María Cristina Isaza M.
Cuando la corrección política mata la verdad
“La tolerancia
ilimitada conduce a la desaparición de la tolerancia” – Karl Popper
“Piedad por el culpable
es traición al inocente” – Ayn Rand
La corrección política, presentada como virtud,
se ha transformado en el mayor enemigo de la verdad y de la justicia. El permisismo
frente a la narrativa woke (progresista), ha permitido que esta se
instale casi como un dogma incuestionable, pues bajo la retahíla de dignidad,
compasión, justicia social e inclusión (que da una falsa aura de superioridad
moral y convierte cualquier desacuerdo en “intolerancia”) se ha conducido al
borrado de la responsabilidad, se ha erosionado la meritocracia, distorsionado
la justicia, fomentado el odio y se ha terminado por socavar la democracia.
Cuatro dolorosos hechos recientes lo confirman.
1. El asesinato de Miguel Uribe
A punta de corrección política se permitió que
el discurso de los “progresistas” penetrara en la sociedad colombiana,
incubando resentimiento, victimismo y división. Ideas que desestiman la
meritocracia y glorifican el odio llegaron a todos los estamentos y
consiguieron normalizar la deslegitimación del adversario. El resultado fue la
elección de un gobierno movido por rencores, cuyo presidente, en vez de cumplir
su deber constitucional de mantener la unidad, la incendia día tras día desde
tarima y redes sociales, hasta llamar a la “guerra o muerte”. Pocos días
después, un candidato presidencial fue víctima de un atentado mortal.
2. El asesinato de Irina Zarutska
El progresismo se ha vuelto cómplice de la
criminalidad: más compasión por el delincuente que por la víctima. Se
multiplican las “segundas, terceras y hasta catorceavas oportunidades” para
criminales, mientras el castigo por el acto en sí desaparece. El robo ya no es
robo, depende de “quién” lo comete y bajo qué circunstancias. La consecuencia
del relativismo es una justicia débil que no aparta a los criminales de la
sociedad y, por ende, más víctimas inocentes.
3. El asesinato de Charlie Kirk
Gran orador, brillante en el debate y capaz de
desmontar las incoherencias de la izquierda woke. No pudieron vencerlo
en argumentos y lo silenciaron a la fuerza. Su asesinato expone la verdadera
cara de muchos de quienes se autoproclaman “tolerantes”: celebran la violencia
cuando se ejerce contra quienes piensan distinto. Siempre advertí que el
progresismo es más peligroso que el populismo: mientras el populismo puede
mantener algún grado de coherencia y pragamatismo, el progresismo es
irracionalidad pura, sostenida en fantasías (al igual que el comunismo),
resentimientos y promesas imposibles.
4. El fraude del ministro de “igualdad”
Lo advertimos: sembrar histeria en torno al
género, la auto-percepción y los pronombres terminaría volviéndose contra las
mujeres, pues fácilmente la identidad performativa puede convertirse en
estrategia política. Vimos como el ministro Florián se escudó en
identificaciones “no binarias” para reclamar cuotas de género que correspondían
a mujeres. Las mismas feministas y los “aliados” que han promovido términos
como “personas menstruantes” (borrándonos de un plumazo a las mujeres), que
escriben “lxs o elles” para ser “inclusivxs”, no patriarcales y
que han aplaudido la confusión de los límites biológicos, hoy ven cómo nos
arrebatan los derechos que pretendían defender, usando sus propios argumentos.
El progresismo no libera, destruye.
Algunas conclusiones
El abuso de palabras como “nazi”, “fascista”,
“racista”, “misógino” y otras, ha vaciado estos conceptos de sentido, y peor
aún, el resultado de clasificar todo como odio y de usarlas tan olímpicamente,
ha sido todo lo contrario: incubar el odio real, pues se socavó el debate y la
discusión basada en hechos y datos… entonces si alguien dice que una mujer
trans, no es mujer… ¡intolerante, claro que es mujer!, fin de la discusión,
porque con “intolerantes” no discuto. Además, si eres “nazi”, puedo justificar
el matarte.
Por otro lado, cuando se relativiza un crimen
por la identidad del criminal o su historia de vida y no se juzga el acto en
sí, se entierra la igualdad ante la ley. Cuando en Estados Unidos se vuelve
“incorrecto” perseguir a los ladrones de tiendas, lo que se fomenta no es la
equidad, ni la justicia sino más crimen y una pérdida completa de valores. Y
cuando se persigue el debate con acusaciones morales en lugar de argumentos, lo
que emerge es la reacción contraria: misoginia, racismo y rechazo a las minorías.
Todos estos casos muestran que confundir
compasión e inclusión con permisividad y relativismo solo infantilizan y
debilitan a la sociedad.
Con decepción veo que muchos de los mismos
promotores de este delirio, son críticos de sus consecuencias y buscan
remediarlo a su manera, mientras siguen considerando, por ejemplo, en el caso
colombiano, que un partido como el CD es de “extrema derecha”, cuando fue el
partido que advirtió constantemente del desastre que se avecinaba, que ha sido
coherente en su oposición y que ha defendido nuestra democracia de los ataques
del Gobierno actual. Algunos pretenden marginarlo, mientras ellos, los
“políticamente correctos”, siguen creyendo en su superioridad moral e
intelectual y son incapaces de reconocer sus errores sobre como ese discurso
que promovieron, ha traído consecuencias nefastas en la sociedad.
La corrección política no está creando
sociedades más justas, sino sociedades hartas, resentidas y dispuestas a girar
hacia extremos (extremos reales). Ese es el precio del permisismo y de
silenciar el debate: exacerbar el mismo monstruo que se dice combatir.
Los ciudadanos no podemos seguir siendo
espectadores pasivos. Si permitimos que la corrección política defina la
justicia, la moral y el debate público, terminaremos viviendo en sociedades
donde la verdad y el orden son castigados y la mentira premiada. Perderemos
libertades y la brújula moral y ética, al no distinguir el bien del mal.
Es hora de recuperar el valor de la palabra
clara, de exigir justicia que castigue al crimen sin relativismos, de defender
la meritocracia y de no dejar que nos arrebaten la democracia disfrazando la
censura de tolerancia. La responsabilidad es nuestra: o hablamos hoy con
firmeza y defendemos la verdad, o mañana no tendremos derecho a hablar y
seguiremos gobernados por la mentira, mientras se imponen extremos reales que
pretenda devolvernos a épocas donde la misoginia, el racismo y la homofobia
reinen.