Luis Alfonso García Carmona
La lectura de las
últimas encuestas de favorabilidad de los candidatos a la Presidencia arroja
una primera realidad incontrovertible: la lucha se contraerá al candidato de la
libertad y democracia, Abelardo de la Espriella y el candidato de las
FARC y el Petro comunismo, Iván Cepeda.
El primero acaba de
lanzar su aspiración y ya ocupa el primer lugar en el favoritismo de los
colombianos. Por supuesto, su sorprendente resultado levantó de inmediato toda
clase de críticas entre sus rivales, ninguno de los cuales cuenta con un
caudal suficiente para detener la continuidad de la izquierda radical en el
poder.
Estos contrincantes
olvidaron su papel como posibles alternativas a la solución de la catástrofe en
la que estamos sumidos desde hace 3 años. Su única obsesión es detener a
toda costa la promisoria campaña de quien ha asumido en solitario la defensa de
nuestros valores fundacionales y la reconstrucción de un país dañado
seriamente por la inmoralidad, el crimen, y la absoluta incompetencia para el
manejo de los asuntos públicos.
Se torna peligrosa
la alternativa del candidato Cepeda, quien cuenta con el respaldo de los
facinerosos de los distintos grupos en armas, los capos de la droga que
proporcionan el combustible para la aventura revolucionaria, el malvado régimen
petrista y el mamertismo internacional.
Ha correspondido a
nuestra generación enfrentar el más demoníaco enemigo de la patria y parece
que no lo hemos comprendido. Cuando debiéramos actuar en modo
“supervivencia” parta evitar la caída del país en las tenebrosas garras del
comunismo, seguimos jugando a las candidaturas sin un programa serio, sin
respaldo popular, sin los recursos necesarios para soñar con la derrota del
enemigo.
En lugar de unirnos
con fervor a las multitudes que muestran su respaldo al candidato de los “defensores
de la patria”, seguimos alimentando el ego suicida de un tropel de
aspirantes que solo exhiben su mezquino canibalismo en lugar de conformar una
unión real, desinteresada y patriótica.
No nos cansaremos
de advertir sobre este suicidio que nos impedirá derrotar de una vez y para
siempre la amenaza marxistaleninista. Nos recuerda cuando en la década de los
30 esa gran figura de la política mundial, Sir Winston Churchill, denunciaba
los peligros de negociar con el maníaco genocida Adolfo Hitler, mientras los
jerarcas de su partido seguían jugando a la política del statu quo y
de la conciliación con ese engendro del mal.
Llamo, pues, la
atención sobre este crucial dilema: en las elecciones tendremos la última
oportunidad para abortar la toma definitiva del poder por parte de la extrema
izquierda para convertir a Colombia en otro “paraíso socialista”, en el
que se vulnerarán nuestros derechos, se implementará un sistema totalitario que
no reconocerá otro derecho distinto a los que sean permitidos por la
revolución, se expropiarán propiedades y empresas, vendrá la crisis económica y
la quiebra del Estado, se dispararán las cargas tributarias, el Estado se
convertirá en el dueño de las vidas y de las familias, y estaremos condenados a
soportar la hambruna o a emigrar por extraños países en busca de nuestro
sustento.
Para sortear esta
dura pero incontestable posibilidad sólo nos queda aprender a distinguir lo
fundamental –nuestra supervivencia y nuestros valores– de lo efímero de las
vanidades humanas. Y prepararnos para la lucha a fondo para conseguir en el
Congreso y la Presidencia la victoria sobre los agentes del mal. Es nuestra
única opción. No la dilapidemos permaneciendo indiferentes a la lucha
cultural que hay que librar. No sirvamos de inútiles comparsas de quienes toman
a la ligera este proceso electoral.
Seamos capaces de
reconocer con madurez cuál es la alternativa en esta coyuntura que llamo “de
supervivencia”. Ignoremos los llamados a socavar la reputación de nuestro
líder natural con malintencionados rumores, hipotéticos señalamientos o
pesimistas predicciones. Si no aprovechamos esta oportunidad, no podremos
reintentarlo después. No seamos inferiores nuestro destino.
