Luis Alfonso García Carmona
Durante los tres
últimos años hemos padecido los colombianos la etapa más tenebrosa de nuestra
historia. Sin una solución a la vista, hemos presenciado cómo la criminalidad, el
terrorismo, la corrupción y el narcotráfico han dejado su horrorosa huella
en el territorio de la Patria y colmado de angustia a nuestros compatriotas.
Condenados a
soportar un régimen obsesionado con la implantación del fracasado “socialismo
del siglo XXI”, y dedicado exclusivamente a aferrarse perpetuamente al
poder y a destruir lo construido en el pasado, nos hemos debatido en una
estéril búsqueda de propósitos, liderazgos y acciones colectivas para superar
la hecatombe.
Aturdidos por el
cúmulo de desgracias que a diario derrama el régimen sobre nuestra atribulada
sociedad, perdimos de vista la máxima de oro que nos dejó Marco Aurelio: “Todas
estas cosas que estás viendo, pronto se transformarán y ya no existirán” (Meditaciones,
pag. 82).
Tampoco hemos
gozado de la serenidad, en medio de los infaustos acontecimientos de los
últimos días, para comprender que el grado de ignominia al que ha sido sometida
nuestra patria con los viles asesinatos de Miguel Uribe, de los policías
derribados con un dron y de la población caleña atacada con una tractomula
cargada de explosivos frente a la base aérea, ha generado la más profunda
reacción ciudadana contra los enemigos de Colombia incrustados
fraudulentamente en el poder y sus aliados narcoterroristas.
Cambió
la política como reacción a la violencia, a la grotesca impunidad
con la que se quiere cubrir a sus responsables, a la sesgada justicia que
condena a los inocentes y libera a los bandoleros, a la execrable gestión de un
Gobierno ejercido por mediocres, sin escrúpulos éticos, y fanatizados por la
ponzoña del marxismo.
La discusión sobre
la copiosa lista de autonombrados presidenciables quedó en un segundo plano.
Pasaron la mayoría de ellos, sin pena ni gloria, como “pequeñas almas que
sustentan un cadáver”, al decir de Epicteto, sin aportar nada a las
esperanzas de un país carente de liderazgo.
Por fortuna un
aire nuevo se respira por doquier. Un solo objetivo reúne a los colombianos
de bien, es decir al 99 % de la población que no estamos involucrados en la
criminalidad, en la corrupción, en el narcotráfico ni en la guerrilla: defender
el país.
Líderes de la talla
de Abelardo de la Espriella, Enrique Gómez Martínez y el general
Eduardo Zapateiro comandan esta legión de buenos ciudadanos que salvarán a
Colombia.
No será a través de
la condescendencia con el delito, de las buenas maneras con los corruptos, del
blindaje al sucio negocio de la coca, de la impunidad para los salvajes
terroristas de las guerrillas, aunque ahora se hagan llamar “disidencias”. Será
con la sencilla fórmula de ejercer la autoridad para que la ley proteja a
los buenos y castigue a los malos. Sólo hacen falta dos cosas: Voluntad
política y coraje.
Dos acciones se
requieren de manera inmediata:
1.
Respaldemos sin egoísmos la denuncia contra Petro
que cursa en la Comisión de Acusaciones por indignidad, pues está probada la
extralimitación de lo que gastó su campaña por encima de los límites fijados
por la ley. La sanción, de acuerdo con el art. 108 de la Constitución, es la
separación del cargo de presidente.
2. Unámonos con
quienes mejor interpretan los deseos de seguridad, justicia y salvación del
país, para que todos los colombianos de bien, en la consulta interpartidista
del próximo marzo, escojamos el candidato que lidere este proceso de
derrotar a la criminalidad y salvar a Colombia.
Nos recomienda
Marco Aurelio”: “Conseguirás tus propósitos, si ejecutas cada acción como
si se tratara de la última de tu vida, desprovista de toda irreflexión, de toda
aversión apasionada que te alejará del dominio de la razón, de toda hipocresía,
egoísmo y despecho de lo relacionado con el destino” (Meditaciones,
pgs. 60 – 81)