José Leonardo Rincón, S. J.
La proliferación de
aspirantes y también de candidatos a la Presidencia de la República me remontó
a mis primeros años de escuela, cuando la mitad del salón decíamos que cuando
grandes queríamos ser presidentes. Entonces era un ingenuo sueño de niños, hoy
es un reto cuesta arriba.
No sé qué pensar al ver
ese gentío. Uno podría decir: ¡uf qué maravilla, candidatos es lo que tenemos!,
¡qué generosa abundancia de gente capaz de regir los destinos patrios!, ¡una
bendición para Colombia tener de dónde escoger! O podría estar igualmente
preocupado con este panorama: cualquier ciudadano de a pie cree, así no más,
sin mucha experiencia, talante y preparación, que se puede llegar a la primera
magistratura del Estado. Es tan fácil y apetecible tamaña dignidad que
cualquiera podría montarse en ese potro. O podría uno pensar también que allí
han llegado personajes que lo han hecho tan mal que un transeúnte con mediano
perfil podría haberlo hecho mejor.
La cosa es en serio, la
cosa no es fácil. Aquí nos estamos jugando el inmediato futuro de esta nación y
muchos están jugando a satisfacer sus egos que no a recuperar este país patas
arriba y descuadernado. Me parece que sobran candidatos y políticos
oportunistas de turno y que escasean estadistas. Creo que muchos de estos no
saben lo que hacen, no lo han pensado bien, no saben lo que dicen, no tienen
norte claro, no están bien rodeados, no tienen equipo para adelantar un buen
gobierno, no hay programas serios ni estructurados con propuestas sólidas y
coherentes. Entre mayo y el 7 de agosto de 2026, ya elegidos, con los calzones
abajo e improvisando a todo vapor, estarán desesperados buscando coaliciones de
último momento para gobernar y repartiendo puestos a cambio de apoyo en el Congreso,
esto es, repartiéndose la torta eraria pública para poder estar relativamente
cómodos. Grave.
Si algo nos enseñó el
actual Gobierno es que no basta llegar a la presidencia. Esa ha sido la gran
frustración dicha por el mismísimo primer mandatario en los albores de su
gestión: tenemos el Gobierno, pero no el control del Estado. Y la cosa es tan
delicada que esos maridajes de ocasión en el tan romántico como incipiente Pacto
Histórico no duraron mucho. Ok. Está bien, había que hacerlo con los de la
propia corriente política para ser coherentes con los sueños genuinos. Y
tampoco hubo tal. Porque que en tres años haya habido más de 50 ministros y
todavía el jefe se queje de que va a tener que cambiarlos porque no conocen su
plan de gobierno y no le hacen caso, es realmente vergonzoso y decepcionante. Se
les acabó el tiempo y no se hizo nada o se hizo muy poco. No hubo ejecución
porque no hubo brújula. Entre el caos y la anarquía, luchas intestinas,
personajes cuestionables y siniestros, descarados corruptos y ladrones
reconocidos que nunca fueron castigados o excluidos. Algunos lo fueron y al
poco tiempo regresaron reencauchados y triunfantes. ¡Qué locura!¡Qué tal que
hubiera ganado el finado Hernández que no fue capaz siquiera con la curul en el
senado y que la dejó tirada, aunque su verborrea cargada de groseros epítetos
fue lo que motivó a medio país!
Estamos muy mal y
seguiremos peor si no hay una apuesta en serio por la educación de nuestro
pueblo. No es con ignorancia como se elige un presidente. No cualquier gato
aparecido puede gobernarnos. Claro, me dirán, cada pueblo tiene el gobernante
que se merece. ¡Por Dios, no más karmas, no más desgracias, no más castigos!
Estoy seguro de que a
cualquiera de estos cuarenta y pico o más candidatos que andan por ahí le
preguntan quiénes son su equipo de gobierno y no saben qué responder. Y el día
que los elijan les va a tocar poner a cualquiera: don Fermín, el administrador
del conjunto, en el Ministerio de Gobierno. Doña Catica, la del quinto piso que
habla tan bonito, para el Ministerio de Relaciones Exteriores. Don Pancho que
terminó por fin su validación, estaría maravilloso en el Ministerio de Educación.
Y ya se me acabaron los amigos. Por ahí debe haber voluntarios que nos echen
una manito. A ver...
Hay que elegir él o ella,
estadista. Alguien con experiencia y liderazgo, que con visión conozca y sepa
de los asuntos del Estado, o como bien afirma el doctor Google: "alguien que
hace todo por el bien común de las personas a las que representa. Llamar a
alguien estadista es una muestra de gran respeto por su integridad. Llamar a
alguien político generalmente implica que la persona es digna de muy poca
estima." Así que está en nuestras manos saber elegir. Tenaz.