perdido?

La honestidad, que comienza por ser honestos con uno mismo y se expresa mediante la verdad, es decir, con coherencia entre lo que se dice y aquello que se piensa, se siente o se hace. La antítesis de esta virtud la exhibe sin sonrojarse el régimen actual que a diario miente a propios y extraños sobre todas las materias, aún a costa de convertirse en el hazmerreír mundial.

La solidaridad, que nos impulsa a entender el mandato divino de amar al prójimo, entendiendo sus necesidades, colocándose en el lugar de los más vulnerables y ayudándolos en la medida de nuestras capacidades.

El respeto por la vida, que es el bien más preciado de todo ser humano. No podemos transigir con la violencia narcoterrorista que condena a muchos compatriotas a morir por la ambición de los explotadores de la coca o por la acción depredadora de quienes buscan convertir a Colombia por la fuerza en un paraíso comunista. Tampoco podemos permanecer impávidos ante el asesinato de miles de seres en los vientres maternos, o de los menores que mueren por desnutrición mientras el Estado gasta recursos en politiquería o en proyectos inútiles, y derrocha recursos para favorecer a los corruptos.

La responsabilidad, que nos enseña el resultado de la autodisciplina, del correcto ejercicio de nuestras actividades para lograr nuestra superación y la posibilidad de ayudar a los demás. Va en contra de la actitud de quienes creen haber nacido con derecho a todo sin hacer esfuerzos para lograrlo. El ejemplo de muchos políticos que buscan el enriquecimiento fácil los alienta a seguir su pésimo ejemplo.

La justicia, que nos impone el deber de respetar los derechos de los demás y de velar porque cada uno reciba lo que merezca por sus actuaciones. Lastimosamente, nos hemos acostumbrado a una justicia ineficaz y extemporánea que estimula el ejercicio de la justicia por mano propia y dispara la impunidad y las tasas de criminalidad.

El respeto por la dignidad de la persona humana, que implica que tanto el Estado como los particulares respeten las libertades y derechos de cada uno.

El respeto a la familia, núcleo de la sociedad, cuya existencia está por encima del Estado, quien está obligado a protegerla. Se ha llegado a tal desconocimiento de este valor universal, que hasta el ministro de salud del régimen se atrevió a manifestar públicamente que los hijos pertenecen al Estado, arrebatando así la patria potestad a sus progenitores.

En su estudio sobre el psicoanálisis y el capitalismo titulado “Eros y civilización”, afirma rotundamente Herbert Marcuse, filósofo de origen alemán, que las perversiones juegan un rol central, pues expresan “la rebelión contra la subyugación de la sexualidad al orden de la procreación y contra las instituciones que garantizan ese orden”. Así lo ha entendido y practicado la izquierda radical, mediante el patrocinio de la ideología de género, el cambio de sexo desde la minoría de edad, el aborto que asesina millones de seres vulnerables en el mundo, y otras “perversiones” que puedan destruir la institución de la familia.

Finalmente, el patriotismo es un valor perdido que conviene destacar pues el desconocimiento de nuestra historia, nuestra indiferencia por los símbolos patrios y por los héroes que a diario ofrecen su vida y su integridad para mantener nuestra libertad, nuestra soberanía y la convivencia en el territorio nacional, acarrea un alejamiento de nuestros deberes ciudadanos y una inexplicable apatía por la suerte de la patria, ahora amenazada por el mayor de todos los peligros en su vida republicana.