Luis Alfonso García Carmona
Los infaustos
acontecimientos de los últimos días nos abren la realidad del país en toda su
crudeza que, a veces, no todos nos hemos atrevido a reconocer.
La extrema
izquierda, apoderada fraudulentamente del poder, ha adelantado con la
complacencia de una tolerante dirigencia y con la pasividad e indiferencia de
unas mayorías, la toma de todos los resortes del Estado: con su inmenso poder
económico ha logrado invadir la órbita de los poderes (legislativo y judicial),
ha asumido el control de las entidades administradoras del dinero, ha puesto de
rodillas a la fuerza pública, ha blindado el sucio negocio de la cocaína, ha
promovido el crecimiento de las guerrillas y carteles de la droga, ha
beneficiado con la impunidad a sus amigos criminales y causado protuberantes
daños en casi todos los estamentos de nuestra sociedad.
Pero, lo más grave
es que se ha desatado una demencial ola de terrorismo, violencia y caos que
coloca al país al borde del abismo: el vil asesinato de Miguel Uribe, senador y
precandidato presidencial; el camión bomba detonado a las puertas de la base
aérea de Cali, causante de una verdadera masacre en la población, el asesinato
de una docena de agentes y oficiales de la policía con el lanzamiento de un
dron a la aeronave en la que viajaban, y, como vergonzoso colofón, el secuestro
de 34 soldados armados en el Guaviare a manos de una chusma no identificada.
Si esta
catastrófica situación no nos despierta para actuar con toda la contundencia,
no hay esperanza para Colombia ni somos dignos de llamarnos colombianos.
El llamado es a que
nos unamos, no con base en mezquinos cálculos electoreros ni por motivos
diferentes al de la salvación y reconstrucción de la Patria.
Es hora de los
valientes, de los que nos corre sangre por las venas y amor por Colombia, no de
quienes solo buscan aprovecharse de las elecciones para su beneficio personal o
el de sus amigos.
Ya no hay vuelta
atrás. Se acabó la hora de la “dialoguitis”, de la justificación del crimen, de
la convivencia con la maldad.
Quiero que me
acompañen en esta lucha que, de ahora en adelante, será a muerte. Recuperaremos
el poder para imponer el orden, garantizar la seguridad, castigar a los
delincuentes, favorecer a los creadores de empleo, proteger a la familia,
educar a los jóvenes en los valores fundacionales que nos legaron los mayores,
ayudar a la población vulnerable y ejercer la política para conseguir el bien
común.
Para ello
acompañaremos a quienes hablen este mismo idioma, a quienes se perfilen como
los candidatos del orden, de la seguridad, del respeto a la ley y al Estado de derecho.
Rechazaremos a todo aquél que pretenda perpetuar la influencia del populismo
mentiroso y dañino, de la izquierda radical, materialista y violenta, de la
corrupción y el derroche que están dejando exánime el presupuesto público y en
bancarrota la economía.
Por todo ello,
miramos con complacencia los valerosos planteamientos que ha venido exponiendo
el abogado Abelardo de la Espriella, los cuales nos llenan de esperanza en una
demoledora derrota del populismo petrista. No en vano ha recibido ya el
respaldo de dos colombianos ejemplares, el doctor Enrique Gómez Martínez,
presidente del partido Salvación Nacional, y el general en retiro Eduardo
Zapateiro, quien ha declinado su aspiración presidencial para trabajar por la
del abogado de la Espriella.
Recordemos lo que
dijo el Señor de los tibios:”
"Conozco
tus obras, que ni eres frío ni caliente. ¡Ojalá fueses frío o caliente! Pero
por cuanto eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca" (Apocalipsis
3: 15-16)