viernes, 29 de agosto de 2025

Cachacos en la playa

José Leonardo Rincón Contreras, S. J.
José Leonardo Rincón Contreras, S. J.

Por aquí he escrito sobre varias de nuestras regiones patrias a propósito de mis viajes y estadías por ellas. El denominador común, además del afecto por sus paisajes bellos y su gente maravillosa ha sido resaltar, para admirar y agradecer, el poder tener un país extraordinario por disfrutar, a pesar de las sombras que quieren oscurecerlo.

Como ando de reunión en reunión, el turno ha sido nuestra costa norte, más exactamente, Barranquilla, la arenosa, la Puerta de Oro, ciudad que junto con Santa Marta y Cartagena conforman, como dice la canción, “tres perlas que brotaron de la arena”, cada una con sus particularidades específicas, cada una con su encanto.

Estoy recordando con gratitud que mi madre, cuando apenas tendría yo 8 o 9 años me llevó por primera vez a conocer el mar. Lo hicimos en el Expreso del Sol, el tren que partía de la estación del ferrocarril en la calle 13 de la capital hacia la lejana Santa Marta en un viaje que duró 24 horas. Toda una aventura realmente inolvidable a pesar de lo intensa. La verdad, no recuerdo nada el viaje de regreso, claro, toda la expectativa estaba en la ida. ¡Qué emoción tan indescriptible aquella que sentí cuando vi por primera vez el mar esa tarde soleada! Qué sensación de pequeñez ante la majestuosidad de ese mar tranquilo tan respetable como imponente. Para viajar por él en mi primer chapuzón marino llevé una pequeña barca plástica de juguete. La encallé en la arena mientras me zambullía y qué trauma cuando al volver ya no estaba. Obvio, las suaves olas del mar lo habían arrastrado de manera irrecuperable. Aprendí que una cosa es una piscina y otra el viejo mar.

Por aquellos años, Barranquilla, sin dejar de ser la ciudad más grande de las tres, no era atractiva. Grande, compleja, sin muchas playas bonitas y más bien descuidada, no era turísticamente seductora. Tenía sí el privilegio de estar en esa esquina estratégica donde desembocaba el Magdalena, nuestra mayor artería fluvial, para juntarse con el mar Caribe. Puerta de acceso ciertamente con el interior del país y cuna de grandes emprendimientos, como el de la aviación con Scadta, la precursora de Avianca, la segunda aerolínea comercial del mundo por orden de fundación. Y según se cuenta, del fútbol, que por derecho propio la convierte en la casa de nuestra selección nacional. En fin…

Cartagena, finalmente, no menos relevante desde el punto de vista histórico, tiene además un embrujo único. No sé qué es, pero su casco histórico, Bocagrande, La Popa, entre muchos rincones, encierran tanta historia que se transpira una energía única, un encanto, un placer particular. Allí trabajó San Pedro Claver como primer precursor de los derechos humanos, particularmente de la población afro que llegaba a nuestras tierras en condiciones lamentables. Visitar su santuario es siempre un homenaje a este jesuita catalán que por algo hizo declarar a León XIII que “después de la vida de Jesucristo, la vida que más me ha impactado es la de San Pedro Claver”.

Se acabó el espacio cuando apenas comenzaba a narrar experiencias únicas de vida… toca como en las telenovelas o en las sagas por temporadas … (continuará)