José Leonardo Rincón, S. J.
La expresión "no hay derecho" podría
entenderse de dos maneras: tenemos, no en la teoría, pero si en la práctica,
una real y efectiva ausencia del derecho, de los derechos humanos que son
violentados todos los días, del derecho internacional humanitario que pareciera
un romántico saludo a la bandera, del derecho, no sé si impotente o incapaz, de
ejercer justicia, de un derecho perfectamente elaborado en leyes y códigos que
pareciera no servir para nada.
Y la expresión ¡no hay derecho! como
manifestación y grito cargado de desconcierto, incluso dolor, rabia, desazón,
cuando quien lo grita observa exabruptos, bellaquerías, atropellos,
injusticias...
Y las dos expresiones resultan válidas para
señalar lo que está pasando en Gaza y que ha llegado a evidenciar hasta dónde
somos capaces de degradarnos como seres humanos. Porque no hay derecho a que no
se haya logrado frenar el genocidio que allí se comete y ¡no hay derecho! a que
esta tragedia monumental, después de dos años derramando sangre todos los días,
se nos haya convertido en paisaje que ya no nos afecta, no nos conmueve, no nos
impacta. Lo vemos como un problema lejano, de otros, de unos pueblos que llevan
tres mil años matándose entre sí.
Lo que hizo el grupo Hamás asesinando gente
indefensa en Israel fue realmente estúpido y merece todo el reproche, pero lo
que sistemáticamente ha venido haciendo Israel, cobrando con creces vidas
inocentes al mejor estilo del "ojo por ojo y diente", ya sobrepasa el
más pesimista de los pronósticos. Es una barbarie.
Los judíos fueron masacrados vilmente en la
Segunda Guerra Mundial y el mundo estremecido se solidarizó con su dolor, les
entregó unas tierras, resarció su dignidad y los reconoció como Estado. Nunca
imaginamos que las víctimas de otrora se volverían hoy sanguinarios victimarios
y con un derroche de amnesia resultaran persiguiendo un pueblo que como ellos
también tiene derecho a contar con unas casas para vivir dignamente, trabajar
la tierra y poder estar en paz.
Es increíble que la cuenta de cobro se haya
sobrepasado con creces y que el propósito sea borrar del mapa al pueblo
palestino. Es absolutamente absurdo que justos paguen por pecadores. Sin
entrañas impide que puedan recibir ayudas y literalmente los hace morir de
hambre; esto no tiene nombre.
Es verdad que subyacen a este conflicto razones
históricas, políticas, ideológicas, religiosas, económicas... es cierto que son
pueblos tradicionalmente enemistados, pero no es tolerable permitir, desde
ningún punto de vista, que la vida no sea posible y que el derramamiento de
sangre siga dándose sin más. Este conflicto debe superarse con la decisiva
intervención de la comunidad internacional porque estos dos pueblos, tan
diferentes como lo han sido en muchos aspectos, merecen vivir, merecen una
tierra para todos, nacer y morir en su terruño. A Israel se le dio la mano
cuando más humillado estaba. A Palestina hay que darle la mano antes de que la
aniquilen del todo. No es un asunto ideológico, es elemental cuestión de
humanidad. Hoy son ellos, mañana podemos ser nosotros. No hay derecho, ¡no hay
derecho!
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