José Leonardo Rincón, S. J.
A propósito de la actual campaña política se está hablando del asunto. Lo
que se dice, en síntesis, es que, si no se dejan de lado tan protagónicos deseos
y no se piensa en el bien común, el irrenunciable afán de ganar de algunos nos
hará perder a todos. En realidad, es un tema de temporada, pero también lo es
de todas las personas todos los días.
Nadie duda de la importancia del auto concepto. La conciencia o
percepción que tengo de mí mismo se va construyendo desde el comienzo de
nuestra existencia. El imperativo socrático de conocerse a sí mismo, sumado a
la importancia del saber aceptarse y quererse, eso que llamamos también la autoestima,
es clave como carácter identitario para
ubicarse en el mundo y también para saber interactuar y relacionarse con los
otros, con el entorno, con sí mismo, inclusive con Dios. También para ser resiliente ante las dificultades y reveses.
Obtener en la vida un ego saludable, esto es,
equilibrado, que no sea ni bajo depresivo, ni alto soberbio, arrogante y presumido, sería una
conquista monumental. Ese justo medio virtuoso al decir de los filósofos
griegos sería basal para ser felices. Con su sabiduría existencial mi madre me
lo dijo muchas veces: "No eres más porque te alaben, ni menos porque te
vituperen". Eso me ayudó a entender que el reconocimiento externo que
nos den es importante, si se quiere indicativo, pero que no se puede depender
de lo que los otros te digan, pues te pueden decir mentiras para halagarte y
que te sientas bien inflando una realidad que no corresponde o te pueden
agredir con falsedades para humillarte y que te sientas mal con el afán de
hundirte.¿A quién creerle?, ¿quién tiene la verdad? Descartes diría que la
verdad es la realidad de las cosas y la doctora de Ávila que la humildad es la
verdad. O sea, ni más, ni menos.
Piero, el
cantautor argentino, tiene una bella composición: “Yo soy”, donde dice: “soy
un montón de cosas santas, mezclado con cosas mundanas... ¿cómo te explico?
¡Cosas humanas!" Eso es, una amalgama compleja de realidades ciertas
que nos posiciona y nos ubica, con los pues bien puestos sobre la tierra. De
ahí la importancia de saberlo gestionar de modo que sin lesionar mi existencia,
sin afectar mi dignidad, uno tenga la inteligencia, la razonabilidad necesaria
para discernir y saber decidir, cuándo ceder y dejar de lado "mi
propio amor, querer e interés" (San Ignacio), en aras del bien común. Por
su parte, Víktor Frankl, en su obra "El hombre doliente"
afirma que uno no podrá decir como Yahvé "Yo soy el que soy",
pues no somos una obra terminada, sino que lo correcto sería afirmar algo así
como "yo soy el que voy siendo", es decir, el que está en
construcción permanente.
En el mundo actual a
muchos les encanta derribar estatuas de bronce de otros e inflar sus propios
monumentos de plástico desechable. Son
bulldozers para atropellar a otros, pero cristalitos intocables que se
desbaratan con solo mirarlos. Luchan encarnizadamente por lo suyo, pero les
importa un bledo los otros. Cuestión de egos. Una tarea siempre pendiente, un
reto ineludible.
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