José Leonardo Rincón Contreras, S. J.
Por aquí he escrito sobre varias de nuestras
regiones patrias a propósito de mis viajes y estadías por ellas. El denominador
común, además del afecto por sus paisajes bellos y su gente maravillosa ha sido
resaltar, para admirar y agradecer, el poder tener un país extraordinario por
disfrutar, a pesar de las sombras que quieren oscurecerlo.
Como ando de reunión en reunión, el turno ha
sido nuestra costa norte, más exactamente, Barranquilla, la arenosa, la Puerta
de Oro, ciudad que junto con Santa Marta y Cartagena conforman, como dice la
canción, “tres perlas que brotaron de la arena”, cada una con sus
particularidades específicas, cada una con su encanto.
Estoy recordando con gratitud que mi madre,
cuando apenas tendría yo 8 o 9 años me llevó por primera vez a conocer el mar.
Lo hicimos en el Expreso del Sol, el tren que partía de la estación del
ferrocarril en la calle 13 de la capital hacia la lejana Santa Marta en un
viaje que duró 24 horas. Toda una aventura realmente inolvidable a pesar de lo
intensa. La verdad, no recuerdo nada el viaje de regreso, claro, toda la
expectativa estaba en la ida. ¡Qué emoción tan indescriptible aquella que sentí
cuando vi por primera vez el mar esa tarde soleada! Qué sensación de pequeñez
ante la majestuosidad de ese mar tranquilo tan respetable como imponente. Para
viajar por él en mi primer chapuzón marino llevé una pequeña barca plástica de
juguete. La encallé en la arena mientras me zambullía y qué trauma cuando al
volver ya no estaba. Obvio, las suaves olas del mar lo habían arrastrado de
manera irrecuperable. Aprendí que una cosa es una piscina y otra el viejo mar.
Por aquellos años, Barranquilla, sin dejar de
ser la ciudad más grande de las tres, no era atractiva. Grande, compleja, sin
muchas playas bonitas y más bien descuidada, no era turísticamente seductora.
Tenía sí el privilegio de estar en esa esquina estratégica donde desembocaba el
Magdalena, nuestra mayor artería fluvial, para juntarse con el mar Caribe.
Puerta de acceso ciertamente con el interior del país y cuna de grandes
emprendimientos, como el de la aviación con Scadta, la precursora de Avianca,
la segunda aerolínea comercial del mundo por orden de fundación. Y según se
cuenta, del fútbol, que por derecho propio la convierte en la casa de nuestra
selección nacional. En fin…
Cartagena, finalmente, no menos relevante desde
el punto de vista histórico, tiene además un embrujo único. No sé qué es, pero
su casco histórico, Bocagrande, La Popa, entre muchos rincones, encierran tanta
historia que se transpira una energía única, un encanto, un placer particular.
Allí trabajó San Pedro Claver como primer precursor de los derechos humanos,
particularmente de la población afro que llegaba a nuestras tierras en
condiciones lamentables. Visitar su santuario es siempre un homenaje a este
jesuita catalán que por algo hizo declarar a León XIII que “después de la
vida de Jesucristo, la vida que más me ha impactado es la de San Pedro Claver”.
Se acabó el espacio cuando apenas comenzaba a
narrar experiencias únicas de vida… toca como en las telenovelas o en las sagas
por temporadas … (continuará)