Luis Alfonso García Carmona
Como una inesperada
tromba ha removido nuestra política la decisión del abogado Abelardo de la
Espriella de postularse como candidato independiente a la Presidencia de la
República.
Con un programa
concreto de reconstrucción de este país destruido en todos sus aspectos por
el funesto paso de la izquierda radical por el poder, ha devuelto a los
colombianos la perdida esperanza y se ha convertido en un motor que despierta a
su paso un febril entusiasmo y una fundada certidumbre de que muy pronto hará
cesar esta horrible noche.
Lo ha dicho sin ambigüedades
ni temores. Afirma que la reconstrucción de Colombia es su objetivo, y que,
si lo logra, se irá tranquilo al sepulcro, incluso si eso significara morir al
día siguiente de finalizar su mandato.
Punto por punto, propone
soluciones para la inseguridad, la corrupción, la destrucción del sistema de
salud, el mal estado de la economía, la elevación del nivel y la modernización
de la educación, la falta de justicia y la escasez de empleos dignos dentro de
la formalidad. Acción inmediata para estos problemas anuncia desde el mismo día
de su posesión.
No en vano ha
tomado desde el inicio de su campaña el primer lugar en las encuestas de
favorabilidad. Mientras un centenar de rivales se enzarzan en toda clase de
artimañas para ser escogidos por las mayorías, y muchos colombianos permanecen
aferrados a la ilusión de que una impracticable unión se obtenga entre los
candidatos y precandidatos de oposición, sigue imperturbable Abelardo, “el
reconstructor”, en la tarea que se ha impuesto de reconstruir la nación.
No puedo desconocer
un cierto paralelismo con otra gran figura de la política nacional, también de
origen costeño: Rafel Núñez. Fue cuatro veces presidente y por razones
de salud tuvo que dejar la Presidencia en varias ocasiones, pero legó grandes
realizaciones, entre las que cabe mencionar: La aprobación de la Constitución
de 1886, que nos rigió hasta 1991 y permitió que en esos 105 años pasáramos de
ser un país campesino a una nación en vía de desarrollo; la firma del
Concordato con la Santa Sede en 1987, que reglamentó las relaciones entre el
Estado y la Iglesia Católica; la creación de la letra del Himno Nacional; el
cambio del sistema federal por el de la centralización política y
descentralización administrativa, creando los departamentos en lugar de los
estados independientes; la fundación del Banco Nacional en 1980, precursor del
Banco de la República; promovió la unión continental organizando la Conferencia
Iberoamericana de Panamá en 1982; inició la construcción del canal de Panamá
según el proyecto de Fernando de Lesseps y del ferrocarril de Bogotá a
Girardot, entre otras muchas realizaciones.
Defendió esta
política bajo el lema “Regeneración o catástrofe”.
En nuestros días,
cuando la moral y los valores espirituales han cedido su lugar a la corrupción,
la mentira y la traición a nuestros principios fundacionales, se impone, por
supuesto, la política de “Reconstrucción o desastre”, bajo la inflexible
y valerosa conducción de Abelardo de la Espriella.
Si alguna duda
quedaba sobre su capacidad para enfrentar a los enemigos de la patria y
reconstruir lo que estos han demolido, la certeza del triunfo fue avalada por
la multitudinaria y entusiasta convención del Movistar Arena que ha
logrado impactar a las grandes mayorías del país que parecían dormidas y
desamparadas en medio de la confusión general.
Tiempos mejores
vendrán para esta querida Patria, pero el optimismo no puede nublar nuestras
entendederas. Es ésta una batalla cultural en la que nos jugamos nuestro
futuro y el de nuestros hijos. Vigilemos, paso a paso, la diabólica estrategia
del enemigo, y hagamos caso omiso de las melifluas y embaucadoras invitaciones
a la tibieza y a la tolerancia con quienes nos decretaron la guerra.
Paso de vencedores
con Abelardo, el “reconstructor”.
